Madama Butterfly en Sevilla

Escena de Madama Butterfly en el Teatro de la Maestranza de Sevilla

Octubre 6, 2021. La temporada operística sevillana inició con uno de las óperas más queridas por el público, Madama Butterfly, hasta el punto de ser la tercera más representada en el mundo de su autor, Giacomo Puccini, solo detrás de La bohème y Tosca. Después de ver una función de Butterfly es difícil imaginar que el día de su estreno fuese un fracaso y que Puccini haya tenido que hacer hasta cinco versiones, retocando aquí y allá hasta dar con la fórmula que le ha llevado al éxito.

El Teatro de la Maestranza presentó la propuesta escénica firmada por Joan Anton Rechi, que se estrenó en la Deutsche Oper am Rheim de Duisburg en 2017, y ese mismo verano en el Festival de Peralada. Hay, como en todo, partes débiles, pero en general funciona y es estéticamente atractiva. Trasladada la acción a la Segunda Guerra Mundial, el primer acto nos sitúa en el interior de una gran sala hipóstila, que es el consulado estadounidense, en el que vemos durante el breve preludio el matrimonio de una japonesa y un ciudadano norteamericano. Y posteriormente pasamos a la transacción comercial de Pinkerton y Goro, en la que se hace con la casa y la joven Cio-Cio-san. 

La plataforma giratoria sobre la que está montada la escenografía, diseñada por Alfons Flores, dinamiza los movimientos del coro, solistas y cambios de espacio. De pronto ya estamos en el dormitorio de la pareja y tras el dúo de amor que marca el fin del primer acto se escucha el mensaje por la radio del presidente Roosevelt en el que declara la guerra a Japón, tras el ataque a Pearl Harbor (en diciembre de 1941) e inmediatamente se escuchan aviones sobrevolando y la explosión de las bombas atómicas (el 6 y 9 de agosto de 1945) sobre Hiroshima y Nagasaki, respectivamente. 

En el segundo acto nos encontramos a la protagonista y su fiel servidora Suzuki viviendo en las ruinas del consulado estadounidense. Es el lugar de la esperanza para Cio-Cio-san. En la lírica la hiperrealidad es imposible, con esas muertes o despedidas cantadas de enamorados que duran 10 minutos. Así que miramos para otro lado en cuestiones como concordancia temporal: las bellas flores que encuentran estas jóvenes entre los cascotes del edificio derruido y la propia vida misma en un espacio que suponemos era inhabitable. La idea funciona y trae otra manera de contarnos una historia que pide ser contada desde diversos puntos de vista. 

El vestuario de Mercè Paloma se ve lujoso y en las coordenadas del conjunto de la propuesta y el diseño de iluminación de Alberto Rodríguez contribuyó en la creación de las atmósferas adecuadas.

La pareja protagónica fue encomendada a la soprano albanesa Ermonela Jaho y el tenor Jorge de León, a quienes había visto interpretando los mismos personajes en una producción del madrileño Teatro Real, también en 2017. Han pasado cuatro años y en este 2021 hallé en ambos que los aspectos negativos se acrecientan y los positivos van disminuyendo. 

Jaho es una estupenda cantante, que ha explotado su cualidades de actriz para compensar una voz ciertamente limitada, y esa combinación la ha llevado al éxito. Sin embargo, su voz es escasa de atractivo tímbrico y del caudal apropiado para esta personaje, y en los extremos de su tesitura es más evidente. Desde su entrada en escena, acompañada por el coro de amigas y familiares femeninas, Cio-Cio-san debería marcar la diferencia con ellas con solo abrir la boca, y aquí no sucedió. 

De León ha conseguido su marca personal con una voz robusta, vibrante y brillante. Los agudos los remata sin problemas y en general su material vocal es de gran calidad. Un gran Pinkerton si solo queremos ver el lado más canalla del personaje. Pero es cierto que el personaje tiene detalles líricos que a De León se le escapan, instalado en el forte y con un fraseo sin pulir. Las atmósferas primorosas que Puccini les crea a ambos personajes me hicieron imaginar eso que tanto asusta a Cio-Cio-san: una mariposa atravesada por un alfiler y clavada en una tablero. De León apareció como sustituto “de última hora” del previsto tenor franco-tunesino Amadi Lagha, sustitución difícil de entender vista desde afuera, si se tiene en casa a otro tenor (Enrique Ferrer) que encarnaría el personaje en la tercera función. 

El Sharpless de Damián del Castillo fue tan gris en términos generales que pasó a un discreto segundo plano. Los decibelios de la orquesta a menudo sepultaron sus partes. Es un barítono lírico, elegante pero un tanto plano en su implicación actoral. La mezzosoprano Gema Coma-Alabert construyó una Suzuki muy profesional como sirvienta, con suficiente volumen y potencia, empastada con naturalidad con Jaho en el dúo de las flores. 

El tenor Moisés Marín fue un Goro bien delineado: servil, taimado y un tanto retorcido. Aprovechó cada frase para dar relieve al personaje. Buen trabajo de todos los cantantes que se encargaron de los secundarios, especialmente el tío Bonzo de Pablo López-Martín.  

En el foso, Alain Guingal demostró que se puede hacer de la grandilocuencia algo casi rutinario. Llevó a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla por senderos trillados pero seguros. No buscó efectismos sino compaginar con el escenario aunque —como ya mencioné— el volumen excesivo no fue el mejor apoyo para los cantantes. El Coro Teatro Maestranza mostró su gran valía en todas sus intervenciones.

El público, con la capacidad de butacas abiertas al 100%, aplaudió con entusiasmo a todos los artistas que comparecieron en los saludos finales. Se notaba la sed de ópera y esta estupenda función fue como el agua de mayo.

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