La bohème en París

Escena de La bohème en la Opéra Bastille de París © Guergana Damianova

Mayo 23, 2023. No había demasiadas expectativas en esta nueva reposición de la popular ópera de Puccini conocida aquí por su puesta en escena poco convencional, debida a Claus Guth en uno de sus peores trabajos. En efecto, estamos en una nave o estación espacial (no entendí bien) que está en las últimas con solo dos astronautas aún vivos pero agonizantes. En su delirio, ambos (sobre todo uno de ellos, un tal Rodolfo) recuerdan su pasado feliz. 

Ignoro si esa es también la razón por la cual por primera vez Colline canta también el papel de Benoît, pero sí que el cuadro del Café Momus es de una pobreza franciscana. Hay un maestro de ceremonias que sigue en los actos posteriores —bastante molesto por su intrusión en escenas que no deberían tener más protagonistas que los interesados—, el coro y las voces de los aduaneros que cantan casi siempre desde las bambalinas. No creo que valga la pena decir más. 

Por fortuna, ante tanto dislate estaba la dirección musical de Michele Mariotti, que se convirtió en el gran puntal de la función, pues mostró una habilidad notable para equilibrar, arropar y estimular a los intérpretes, y su orquesta fue refinada, técnicamente perfecta, expresiva pero nunca lacrimógena, con unos planos y detalles que no oía en funciones teatrales desde la mágica batuta de Carlos Kleiber. Pero él, Kleiber, tenía la inmensa suerte de contar con otros cantantes. No es que no los haya hoy, pero aquí parece haberse jugado al ahorro. 

Lo mejor del elenco fue la Mimì de Ailyn Pérez, que se aviene perfectamente con su tipología vocal, cosa no frecuente en esta soprano, y hubo matices y delicadezas en su canto que nunca antes le había oído. Su Rodolfo era un Joshua Guerrero de cierto brillo en el agudo y poco más: nasalidad, engolamiento, pobreza de centro-grave, que lo convirtieron en el talón de Aquiles del reparto. Entre los bohemios destacó Gianluca Buratto en un excelente Colline, mientras Simone del Savio hizo un buen Schaunard. 

Los medios de Andrzej Filonczyk son excelentes, pero su arrojo vocal y escénico lo llevaron a algunos excesos que empañaron a veces sus resultados: un Marcelo excesivo es innecesario y a veces molesto. La Musetta de Slávka Zámeknícková fue de tipo soubrette, correcta sin más, y se mostró adecuadamente procaz en su célebre vals que aquí le pide iniciar (sin ir muy lejos) un strip-tease en algo así como una jaula. 

Bien el coro de la Opéra Bastille (preparado por Ching-Lien Wu) y el coro de niños, discretos los secundarios, con una mención para el buen hacer de Franck Leguérinel en Alcindoro. Mucho público que se despertó en los saludos finales ovacionando a todos (también aquí, por momentos, pareció que el respetable no sabía bien cuándo debía —o no debía— aplaudir).

La bohème de Claus Guth… en la Luna © Guergana Damianova

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