Lalla-Roukh en Wexford

Escena de Lalla-Roukh de Félicien David en el Festival de Wexford © Clive Barda

Octubre 25, 2022. Félicien David (1810-1876) fue un personaje singular y fascinante. A los veinte años, sus simpatías políticas sansimonistas lo obligaron a abandonar Francia y emprendió un largo viaje entre Turquía y Egipto; regresó a su tierra natal y aprovechó los estudios musicales emprendidos desde muy joven con las experiencias adquiridas en Oriente. Sus odas sinfónicas experimentan formas que influirán en Hector Berlioz, pero también en Giuseppe Verdi, que seguro las escuchó y atesoró algunas melodías para Aida (y Richard Wagner pareció hacer lo mismo). 

No es imposible (gracias a grabaciones y algunos programas de conciertos) escuchar obras como Le desert y darse cuenta de su importancia histórica. Menos habitual sería asistir a una obra de David en el teatro, si no recurriésemos a festivales como el de Wexford en Irlanda. La magia de la música en este caso se convirtió en un cuento de hadas de Las mil y una noches, con un viaje musical por partes de Samarcanda en la partitura de un francés que vivió en Oriente y dibujó el tema del poema de un irlandés originario de Wexford por parte de su madre, Thomas Moore (1779-1852) que dio origen al libreto de Michel Carré e Hippolyte Lucas. 

Sin embargo, al igual que David, Moore no fue insensible a los torbellinos políticos de su tiempo, en particular a los movimientos republicanos de inspiración francesa (pero que hicieron del catolicismo una reivindicación de autonomía e identidad con respecto a la corona británica), que en 1798 habían desencadenado una revuelta de la que el condado de Wexford fue uno de los principales centros. En definitiva, una hermosa mezcla de referencias que hizo aún más deliciosa y significativa la reposición de Lalla-Roukh, opéra comique de 1862.

La historia es muy sencilla: una bella princesa tiene que casarse con el rey de Samarcanda, pero durante el viaje su corazón late por un misterioso juglar que, finalmente, resulta ser el propio soberano, deseoso de conocer libremente a su prometida y explorar sus recíprocos y genuinos sentimientos. Todo después se engalana con bailes, coplas, el romanticismo de la pareja protagonista emparejado con el coqueteo del eunuco barítono Baskir y la criada Mirza. 

El color oriental de la música de David es su especialidad y no tiene nada de falso. Al contrario, se expresa con sutilezas muy sugerentes sin caer en el cliché exótico; las páginas sentimentales están verdaderamente inspiradas y las de carácter son desentrañadas con mucho gusto. Steven White en el podio manejó diligentemente los méritos de la escritura de David. Y una vez más admiramos la versatilidad y calidad de sonido de la orquesta y el coro del Festival. Para hacer la acción más fluida para un público anglófono, la directora Orpha Phelan reemplazó el diálogo hablado con una narración en rima del actor irlandés Lorcan Cranitch. Su acento fue un poco difícil para los extranjeros, pero muy apreciado por los locales, y en cualquier caso no hubo dificultades para entenderlo porque tenía perfecto sentido en la dramaturgia y la trama, tan sencilla, se explicaba por sí misma: estamos en una panadería y los clientes se preparan para desayunar, mientras afuera un vagabundo hurga en la basura y encuentra un libro con poemas de Moore. Al leer la historia de Lalla-Roukh, los mecenas se transforman en personajes fantásticos, en una fantasmagórica mascarada teatral entre zancos y gorgueras (los decorados y el vestuario son de la talentosa Madeleine Boyd, y las luces son de D.M. Wood) para escenificar la romántica aventura de la princesa y el rey juglar. Estos tienen los rostros y las voces de la soprano Gabrielle Philiponet, de timbre persuasivo y redondez de canto, decidido y delicado como lo requiere el papel, y del tenor Pedro Bemsch, muy refinado y siempre bien timbrado en toda la tesitura y en las medias voces, perfecto en el papel de cantante enamorado. 

Agradó también el ingenioso Bashkir de Ben McAteer, tan sólido en el canto como ágil en el escenario, combinado con la no menos incisiva Mirza de Niamh O’Sullivan. Con ellos, las voces del bajo-barítono Emyr Wyn Jones (Bakbara) y Thomas D Hopkinson (Kaboul) completaron un reparto bien elegido.

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