Mignon en Lieja

Stéphanie d’Oustrac (Mignon) y Philippe Talbot (Meister) © J. Berger

Abril 4, 2022. La ópera Mignon de Ambroise Thomas se estrenó en el teatro de la Opéra-Comique de París en 1866. Fue ésta la obra que más éxito tuvo de las muchas que compuso Thomas, alcanzando no menos de 1,500 representaciones, más de 1,000 en París, antes del final del siglo XIX. La pieza fue casi totalmente olvidada en el siglo XX.

El argumento de la obra proviene de fragmentos de la novela de J.W. von Goethe Años de aprendizaje de Wilhelm Meister, de la que también otros compositores —Franz Schubert, Robert Schumann, Hugo Wolf— habían ya sacado o sacarían provecho en el futuro. El libreto fue obra de los libretistas entonces famosísimos Jules Barbier y Michel Carré, autores del libreto de Faust de Charles Gounod, inspirada de la pieza teatral del propio Goethe. 

La música de Ambroise Thomas, de factura armónica y brillante, totalmente académica, muy melódica y afín al estilo de la opéra-comique, muy en boga en Francia durante la segunda parte del siglo XIX. Dicho género contiene diálogos hablados y recitativos que permiten acelerar la acción dramática entre dos canciones (magnificas todas ellas en este caso) como es el caso con la zarzuela hispánica.

Mignon es una bella muchacha enrolada por una familia de funámbulos vagabundos y maltratada por ellos. Wilhelm Meister, un joven rico y un tanto bohemio se apiada de ella y mediante el pago de un rescate la libra del yugo su supuesta familia. La chica se enamora de su libertador quien, desinteresado por ella está, bien al contrario, embobado por Philine, una actriz de costumbres ligeras. Finalmente Mignon, que resulta ser la hija del marqués Cipriani, raptada cuando niña, reencuentra a su padre y también el amor de Wilhelm que ha abandonado definitivamente a la actriz casquivana. Cuando ya todo parece estar solucionado, Mignon, incapaz de soportar un último desafío —real o imaginado— de la bella Philine, muere plácidamente en brazos de su amado. 

Frédéric Chaslin, al frente de la orquesta de la casa, dio de la obra una lectura clara, precisa y justa. No se anduvo por las ramas, ni cayó en la tentación de añadir pathos en los múltiples momentos de emoción del cuento. Interesado particularmente por las líneas melódicas de la partitura, asistió a los cantantes ocasionalmente, adaptando el ritmo y/o el volumen instrumental a las dificultades pasajeras de sus voces, sin perder de vista las dimensiones de la sala. 

La puesta en escena imaginada por Vincent Boussard logró crear la duda entre lo que era realidad de la vida (de los itinerantes en particular) y el espectáculo que iban ofreciendo a sus públicos en el curso de sus desplazamientos. Con no muchos medios materiales —la escenografía de Vincent Lemaire, bien realzada por la iluminación de Nicolas Gilli— el director de escena logró crear un espacio creíble para situar la inverosímil acción. 

Jean Teitgen (Lothario) © J. Berger

Stéphanie d’Oustrac en el papel principal centró la atención del público desde su primera intervención. Sus decires de timbre cálido, emisión serena y nítida, de volumen justo y pronunciación perfecta, contribuyeron no poco a perfilar una joven vida construida a base de adversidades y, en definitiva, de una gran soledad en compañía. En una palabra: permitieron al complejo personaje existir y, en particular, la artista consiguió crear un momento sobrecogedor en las escenas finales de la sórdida historia.

Jodie Devos (Philine), en un papel totalmente opuesto al de Mignon, se desenvolvió con un soberbio desparpajo en el escenario. La artista campeó el personaje moralmente más que dudoso con ciencia y arte, con ganas de quedar bien. El público se lo premió con una salva de aplausos a la conclusión de la célebre polonesa ‘Je suis Titania la blonde’ que cantó con audacia vocal y física también.

Philippe Talbot vistió el traje de Wilhelm Meister con la arrogancia y la seguridad en sí mismo que daban a su personaje su fortuna y su juventud. Se dirigió siempre a sus comprimarios con altivez no exenta de dureza incluso frente a la propia Mignon (excepto en el acto final). Su voz firme con algún metal en el agudo, viril, de amplio espectro, dio una versión verosímil del joven despreocupado. Solamente su uso del rubato diluyó algo la línea melódica de sus canciones. 

El volumen (sin esfuerzo aparente) y la claridad de la emisión de Jean Treitgen (Lothario) dieron la dimensión real del personaje —el marqués de Cipriani al final del cuento—, desde un buen principio. Completaron el reparto, muy a la altura de las circunstancias, Geofrey Degives, bien encarnado en Fréderic, el rival de Wilhelm en la estima de Philine; Jérémy Duffau como Laërte, muy convincente en el rol del artista; y Roger Joakim, una gran presencia como el malvado Jarno.

El coro de la casa, bien preparado por Denis Segond y muy bien vestido por Clara Paluffo Valentini, cumplió ampliamente su cometido. 

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