Los últimos cinco años, por segunda vez en el Teatro Milán

Diego Medel y Aitza Terán en Los últimos cinco años, de Robert Jason Brown

Desde el pasado 22 de septiembre, se presenta nuevamente en el Foro Lucerna del Teatro Milán Los últimos cinco años, el tercer musical de Robert Jason Brown (1970); quizá su título más conocido. Se trata de la segunda reposición de la puesta dirigida por José Sampedro y producida por Playhouse, firma ya sólida y constante de los productores Daniel Delgado y Carlos Martínez Vidaurri.

Conocí este musical hace unos siete años, por la adaptación fílmica de Richard Lagravenese en la que aparecen los actores-cantantes Anna Kendrick y Jeremy Jordan. Independientemente de la fijación personal por ambos intérpretes, se volvió uno de mis musicales “seguros”: de esos en cuya partitura me siento cómodo, cuya historia me conmueve siempre y cuyas particularidades técnicas y estilísticas no dejan de atraerme; uno en el que siempre me siento bien arropado. Y esta nueva temporada me lo ha confirmado.

Se trata de un musical muy íntimo: en escena solo aparecen los dos protagonistas, Cathy y Jamie, contando la misma historia de (des)amor en dos líneas cronológicas distintas, ella del final hacia atrás y él del inicio hacia adelante; sólo se cruzan en un momento, a la mitad de la historia, en un dueto suficientemente emotivo. Y no hay diálogos, narrándose la historia únicamente a través de la música, sucediendo canción tras canción.

Su instrumentación es también particular: a ambos intérpretes los acompaña un quinteto justo de violín, chelo, piano, guitarra y bajo, en una partitura que me parece de lo más sofisticada en cuanto al aprovechamiento de esa pequeña maquinaria sonora, en lo que se vuelve una paleta bastante rica de texturas y colores, tratados siempre inteligentemente como vehículo dramatúrgico.

El estilo de Brown es moderno. Es uno de esos compositores que crecieron escuchando a Stephen Sondheim y, en el intento de seguirlo, probablemente de imitarlo, consiguieron crear un estilo propio más afable, enriquecido armónicamente de la posmodernidad. Consciente o inconscientemente para el autor, imagino yo otras influencias de peso en la escritura vocal, digamos los recursos operísticos de West Side Story de Leonard Bernstein, logrando un resultado mucho más orgánico, disfrutable y potente.

Es precisamente el uso de la voz, de esas líneas amplias ancladas en armonías propias, donde las catorce canciones que conforman Los últimos cinco años lo hacen un musical tan sólido desde la partitura, digerible tanto para el público que lo ha convertido en uno de culto, como para aquel que suele ver musicales clásicos o modernos, o para el operómano necesitado de potencias vocales; y para aquel que asista a una función simplemente buscando escuchar teatro, sea cual fuere el vehículo desde el que se le presente.

Lo pude ver en vivo por primera vez en 2017 en el Teatro Xola, en una versión de la producción que hoy se repone. Esa temporada sirvió para que el público teatral ubicara y reconociera en Aitza Terán a una de sus voces más potentes y educadas, pero había otros elementos que no terminaban de hacer clic: el espacio teatral era demasiado grande para un musical de cámara con estas dimensiones; este tenía que llenarse con una escenografía que resultaba sobrada, y la dirección concertadora no lograba adecuar sus decisiones de proyección vocal a las necesidades de ese espacio.

En 2018 tuvo una primera reposición en el Foro Lucerna y mi experiencia crítica me hace creer que las nuevas necesidades de espacio vinieron acompañadas de un conjunto de decisiones creativas conscientes de dirección actoral, diseño escenográfico y dirección musical que consolidaron la puesta. No exagero al decir que, al menos en los últimos quince años, pocas han tenido resultados artísticos tan contundentes.

Tras ella, una campaña de fondeo colectivo permitió el registro discográfico de esta producción mexicana, pero la pandemia pospuso su lanzamiento hasta ahora, que viene acompañado de su segunda reposición en una tercera temporada que continuará los jueves hasta diciembre, en el mismo Foro Lucerna del Teatro Milán.

Un detalle que no me parece menor y del que siempre he intentado reflexionar, fuese en este musical o en Canciones para un mundo nuevo —una especie de cantata escénica del mismo Brown que también produjo Playhouse en México—, es la diferencia de capacidades musicales, del resultado expresivo entre sus canciones para voces masculinas o femeninas. No se trata del gusto por las intérpretes a quienes escuchamos, aunque ciertamente es difícil sobresalir al lado de cantantes como la misma Aitza Terán, Majo Pérez o Paloma Cordero. Es que en verdad las canciones femeninas de Brown suelen tener diferentes potencialidades: puede ser la amplitud de sus líneas, sus cambios de registro, el manejo de intervalos en uno mismo, u otros elementos inconscientes que pasen desapercibidos.

Dicho eso, hay que recalcar que aunque aquí la Cathy de Aitza Terán sigue siendo la perfección vocal andando, o que la dirección musical es muy correcta (ahora corre a cargo de Carlos Ramírez), si algo me sorprendió de esta tercera temporada es el momento que está viviendo el instrumento vocal de Diego Medel, quien si antes brindaba un Jamie de peso actoral, ahora ofrece un espectáculo mayor en un duelo de voces que solo engrandece la potencia del duelo teatral del amor roto. Francamente espectacular.

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