?? Lessons en Barcelona

Escena de Lessons en Barcelona © Antoni Bofill

Febrero 26, 2021. Por suerte, hemos podido apreciar en el Liceu esta tercera (y, hasta ahora, última) ópera de George Benjamin, la más larga de su catálogo y una que cuenta con una orquesta completísima que literalmente desbordó el foso (hubo que retirar las primeras filas de platea), con texto de Martin Crimp (en una colaboración que parece estable y que recuerda a otros encuentros afortunados en el mundo de la lírica). La base la constituye la historia del rey Eduardo II de Inglaterra que en buena parte se atiene al título teatral homónimo del gran Christopher Marlowe, ‘rival’ nada menos que de William Shakespeare. Pero el final es muy distinto y se inspira parcialmente en los hechos “verídicos”. Parece claro que los temas medievales resultan congeniales a ambos autores.

El título es un verdadero programa educativo para dos de los personajes siempre presentes en el escenario, los dos (aquí) hijos del rey: un varón (que será luego su sucesor al trono, interpretado por el óptimo tenor Samuel Boden), y una niña (la más pequeña, figura de extraordinaria importancia teatral aunque siempre callada, la bravísima joven actriz, asimismo intérprete como Boden de la parte en el estreno mundial, y como casi todos los demás, Ocean Barrington-Cook) que al final de la obra demuestran haber aprendido (para bien y para mal) estas “lecciones” que versan sobre las relaciones entre el amor (incluso el sensual) y el poder político que termina aplastando al primero, si bien a un precio excesivo y que no parece justificar los medios empleados, dado que el objetivo no es muy claro ni transparente (la omnipresencia de la corona es un buen símbolo).

La música no es “bella”, y tal vez ni siquiera “fácil”, pero, aparte de una escritura sobresaliente que exige mucho a las voces pero casi nunca contra natura, y permite oír prácticamente todas las palabras (mérito poco frecuente), resulta de una expresividad dramática absoluta y angustiante (si en algún momento en el escenario parece haber algo parecido a la calma o distensión, el foso nos recuerda que nos encontramos perpetuamente en tensión y en situaciones de constante peligro): una predominante tonalidad oscura, con una percusión potente, que provoca un nudo en la garganta.

Se debe decir en este punto que la orquesta del Liceu, atenta a la batuta del director musical de la casa, Josep Pons (desde siempre un admirador y campeón de la música de Benjamin), realizó un trabajo sobresaliente, el mejor en toda esta difícil temporada… y en la pasada.

La producción fue la misma del estreno absoluto en Londres: una coproducción entre varios teatros. Es sabido que Katie Mitchell (que no vino aquí, pero dejó su espectáculo en las expertas manos de Dan Ayling) gusta de modernizar las épocas y traerlas al presente con algún detalle de época aquí prácticamente ausente. Pero, como aquí todo se ha hecho con conocimiento de compositor y libretista, las cosas no parecen forzadas: un título nuevo admite claramente un primer enfoque libre de cualquier tradición, sobre todo si se trata más bien de un pretexto para una abstracción válida en cualquier circunstancia y momento histórico. En cambio, bien ha hecho Benjamin en seguir el ejemplo de componer para voces concretas como lo ha hecho antes y como se hizo en el pasado.

Una habitación cerrada (siempre para crear una claustrofobia, más que adecuada, necesaria) se ve desde distintos ángulos, según se trate del dormitorio del rey o de la reina, de una sala en el palacio con una réplica de un cuadro de Francis Bacon, y apunta claramente a la degradación humana, con el lecho matrimonial siempre muy presente para recordarnos este “juego de tres” entre el rey —que aquí no tiene nombre—, la reina Isabel y el favorito Galveston (la piedra del escándalo y pretexto para todo, debido a sus relaciones con el rey) con un “cuarto indeseable” (salvo que la reina termina siendo su amante y cómplice, pero al oscuro, no como el trío “oficial”): el consejero Mortimer, el noble para quien hay que sacrificar todo por el gobierno y el Poder.

Los dos extremos, rey y consejero, fueron también los mismos del estreno: Stéphane Degout, un protagonista extraordinario, tal vez el mejor de todos. El tenor Peter Hoare retomó (sustituyendo al cantanate previsto) su Mortimer sin hacer de él un simple villano. Georgia Jarman tuvo el difícil deber de cantar una parte de tesitura cruel pensada para los medios infrecuentes de Barbara Hannigan, pero no hizo falta su célebre colega ni siquiera en el aspecto puramente teatral (además de ser el más difícil vocalmente, su personaje es el más ambiguo).

Por último, el bajo-barítono (más bien, barítono en este caso) Daniel Okulitch debutó en el rol del favorito y también él lo hizo muy bien. Un público numeroso (considerando la situación actual de pandemia) y muy atento aplaudió al final con convicción demostrando un gran y merecido entusiasmo.

Compartir: