?? La habitación de Carlota en Bolzano

Puesta en escena de La habitación de Carlota, del compositor Arturo Fuentes © Fondazione Haydn

Junio 12, 2021. La corta pero intensa temporada de ópera preparada por la Fundación Haydn de Bolzano y Trento se cierra con una obra multimedia que vuelve a tratar los problemas mentales, las alucinaciones y la soledad. 

En Carlotas Zimmer (La habitación de Carlota), el compositor de origen mexicano Arturo Fuentes describe con gran riqueza de detalles y sutil tristeza la trágica parábola de la princesa belga Marie Charlotte Amélie Augustine Victoire Clémentine Léopoldine, que vivió entre 1840 y 1927. Una larga vida minada por la enfermedad pero vivida intensamente: a los 17 años se casó con Fernando Maximiliano de Austria, hermano del emperador Francisco José, y juntos se trasladaron a Milán. Tras un par de años de gobierno ilustrado, optaron por retirarse a la vida privada en Trieste, donde hicieron construir el famoso castillo de Miramar como residencia. 

Debido a una serie de vicisitudes fueron invitados a asumir la soberanía de México, donde vivieron unos años. A pesar de sus esfuerzos por la causa centroamericana, la situación se deteriora, Carlota regresa a Europa y muestra los primeros signos de un fuerte desequilibrio mental que se apoderará de ella tras la trágica noticia del fusilamiento de su marido por los republicanos mexicanos en Querétaro. 

Johanna Vargas como Carlota de Bélgica © Fondazione Haydn

Fuentes se detiene en uno de los aspectos más tristes de toda la historia humana de la emperatriz-princesa: tras la muerte de Maximiliano, durante 60 años, Carlota siguió escribiéndole apasionadas cartas en las que preveía su inminente regreso a casa. Los aspectos trágicos de una existencia transcurrida casi por completo en el olvido de una mente perdida son captados en su esencia. De hecho, el compositor asocia los recuerdos fragmentarios de la mujer, tomados también de las Noticias del Imperio de Fernando del Paso, con los sonidos típicos de lugares como Miramar en Trieste y Bouchout en Bélgica (el retiro de la princesa), sin olvidar el rugido de un motor de avión, que recuerda el primer vuelo transatlántico de Charles Lindbergh, al que la propia Carlota se refiere en sus cartas, y las campanas de las iglesias mexicanas. 

Fuentes hace que el personaje repita obsesivamente algunas palabras clave en varios idiomas, para subrayar la cultura de la mujer y al mismo tiempo su malestar psíquico. Las particulares técnicas vocales adoptadas ponen de relieve los estados de ánimo de la princesa: la voz se utiliza para dar forma a los sonidos, articular palabras y emitir ruidos. Con versatilidad, Johanna Vargas, Carlota, se adapta perfectamente a las cambiantes emociones que expresa la dramaturgia de la ópera. Las emisiones onomatopéyicas, los agudos extremos, los pasajes recitados, denotan una cuidadosa atención al fraseo combinada con una sólida capacidad actoral que se aprecia plenamente en el escenario.

Aún más convincente y sorprendente, dada su corta edad, es la hija del autor, Alice Crepaz-Fuentes, que interpreta a la niña Carlota. Conquista inmediatamente al público con su inusual magnetismo, sobre todo en comparación con su edad, y su innato dominio del tiempo teatral. Si por un lado el trabajo realizado con el padre es tangible, por otro es admirable lo mucho que la joven intérprete ha sido capaz de madurar e interiorizar el papel individualmente. Tanto la actuación como el uso consciente de la voz dan a su interpretación una perfecta adherencia a la naturaleza visionaria del personaje. 

Alice Crepaz-Fuentes © Fondazione Haydn

En esta ocasión, la Orquesta Haydn de Bolzano y Trento se supera a sí misma: aunque ya es plenamente consciente de su capacidad ante el repertorio contemporáneo, hay que destacar su sensibilidad interpretativa, su rigurosa atención a la precisión del sonido y las mezclas tímbricas. Una prueba superlativa a la que contribuye el director de orquesta Peter Rundel, un concertino profundamente vinculado a la interpretación de las obras de las últimas décadas. Su sólida visión de la partitura ofrece una narrativa cohesionada y se ciñe a las necesidades escénico-vocacionales. 

Arturo Fuentes también se encarga de la puesta en escena: y no solo dirige, sino que de él son los decorados, el video, las luces y el vestuario (este último en colaboración con Eva Praxmarer). El hecho de que se encargue casi por completo del espectáculo es sin duda un punto fuerte: beneficia tanto a la acción como a las interpretaciones. De hecho, la escena es de una energía comunicativa impresionante y representa, precisamente, la habitación mencionada en el título: una bañera, una cama, un sillón y una mesita están colocados entre muchas hojas escritas que representan las numerosas cartas mencionadas. 

Las proyecciones de video muestran a otra Carlota, perdida en un desierto que representa el vacío y la desolación interior, mientras que en la escena actúan la anciana Carlota, presa de delirios y recuerdos distorsionados, y la joven Carlota que aparece como una aparición ectoplásmica capaz de reforzar el dolor por un pasado feliz y lejano. La yuxtaposición del blanco y el negro, entre las escenas, el vestuario y las luces, refuerza la intensidad de la tensión psicológica y envuelve a los espectadores en las bobinas de una inminente catástrofe final. 

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