La traviata en Houston

Angel Blue (Violetta) y Matthew White (Alfredo) en La traviata en Houston © Lynn Lane

Noviembre 4, 2022. Con La traviata de Verdi, una de las óperas más conocidas y representadas del repertorio, inició una nueva temporada de la Houston Grand Opera. Esta producción trae a la memoria un sinfín de buenos y malos recuerdos, y vicisitudes por las que tuvo que atravesar el teatro para llegar a este día. A lo largo de la historia, los teatros de ópera han tenido que sobreponerse a desastres naturales o a decisiones humanas que han causado su cierre como: guerras, incendios, terremotos, inundaciones, remodelaciones… Recientemente una pandemia, y quizás como ninguno otro, Houston ha sufrido la destrucción causada por la fuerza de un huracán —como Harvey, en agosto del 2017— tan solo unas semanas antes de la inauguración de su temporada, que iba a iniciar con La traviata, en la que se estrenaría un nuevo montaje de la directora Arin Bus y el diseñador Riccardo Hernández, realizado en coproducción con la Lyric Opera de Chicago.

Para entender la magnitud de la situación afrontada por este teatro, que debió cancelar su temporada por la inundación y daños a la sala, foso, escenario, oficinas, bodegas de vestuarios y escenografías, estacionamientos subterráneos etcétera, cabe señalar que Harvey ha sido el huracán de mayor categoría que ha tocado tierra en Texas, con vientos de más de 215 kilómetros por hora y lluvias que en solo cuatro días vertieron sobre la región y ciudad de Houston 54 pulgadas de agua, que equivalen a aproximadamente 41 billones de litros de agua.

Un par de meses después, se pudo rescatar parte de la temporada, y en un escenario creado ex profeso en una de las inmensas salas del centro de convenciones, a pesar de no contar con las condiciones ideales —por acústica, la orquesta situada detrás de los intérpretes, falta de espacio para el coro, que cantó entre el público— pero con el elenco originalmente anunciado, se llevaron a cabo en versión semi-escénica ocho funciones de La traviata. 

Es por ello, que esta inauguración tiene un valor especial para la compañía y fue obviamente recordada, ya que, en una historia digna de un libreto operístico, cinco años después se vio finalmente la obra con este montaje. Situado en una época y tiempo indefinido, aunque los elegantes vestuarios de Cait O’connor que remitían al siglo XIX, y bajo la premisa de que los hechos que suceden en la ópera pueden suceder en la actualidad, la directora de escena Bus se permitió algunas ocurrencias, como el uso de máscaras, marionetas y actuaciones exageradas a manera de representar los excesos y el libertinaje, cargados simbolismos que, si bien no son novedosos, no interfirieron en el desarrollo de la escena. La puesta en escena se desarrolló dentro de un muro semicircular al fondo del escenario, con algunos elementos de utilería, y resaltó el juego de iluminación, con claroscuros de Marcus Doshi. 

En su debut local la soprano Angel Blue cargó con el peso de la función, con una voz rotunda, ágil, y nítida en sus agudos y proyección. Escénicamente estuvo involucrada y convincente en su papel y supo administrar y conjugar bien su desempeño vocal con el escénico. El tenor Matthew White, que ocupó el lugar del originalmente anunciado Bryan Hymel, mostró buenas cualidades vocales, pero hubo una evidente falta de conexión y química entre su Alfredo y Violetta. 

A pesar de su amplia voz y grato timbre baritonal, tampoco logró convencer el barítono ucraniano Andrei Kymach como Giorgio Germont, en escena más preocupado y atento a dar las notas correctas, que por mostrar una conjunción con los demás intérpretes. Emily Triegle dio vida a una sensual y atractiva Flora, y el resto de los interpretes en papeles menores, la mayoría miembros del Houston Gran Opera Studio, cumplieron satisfactoriamente.

Por su parte el coro, bajo la experta conducción de Richard Bado, su titular desde 1989, agradó por su intensidad, uniformidad y participación. La conducción musical de Matthew Aucoin, el joven compositor y director de orquesta estadounidense, en su debut local, careció de ímpetu y chispa, sin profundizar en la búsqueda de colores y matices verdianos. Su lectura lenta, rutinaria y poco estilizada causó algunos desfases con el escenario y con los músicos de la orquesta, quienes se notaban algo condicionados. 

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