La Tempranica y La vida breve en Madrid

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Nancy Fabiola Herrera y Rubén Amoretti en La Tempranica © Javier del Real

Octubre 1 y 4, 2020. La pandemia ha venido a poner zancadillas a todo el mundo. La temporada 2020-2021 del Teatro de la Zarzuela está sorteando, como la mayoría de los teatros líricos españoles, la problemática de los aforos de público y el número limitado de personas congregadas en los espacios cerrados de ensayos y representación de las obras. Tras el arranque de la temporada con un concierto de María Bayo, el primer título presentado era un programa doble donde la zarzuela La Tempranica y la ópera La vida breve se presentarían bajo un concepto unificador, con el nombre Granada, en una propuesta escénica de Giancarlo Del Monaco.

Las funciones han debido de ser presentadas por separado, en días alternos, para evitar aglomeraciones tanto en camerinos como en escena, así como durante la pausa entre ambas piezas. El coro también ha visto reducido su tamaño, e igualmente lo ha hecho la plantilla orquestal. Todos entendemos estas medidas y somos partidarios de esta flexibilidad para continuar con la programación prevista y no tener que dar el cerrojazo por tiempo indefinido.

Las obras aquí puestas a dialogar tienen básicamente dos elementos en común: la protagonista gitana y la ciudad de Granada. Gerónimo Giménez, el compositor de La Tempranica estrenó la obra en 1900 en el Teatro de la Zarzuela; y Manuel de Falla vio la suya representada por primera vez en 1913 en Niza (un año más tarde se estrenaría en este mismo teatro madrileño). Digamos, pues, que comparten un paisaje costumbrista similar, tanto en el argumento como en las fuentes musicales folclóricas donde beben. Sin embargo, el resultado de ambas obras es bastante diferente. Giménez nos regaló una zarzuela localista y Falla, una ópera de alto vuelo.

La producción vista en Madrid nace de una propuesta de La vida breve que Del Monaco realizó para Les Arts de Valencia en 2010 y que debía ser hilvanada con una nueva producción de La Tempranica. Para esto se contó con uno de los dramaturgos más respetados de la actualidad: Alberto Conejero; pero el fruto ha sido muy desigual.

Con los diálogos originales de la zarzuela cortados, es casi imposible seguir la trama. Se expone, con el trabajo de dos magníficos actores, la admiración que Manuel de Falla profesó a Giménez por esta obra. De entrada hay un fallo en el casting pues ambos actores tienen la misma edad y quien interpreta a Manuel de Falla (Carlos Hipólito) parece el hermano mayor de Gerónimo Giménez (Jesús Castejón), cuando en realidad el primero era 24 años más joven que el segundo. Y lo que nos cuenta el texto de Conejero es la admiración del joven Falla hacia Giménez y su Tempranica. Un tercer actor encarna a Julián Romea (Juan Matute) —autor del libreto de La Tempranica— con igual soltura escénica que sus compañeros; pero el texto no da para mucho más que unas pinceladas, casi “wikipedescas”, de la vida de estos tres artistas. De esta manera la zarzuela se queda en unos números musicales que no llegan a conectar con la parte hablada. En este sentido, si el nuevo texto no apuntala la supuesta endeblez del original, el remedio agravó la enfermedad. 

La parte musical, también retocada en orquesta y coro para cumplir con los protocolos sanitarios, fue de alto voltaje. Miguel Ángel Gómez Martínez hizo una lectura refinada de la música de Giménez, y tanto la Orquesta de la Comunidad de Madrid (ORCAM) como el Coro de la Zarzuela le respondieron con pulcritud. La gran triunfadora fue la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera, que nos mostró a una sufriente y obsesiva María (la Tempranica). Sin exageraciones, logra convencer con un material vocal bien coloreado y generoso por su sinceridad. Su amor imposible, Don Luis, fue interpretado por Ruben Amoretti, atronador y con una presencia escénica aquí un tanto deslucida por la propia concepción del personaje como un borrachín sin empaque. Enorme decepción fue el Gabrié de Ruth González cuya “Tarantula” pasó con más pena que gloria a pesar del —o quizá debido al— frenético movimiento escénico que debió realizar mientras suena el popular zapateado. Tener al maestro Giménez trabajando en un escritorio sobre el escenario, con las (in)oportunas interrupciones del “joven” Manuel de Falla, entorpeció el desarrollo de una verdadera representación de La Tempranica. Finalizó el espectáculo y el público apenas podía creer que terminaba de aquella manera, dejando todo en el aire. ¿Quizá había una vuelta de tuerca al ver la “segunda” parte?

Escena de La vida breve © Javier del Real

En La vida breve el trabajo de Del Monaco alcanzó cotas de gran maestro. Asistí dos días después de ver la zarzuela de Giménez y la propuesta no conectó en nada con aquella. Los tres actores que representaban a los compositores y al libretista, afortunadamente, no hicieron acto de presencia. La ópera no los necesita, ella vuela sola y, en manos de Del Monaco, hay que añadir que muy alto. Huyendo de las imágenes de postales, la propuesta indaga en el comportamiento de la protagonista, la escenografía (firmada por el propio Del Monaco), el vestuario (Jesús Ruiz) y la iluminación (Vinicio Cheli), en el mundo interno de Salud, encarnada con entrega por la soprano Ainhoa Arteta. Su voz funcionó a la perfección para tocar los resortes que exige el personaje de la muchacha gitana mientras que sus habilidades como actriz lo magnificaron. El tenor Jorge de León dio vida a Paco con su potente voz y templada presencia. El dúo entre ambos a modo de acto sexual finalizado con el significativo pañuelo blanco manchado de sangre fue el clímax de la noche. La mezzosoprano María Luisa Corbacho convenció como la Abuela y Ruben Amoretti pareció cómodo en el personaje del Tío Sarvaor, más asentado que el de Don Luis de La Tempranica. Sobresalientes estuvieron el tenor Gustavo Peña (La voz de la fragua) y el barítono Gerardo Bullón (Manuel) y un tanto apagada, la presencia del cantaor Jesús Méndez. La ORCAM, bajo la equilibrada dirección de Gómez Martínez, volvió a brillar en esta joya operística muy exigente con la orquesta, así como con el coro, que no se quedó a la zaga. 

En resumen: a pesar de su valor musical propio, La Tempranica se convirtió en la telonera de La vida breve. La comparación de ambas, con una realización escénica que intentó encontrar afinidades entre las dos, ha dejado un regusto amargo. Ni la primera ha visto potenciada su valor artístico ni la segunda, al presentarse por separado, pudo poner a flote el total del espectáculo Granada.

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