La traviata en Madrid

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Escena de La traviata en Madrid, siguiendo los protocolos del Covid-19 © Javier Del Real

Julio 7, 2020. Recordaremos estas funciones de La traviata como una hazaña del Teatro Real; no creo caer en la exageración. Hagamos un poco de memoria. La última representación en este teatro —una serie de nueve funciones de Die Walküre— tuvo lugar el 28 de febrero. 

Todo estaba preparado para el estreno del título siguiente de la temporada, la ópera rara Achille in Sciro, el 17 de marzo de 2020. Pero ya en la rueda de prensa del día 9 de marzo para presentar la casi desconocida ópera de Francesco Corselli (nacido en Piacenza en 1705 y muerto en Madrid en 1778), el pálpito era muy diferente. Se percibía que algo iba mal. Los cuchicheos dieron paso al clamor, y el 13 de marzo el gobierno anunció que el día siguiente pasábamos a “estado de alarma” por 15 días, debido a la pandemia causada por el coronavirus. 

El cese de las actividades en el teatro, y en las actividades no esenciales, ha durado más de dos meses. Vimos pasar abril y mayo con la angustia de saber que todo había cambiado por un virus que ha quitado la vida a miles de personas. Y que no estamos a salvo hasta no encontrar una vacuna que nos proteja. La tragedia se ha extendido por el globo terráqueo como el fuego en un camino de pólvora y, primero, ha detenido la vida diaria de millones de personas. Segundo, ha condicionado la forma en que volveríamos a relacionarnos, una vez pasado el periodo más agudo. 

En España, este periodo de paralización casi total se extendió desde la segunda mitad de marzo hasta la última de mayo. En junio se inició el proceso de avanzar hacia una “nueva normalidad”. Muchas cuestiones eran una incógnita. El Teatro Real (la gente que trabaja en él) se pusieron a trabajar para echar a andar la maquinaria y retomar su programación con La traviata, el título que cerraba la temporada 2019-2020. En la primera semana de junio ya corría el rumor de que serían muchas funciones, casi una tras otra, y que la presencia de público sería posible dentro de un protocolo sanitario que ofreciese la seguridad al público asistente. 

El 22 de junio se convocó nuevamente a la prensa para presentar los detalles de semejante reto. Y vaya que lo era: nada más y nada menos que 27 funciones del día 1 de julio al 29 de julio en una versión semiescenificada de nueva factura, adecuada a los requerimientos sanitarios. Solo dos días sin función en toda la serie de representaciones, con cinco sopranos para interpretar a Violetta, cuatro tenores para Alfredo y cuatro barítonos para Germont. Con el país a media velocidad, algunos aeropuertos y destinos aún sin servicio, congregar a todos estos cantantes de talla internacional en Madrid ya lo hacía harto difícil. Y conseguir salvar los escollos del protocolo sanitario —pruebas PCR (Proteína C Reactiva) para todas las personas involucradas con la producción— tampoco ha sido tarea fácil.

La expectación entre los aficionados madrileños ha sido continua. Muchos de ellos no estaban convencidos de que el Teatro Real estuviera haciendo una buena labor por avanzar a la normalidad con la premura de poner una ópera sobre su escenario. Personalmente, creo que sí lo es.

Se estrenó el 1 de julio, por normativa sanitaria con un 50% del aforo total, y yo pude asistir a la sexta función. El uso de la mascarilla es obligatorio desde la entrada al teatro, al que se accede en franjas horarias de acuerdo al asiento asignado, y hay gel hidroalcohólico en muchos lugares del edificio.

La noche que nos ocupa, la soprano rusa Ekaterina Bakanova encarnó a Violetta Valéry. Vocalmente se adaptó bien a las demandas de cada acto, mostrándose coqueta en el primero; segura, en las agilidades, pero sin ofrecer el Mi bemol (no escrito) al final del acto. Nada que objetar y sí agradecer, puesto que es preferible eludirlo a darlo de mala manera. También le faltó un poco de calor en todo el tercer acto. 

En el segundo acto mantuvo un primoroso dúo con Germont, interpretado por Luis Cansino, que entre ambos se colocaron como lo mejor, musicalmente, de la noche. El material de Cansino está hecho de buena pasta y el barítono sabe racionarla. Su aria ‘Di Provenza il mar’ fue una de las más aplaudidas, pero la cabaletta fue atacada por la orquesta con tal lentitud que casi perdió la conexión con la escena que acaba de construir con Alfredo, interpretado por Matthew Polenzani con tal intensidad que no siempre lograba identificársele con el personaje. Por momentos parecía ser un Nemorino y en otros, Don José. Sin embargo, es un cantante que da la impresión de darlo todo sobre el escenario. 

De los numerosos personajes secundarios sobresalió la sensual Flora de la mezzosoprano Sandra Ferrández y el recio Dr. Grenvil de Stefano Palatchi. La Orquesta Sinfónica de Madrid, dirigida por Nicola Luisotti, ocupó el foso en su configuración más grande, en la que caben 120 músicos manteniendo la distancia de seguridad protocolaria, y estuvo sobresaliente desde el preludio. Luisotti hizo una lectura sin aditivos, dejando poco espacio a las expansiones de los solistas. El concertante del final del segundo acto fue otro de los grandes momentos, en el que tiene gran peso el coro, que brilló en cada una de sus partes.

La puesta en escena programada para estas funciones era la que Willy Decker hizo en 2005 para el Festival de Salzburgo, ampliamente difundida por la grabación comercial que tuvo como protagonista a la pareja artística de moda en aquellos tiempos: Anna Netrebko y Rolando Villazón. Esa producción es hoy lo que se dice “un clásico”. En España se ha visto en el Palau de les Arts y parece que continuará vigente varios lustros más. Pero en esta ocasión no pudo ser. El coronavirus vino a trastocar todo, y la reacción del Teatro Real fue ofrecer una versión escénica dentro de lo que marca el protocolo sanitario. Le encargaron a Leo Castaldi, asistente de Decker en la reposición que no tuvo lugar, una propuesta semiescenificada. Rebuscando en el vestuario y atrezzo de las muchas producciones propias del Real, nos han ofrecido un interesante concepto general. 

El diseño de iluminación, firmado por Carlos Torrijos, resultó oscuro en exceso y ayuno en la creación de atmósferas. La sobriedad escénica tuvo su reflejo en la seriedad musical que, en general, fue evidente a lo largo de la representación. Pero la emoción estaba en que hemos vuelto a estar dentro de un teatro, asistiendo a una representación en una “nueva normalidad” que nos recuerda lo importante que es cuidarnos entre todos, aunque esta “no normalidad”, como quiero llamarle yo, no consigue menguar las ganas de estar viviendo una noche de ópera. La función del 15 de julio, a las 20:00 horas (horario de Madrid) será transmitida gratuitamente por el sistema My Opera Player en: https://www.teatroreal.es/es/espectaculo/traviata-1?gclid=EAIaIQobChMIvPaGtuXN6gIVCf_jBx1tbw-UEAAYASAAEgLPd_D_BwE

 

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