Luisa Miller en Bolonia

Myrtò Papatanasiou (Luisa Miller) y Gregory Kunde (Rodolfo) en Bolonia © Andrea Ranzi

Junio 8 y 9, 2022. Luisa Miller es la historia de tres jóvenes llenos de amor y esperanza, cuyas vidas son arruinadas por sus padres, que están convencidos de que están actuando por su bien: Miller es sobreprotector y desconfiado, pero Luisa se sacrifica por él; el conde de Walter lleva a cabo su brutal ascenso al poder y compagina el matrimonio de su hijo con la duquesa Federica para garantizarle un futuro en la corte; el padre (solo mencionado) de Federica la había casado —aunque enviudó— con un duque anciano, con las mejores intenciones en términos sociales y las peores consecuencias sentimentales. 

Dos muertes y una infeliz serán el saldo de todas estas buenas intenciones paternas, entre las que se mueve el muy tonto cortesano Wurm que, incapaz de tener remordimientos, es apuñalado sin ser condenado a sobrevivir como Miller y el Conde de Walter.

Al tratar este tema privado, social y generacional, se siente que la evolución de la poética de Verdi ha alcanzado un nudo fundamental: recoge la tradición de la ópera semi-seria —muchas veces más política que otras tramas serias, de pueblos y reyes— con un drama que comienza como si fuera La sonnambula, pero que poco a poco se tiñe de Il trovatore e incluso de Otello.

Las razones para amar a Luisa Miller son muchas, y aunque esta ópera no se pueda ver todos los días (lo cual es comprensible cuando hay que reunir a seis buenos solistas, sin descuidar ningún rol) no es tan raro encontrarla en las carteleras, y cuando se encuentra y las cosas funcionan, gusta mucho. En Bolonia los aplausos fueron abundantes y estruendosos para ambos elencos en las funciones de esta nueva producción de un título esperado desde la primavera de 2020.

El montaje encargado a Mario Nanni fue en definitiva una mise en espace basada en las instalaciones de luz en las que el artista se ha especializado. Casi no hubo dirección escénica: la única idea pareció ser el rol simbólico del cetro/bastón del Conde de Walter en el conflicto padre-hijo. Sin embargo, colocado en la abstracción de luces e incluso fondos sugerentes, el minimalismo semiescénico logró ser, si no interesante, al menos fluido.

Por otro lado, la teatralidad la dio un sorprendente Daniel Oren. Nos convenció y hasta nos emocionó con este Verdi, poco habitual para él. Nos recordó su verdadero talento, y ese instinto que no se abandonó a la extroversión, sino que restituyó el matiz, el dramatismo y la dinámica a Luisa Miller. Hacía tiempo que no oíamos a Oren tan convincente, incluso a la hora de galvanizar la actuación de la orquesta y el coro (bien preparado por Gea Garatti).

Los dos elencos —que se alternaron— contaron cada una con una punta de lanza, la veterana atemporal y la estrella en ascenso. 

El 8 de junio, Luisa fue Marta Torbidoni, que conoce la dimensión del bel canto y sabe cómo enunciarlo en el lenguaje verdiano: peso vocal adecuado, emisión suave, carácter y variedad de acentos. Supo ser inocente, incluso ingenua, sin perder fuerza. En torno a ella gravitó Giuseppe Gipali, muy válido como Rodolfo, seguro, incisivo, bien equilibrado. También estuvo muy bien Leon Kim, que a veces tendió a subrayar demasiado, y corrió el riesgo de no dosificar a la perfección su fuerza, pero presumió un timbre noble y dicción clara (excelente el cantabile ‘Sacra la scelta è d’un consorte’). Finalmente, Federica fue Sofia Koberidze, eficaz y elegante en el dúo del primer acto y en el cuarteto del segundo.

El 9 de junio sobresalió como Rodolfo Gregory Kunde, que ahora aparece como un milagro viviente, pero que despertaría igual admiración, aunque no supiéramos que ya tiene 68 años de edad. Su squillo y la expansión de su voz destacaron por encima de sus colegas. Mostró una unidad de color y articulación, y al mismo tiempo naturalidad, al servicio de un personaje auténtico, complejo, atormentado, desde la atónita concentración del aria hasta los furiosos arrebatos de invectivas o a las declamaciones sopesadas al arte. Myrtò Papatanasiu expresó bien la delicadeza y la fragilidad de Luisa sin sortear algún escollo en tan insidiosa parte. Franco Vassallo como Miller, tuvo de su lado la confianza idiomática de nativo experto, pero a veces su bravuconería en el registro agudo lo llevó a excederse. Martina Belli fue una Federica sofisticada y sensual en su papel corto pero crucial. 

El día 9 se esperaba también a Marko Mimica, como el conde de Walter, pero fue sustituido por un efectivo Abramo Rosalen. En todas las representaciones, Gabriele Sagona fue un Wurm de gran valor tímbrico y acentuado, Veta Pilipenko relevó a la esperada Eleonora Filipponi como Laura y destacó por su hermosa voz melosa, a pesar de que su parte es tan pequeña. El granjero fue Haruo Kawakami. 

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