La traviata en Toronto

 Matthew Polenzani (Alfredo) y Amina Edris (Violetta) en La traviata en Toronto © Michael Cooper

Mayo 7, 2022. Para su regreso a la presencialidad, la Canadian Opera Company ha apostado por La traviata de Giuseppe Verdi, buscando atraer no sólo a su habitual público —aún renuente a la hora de asistir a salas de espectáculos— sino también intentando salir a la caza de un público nuevo que pudiese sentirse atraído por este convocante título de la lírica universal.

En lo estrictamente vocal, la propuesta resultó muy satisfactoria. Triunfadora absoluta de la noche, la debutante soprano neozelandesa Amina Edris hizo una composición magistral de la protagonista, con una voz de deslumbrante belleza en un estratosférico nivel de calidad que no decayó en ningún momento. Cálida, homogénea y aterciopelada, la voz de Edris fue adaptándose a la perfección a los requerimientos de su parte brindando siempre el color, el matiz y la intención justa. Su carisma, su seguridad técnica y su entrega escénica completaron una caracterización sin mácula de la descarriada Violetta Valery. 

A su lado, el tenor americano Matthew Pollenzani fue un partenaire muy convincente como su enamorado Alfredo Germont, personaje que concibió con una voz de rico lirismo, bien timbrada, de perfecto legato y conducida siempre con gran elegancia y refinamiento. En lo interpretativo resultó menos efectivo, con un canto excesivamente matizado pero avaro de expresividad. Su ‘De’ miei bollenti spiriti’ y su posterior cabaletta ‘O mio rimorso’ fueron los mejores momentos de su prestación, donde lució un fraseo modélico, un envidiable control del fiato y unos agudos centellantes, bien proyectados y seguros que hicieron la delicia del público asistente. 

No se quedó atrás, el excelente Giorgio Germont del barítono italiano Simone Piazzola quien, con exultantes medios vocales, le sacó chispas a su parte dando cátedra de estilo verdiano e imponiendo un canto de seductora hechura, cuidadísima línea de canto y una musicalidad a flor de piel. Su ‘Di provenza il mar il suol’ fue un dechado de virtuosismo y uno de los mejores momentos vocales de la representación. 

Todos los roles secundarios fueron defendidos con gran corrección por elementos locales, de entre los que sobresalieron con luz propia la Annina de la sólida Midori Marsh, el Dr. Grenvil del bien plantado y sonoro Vartan Gabrielian y el Baron Douphol del siempre solvente Gregory Dahl. El coro de la casa se escuchó en un gran nivel vocal bajo la atenta dirección de Sandra Horst.

Al frente de la orquesta de la casa, el director alemán Johannes Debus brindó una lectura siempre controlada, plena de dinamismo, contrastante entre las diferentes escenas y perfectamente concertada. Los preludios dirigidos con un sinnúmero de detalles y un supremo buen gusto fueron el zénit de una dirección musical de altísimo vuelo. 

La producción de Arin Arbus es a tomar o dejar. La directora de escena americana convirtió la fiesta del primer acto en casa de Flora en una especie de multicolor cuento de hadas donde los invitados se paseaban alrededor de una mesa repleta de dulces multicolores propias de la neoyorquina tienda Magnolia Bakery o de la casa de la bruja de Hansel y Gretel, luciendo decadentes pelucas estilo María Antonieta con enormes flores o adornos en el cabello. 

En la primera escena del segundo acto, la escena se tornó minimalista al extremo dando luego paso en la escena de la fiesta, a una especie de bacanal de color donde se mezcló un estilo Segundo Imperio de decadentes toques modernos, con esqueletos de toros y matadores que asemejaban a drag queens o a zombis, para luego regresar a una escena casi vacía para el último acto donde la protagonista habría de culminar sus días. 

El resultado final supo a un pasticcio de ideas sólo coherentes consigo mismas, visualmente muy atractivo, pero donde la trama original terminó perdiendo intensidad dramática. Con sus pros y sus contras, no puede decirse que el trabajo de Arbus fuese improvisado. Muy por el contrario, denotó un conocimiento teatral agudo, como pudo desprenderse de las cuidadas marcaciones con las que dirigió a los solistas y a las masas corales. 

Un factor que sumó calidad a la presentación fue el estudiadísimo tratamiento lumínico de Marcus Doshi. Un público muy entusiasta por el regreso de la ópera “en vivo” ovacionó a todos y a cada uno de los interpretes e hizo que la representación tuviese clima de auténtica fiesta.

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