La forza del destino en Parma

Marko Mimica (Padre guardiano), Gregory Kunde (Don Alvaro) y Liudmyla Monastyrska (Donna Leonora) en La forza del destino en Parma © Roberto Ricci

Octubre 16, 2022. Con La forza del destino concluyó la edición 2022 del Festival Verdi, cita imprescindible para cualquier amante de la lírica, que anualmente ofrece una amplia oferta de eventos como: óperas, recitales, conciertos, exhibiciones y charlas dedicados a uno de los más notables e influyentes compositores en la historia de la música y la ópera. 

La sede principal es el Teatro Regio de Parma, pero las actividades se han extendido también a otros teatros y ciudades de la provincia italiana de Parma. Esta edición del festival estuvo dedicada al centenario del nacimiento de la soprano Renata Tebaldi, a quien el director Arturo Toscanini (nativo de Parma) elogiara por su «voce d’angelo». La versión escuchada fue la edición crítica preparada por Philip Gosset y William Holmes, que incluye partes de las diferentes versiones de la ópera realizados por Verdi, incluso material de la partitura que compuso en 1861 para Milán, y que nunca se interpretó. 

A pesar de ser una ópera que se mantiene en el repertorio operístico y que se representa con cierta frecuencia, especialmente en Italia (sin olvidar que su popular obertura se utiliza al inicio de muchos conciertos y galas operísticas), es una obra complicada de escenificar, sobre todo por la dificultad de reunir un elenco de excelentes cantantes, y una buena mano en la conducción musical. 

Afortunadamente, la parte vocal y musical del espectáculo estuvo bien cubierta, gracias a la presencia del tenor Gregory Kunde, a quien escuché hace varios años cantando otro tipo de repertorio, como: Don Ottavio en Don Giovanni de Mozart y Arturo en I puritani de Bellini. Ahora como Don Alvaro, sorprendió gratamente por la manera en que ha evolucionado su voz a lo largo del tiempo, en la que se nota potencia en la emisión, y cuyo color y solidez parecen intactos. 

Kunde es un artista con presencia escénica, y gracias a que dosifica y administra bien su voz, se mantiene vigente, sobre todo si consideramos que dos días antes había cantado el rol protagónico de Andrea Chénier de Umberto Giordano en la cercana ciudad de Bolonia. Es curioso pensar que el tenor estadounidense tuvo que asentarse en Europa y replantear su carrera, para ser tomada de nuevo en cuenta por los teatros de Estados Unidos, su país natal, donde en la presente temporada cantó el papel de Radamès en Aida de Verdi en el Festival de Ópera de Cincinnati, y próximamente cantará el rol de Mario Cavaradossi en Tosca de Puccini con la Ópera de Los Ángeles. 

El barítono de Mongolia, Amartuvshin Enkhbat, sobresalió interpretando a Don Carlo di Vargas. Es un cantante con un impresionante instrumento, profundo, sonoro, al que sabe darle la medida correcta, nunca desbordado en el canto ni en la emisión, pero con firmeza, tenacidad y un grato color oscuro y buen desempeño actoral. Liudmila Monastyrska, que dio vida a Donna Leonora, emocionó con su interpretación del aria ‘Pace, pace, mio Dio’ y dejó constancia de sus cualidades vocales. Un pequeño detalle a notar, que no desmerece en nada su interpretación, fue el notable acento eslavo que se escuchaba en su emisión de la palabra y la dicción. 

Annalisa Stroppa fue una interprete ideal en su recreación de Preziosilla, virtuosa en la parte vocal, en cuanto la expresividad y actuación, a pesar de algunas deficiencias de la puesta escénica, que la alejaron de ser la gitana que debe ser. Roberto de Candia aportó mucho a la función con su destacada personificación de Fra’ Melitone, y lo mismo se puede decir del Padre guardiano de Marko Mimica. El resto del elenco contó con buenos intérpretes, destacando a Andrea Giovannini como Mastro Trabuco, Marco Spotti como Il Marchese di Calatrava, y en los papeles menores estuvieron Natalia Gabrilan (Curra), Jacobo Ochoa (Un alcade) y Andrea Pellegrini (Un chirurgo). 

En el foso, se notó la mano segura y experta en la concertación de Roberto Abbado, director musical del festival, quien sacó provecho de una homogénea y equilibrada agrupación como lo es la invitada Orquesta del Teatro Comunale di Bologna, y el coro del mismo teatro bajo la dirección de Gea Garatti Ansini.

La ya enredada trama de la ópera pareció no estar bien representada por el montaje escénico y los vestuarios de Yannis Kokos, quien situó la escena en un tiempo indeterminado, y algo confuso por el uso de atuendos que parecían estar tomados de diversas épocas, con innecesarias coreografías y uso de máscaras que hacían de la trama una parodia que cayó fácilmente en la banalidad e insipidez. 

El cambio de iluminación y colores en el fondo del escenario, bien realizado por Giuseppe Di Iorio, hubiera bastado para captar el dramatismo en escena, pero este perdió entre la selva de elementos y escenografías de edificios destrozados, y tarimas, que limitaron el espacio en escena. En un festival es quizás posible y válido realizar experimentos, pero al tratarse de una coproducción que agrupa a teatros importantes de diferentes países, cabe preguntarse si al final todos estarán de acuerdo que esa sea la manera como deban escenificar esta ópera. Me cuesta creerlo, aunque los teatros parecen ceder cada vez más a los deseos de los directores de escena. 

Mientras tanto, el público parmesano, tan exigente y particular, se encargó ya de manifestar su desaprobación y descontento por el montaje con silbidos y gritos, sobre los cuales había leído muchas anécdotas al respecto. Una situación curiosa observada a lo largo de la función fue que, al no entregarse un programa de mano, y en la oscuridad, una gran cantidad de personas del público utilizaban sus teléfonos para leer el libreto, y la molestia y constantes peticiones de los acomodadores que les pedían que los apagaran, no lograron tener efecto. 

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