Macbeth en Trieste

Escena de Macbeth en Trieste © Fabio Parenzan

Enero 27, 2023. La obertura de Macbeth, que el director Henning Brockhaus y el escenógrafo Josef Svoboda proponen en un mundo gris, una piedra pétrea o algo similar, sobre la que por momentos aparecen muchas calaveras apiladas unas sobre otras y sobre las cuales fluían ríos de sangre, nos mostró inmediatamente el trazo de la obra. Son imágenes que lo abarcan todo, hasta las brujas, bailarinas, mimos y acróbatas que se mueven sobre el escenario para representar esa dimensión onírica, como la define la coreógrafa Valentina Escobar. 

Todos mueren en Macbeth, no hay lugar para la esperanza, excepto en el final que veremos más adelante. Se matan unos a otros como animales descarrilados. Lady Macbeth es un monstruo que obliga a su marido a hacer cosas que él no quiere. Su relación es una suerte de recitar cantando con un gemido fatal, o al menos así la define el director musical Fabrizio Maria Carminati. La obra de Verdi, tomada del drama homónimo de Shakespeare, crece en un momento de gran fermento y este texto es un pretexto al que el compositor se adhiere perfectamente. 

A principios de 1846 el compositor de Busseto fue llamado por el Teatro della Pergola para un nuevo encargo. Verdi había sido empujado por el empresario del teatro florentino, Alessandro Lanari, a poner en escena una obra fantástica y para él elegir Macbeth de Shakespeare era una elección obligada. Habría tenido entonces a su disposición a dos cantantes de la época, Sophie Loewe y al barítono Felice Varesi, muy conocidos por sus dotes interpretativas. 

Giovanni Meoni (Macbeth) y Silvia Dalla Benetta (Lady Macbeth) © Fabio Parenzan

En esta edición de Trieste, la soprano Silvia Dalla Benetta fue Lady Macbeth. A la gran vocalidad alcanzada en madurez por esta soprano, que hemos visto crecer y cambiar a lo largo de los años, se añade una carga interpretativa impresionante. Responde a la perfección a los requisitos que Verdi planteó para este personaje. Dalla Benetta filtró con fuerza la maldad y la perversión que anima a Lady Macbeth, y mostró con fuerza la codicia del poder absoluto, negando a cualquiera la posibilidad de contenderla. 

El Macbeth del barítono Giovanni Meoni fue inquieto, decidido a seguir las sugerencias de su mujer, aunque con la necesaria dosis de cobardía. Su dicción al cantar fue perfecta, y eso es exactamente lo que necesita el canto susurrado, donde la palabra tiene una importancia estratégica. Su presencia escénica sostuvo la interpretación de la pareja malvada. Una pareja que no tendrá ni una sola nota de bel canto —recuerda el director Henning Brockhaus, que considera la obra una reflexión sobre nuestros lados más oscuros—, Verdi y Piave hablan de nuestras perversiones, de la sed de poder, de la frustración de Lady y Macbeth que en el aburrimiento buscan nuevos estímulos. 

Todos son asesinos: Duncan y Banco entran en escena tras matar a un soldado. La música es un lenguaje simbólico, de nuestros sueños, no es lógica sino simplemente una expresión de dolor o alegría. Una violencia sin escapatoria, decían, a la que también se opuso el pueblo, oprimido por tanta crueldad. Representado por el coro, lo vimos en el escenario dando vueltas cantando: ‘Patria oppressa! il dolce nome di madre aver non puoi’. 

El vestuario de Nanà Cecchi está hecho de fieltro cortado en bruto, vagamente inspirado en el mundo asiático de Kurosawa, como pretendía el director; no vinculado a una época, sino referido a un tiempo de hace mil años, así como al futuro. Gris con los únicos rastros de rojo sangre pintados en la tela. La esperanza de la paz llega en el cuarto acto cuando Macduff entona. ‘O figli, o figli miei! da quel tiranno tutti uccisi voi foste…’. La interpretó Antonio Poli, que hizo gala de una hermosa voz de tenor. Concluyó el aria ‘…possa a colui le braccia del tuo perdono aprir’ con una larga nota aguda que desencadenó un estruendoso y merecido aplauso del público. 

El espacio más importante de la obra Verdi se lo dio al coro, excelentemente dirigido por Paolo Longo, y más precisamente a la parte femenina que interpretó a las brujas. El director les impuso movimiento y fuerte presencia escénica, y presagiando el futuro cantaron: ‘Tre volte miagola la gatta in fregola, tre volte l’upupa lamenta e ulula, tre volte l’istrice guaisce al vento…’, lo que Macbeth imitó preguntando ‘Ch’io sappia il mio destin’. Tres números mágicos o demoníacos, como tres fueron las brujas, o más bien un múltiplo de ellas, y tres son las profecías. Sin embargo, el destino haría justicia a un dios vengador, matando a la cruel pareja. 

La orquesta del Teatro Verdi, dirigida por Carminati, es la que mejor expresó sobre todo aquellas partes corales que son la fuerza de esta obra. En escena estuvieron también los excelentes Dario Russo (Banco), Cinzia Chiarini (la dama de Lady Macbeth), Gianluca Sorrentino (Malcolm), Francesco Musino (el Doctor) y de nuevo Damiano Locatelli, Giuliano Pelizon y Francesco Paccorini, con la participación del Coro I Piccoli Cantori de la Ciudad de Trieste, dirigido por Cristina Semeraro.

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