La Celestina en Madrid

Maite Beaumont, Miren Urbieta y Sofía Esparza en La Celestina © Elena del Real

Septiembre 11, 2022. Al compositor Felipe Pedrell (1841-1922) es fácil encuadrarlo como musicólogo, crítico y puntal de la escuela nacionalista española. Fue todo eso y un agitador del panorama musical de su tiempo que luchó, además, por ser considerado buen compositor. 

Su producción musical es extensa, siendo quizá la trilogía escénica de Los Pirineos, El conde Arnau y La Celestina lo más destacable. Las dos primeras óperas se estrenaron en 1902 y 1904, respectivamente, mientras que la tercera nunca llegó a ver la luz en el Liceu durante la temporada 1902-1903, como estaba inicialmente previsto, sin que se conozcan los motivos de dicha cancelación. No obstante, la obra fue impresa y ha tenido valedores que buscaron estrenarla (Manuel de Falla, Pablo Casals o Antoni Ros Marbà, entre otros) a lo largo del pasado siglo, lo cual la convirtió en una especie de mito en el mundillo musicológico.

Fue en el Teatro de la Zarzuela donde se barajó estrenarla todavía en vida del compositor catalán, y fue ahí donde finalmente se ha logrado, cuando se cumplen 120 años de la finalización de la partitura. Lo ha hecho con una versión de concierto —es decir, a medias— en su apertura de temporada, como ya sucedió con la Circe de Ruperto Chapí hace un año. Aplaudo con entusiasmo que la dirección actual del teatro apueste por arrojar luz sobre el teatro lírico en español, aunque sea para que a partir de ahora esta obra en cuatro actos con libreto y música de Felipe Pedrell, basada en la Tragicomedia de Calisto y Melibea de Fernando de Rojas, pase a ser para muchos una especie de “mito equivocado”.

Tomo prestada esta expresión de un libro de Juan Carlos Boíza porque la sensación que nos quedó a muchos tras los aplausos de cortesía al finalizar la segunda función (de las dos que se habían programado) fue de tristeza, como cuando descubrimos que el envoltorio del regalo era más valioso que el regalo en sí. 

Con motivo del estreno mundial, en 2008, de La Celestina de Joaquín Nin-Culmell (1908-2004), también en un arranque de temporada del Teatro de la Zarzuela, con puesta en escena de Ignacio García y dirección musical de Miquel Ortega, muchos ensalzaron las bondades de la ópera homónima de Pedrell, si bien ahora, enfrentados a una realidad, no creo que se atrevieran a poner tanto entusiasmo al referirse a esta última.

Nada de esas bondades encontré en una pieza larga y pesada, por momentos pretenciosa. Los colores que desprende la partitura solo me incitaron a pensar en grises, menos grises y más grises, por no hablar del farragoso libreto, rayano en lo antioperístico. ¡Ay si los compositores se asociaran con un buen libretista, como lo hicieron aquellos cuyas obras hoy se ponen y reponen! No, La Celestina de Pedrell no era tal mito ni la panacea que pudiera salvar la ansiada “ópera española”. 

De la orquestación y la escritura de canto sería mejor preguntarles su opinión a los solistas, quienes lucharon heroicamente por no sucumbir a la densidad sonora que salía del foso (un acierto poner ahí a la orquesta) y por no quebrarse en una interminable sucesión de notas que les mantenían ilógicamente en la zona del pasaje. A pesar de ello, brilló con fuerza la estupenda soprano Miren Urbieta como Melibea, auténtica estrella de la noche, y tras ella, el barítono Juan Jesús Rodríguez como Sempronio y el bajo-barítono Simón Orfila como Pármeno. 

El personaje titular, Celestina, fue defendido por la mezzosoprano Maite Beaumont, una muy buena cantante e intérprete en un personaje al que sus cualidades vocales no le hicieron el mejor servicio. Completando el quinteto de personajes principales, como Calisto, tuvimos que sufrir al tenor Andeka Gorrotxategi. El timbre es bello pero la emisión parece ser tan forzada que da carraspera escucharle y uno se pasa la noche temiendo el inevitable “gallo”. Algo parecido ocurrió cuando interpretó Tabaré (marzo de 2022), la ópera de Tomás Bretón, en este mismo escenario.

En estupenda forma estuvieron los personajes secundarios de las sopranos Lucía Tavira (Elicia) y Sofía Esparza (Lucrecia), la mezzosoprano Gema Coma-Alabert (Areúsa) y el barítono Isaac Galán (Sosia); y un poco menos la mezzosoprano Mar Esteve (Tristán), sobrepasada por el volumen de la orquesta, y el bajo-barítono Javier Castañeda (Pleberio). El maestro Guillermo García Calvo concertó con oficio, buscando no ahogar a los solistas, sin por ello renunciar al brillo con que sonó la Orquesta de la Comunidad de Madrid. Por su parte, el Coro del Teatro de la Zarzuela se manifestó equilibrado y pulcro.  

El gran esfuerzo de los artistas, del musicólogo que preparó la edición crítica de la partitura (David Ferreiro) y del Teatro de la Zarzuela por hacer “vivir” a La Celestina de Pedrell valió la pena, aunque lo más probable es que en unos días muy pocos nos acordemos de esta obra y no la volvamos a ver sobre un escenario.

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