Montezuma en México

Guadalupe Paz como Montezuma en Bellas Artes © Arturo López

Septiembre 26, 2021. Después de más de año y medio de actividades líricas suspendidas, como medida sanitaria de cara a la pandemia de Covid-19, la ópera regresó a Bellas Artes. Aunque el ayuno se rompió parcialmente en semanas anteriores con alguna gala de concierto de escasa duración, la presentación semiescenificada de Montezuma del compositor alemán Carl Heinrich Graun (1704-1759) ha marcado el retorno formal del espectáculo sin límites al recinto de mármol, con funciones ofrecidas los días 23, 26 y 28 de septiembre, además del 3 de octubre de este 2021.

Montezuma de Graun es una tragedia musical en tres actos que fue estrenada originalmente el 6 de enero de 1755 en Berlín, Alemania, y presentada por primera vez en México el 8 de octubre de 1992, justo en el Teatro del Palacio de Bellas Artes. Se inspira en la Historia de la conquista de México (1684) de Antonio Solís y Rivadeneyra (1610-1686) y cuenta con un libreto en italiano de Giampietro Tagliazucchi, tras el francés original escrito por Federico el Grande de Prusia.

A la usanza de tantas obras que se interesaron por plasmar en la escena lírica diversos paisajes socioculturales distantes y que a sus autores sólo les fueron conocidos por fuentes indirectas y por ello mismo distorsionadas, Montezuma es una aproximación musical exótica, ficticia y en ciertos momentos ingenua, con amplio relleno de la imaginación, a un episodio por lo demás tratado en numerosas ocasiones en el quehacer operístico (Antonio Vivaldi, Gaspare Spontini, Lorenzo Ferrero, Wolfgang Rihm y más) de la historia de México.

Para este nuevo ciclo de presentaciones, celebradas en el marco de los 500 años de resistencia indígena frente a la invasión española (proceso histórico en revisión conceptual, tanto como el rol de sus protagonistas, que antes se conocía simplemente como la Conquista de México), se contó con la propuesta de semiescenificación de Ruby Tagle y la dirección concertadora de Iván López Reynoso, en su primera ópera completa como director titular de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes. 

Como maestro del Coro se invitó a Carlos Aransay; de la escenografía e iluminación se encargó Jesús Hernández, mientras que del vestuario hizo lo propio Carlo Demichelis y del maquillaje y peinados Cinthia Muñoz.

Solistas, coro y orquesta en Montezuma © Arturo López

Para cumplir con las condicionantes sanitarias en aras de reducir el riesgo de contagios en la actual pandemia, la orquesta y su director no actuaron en el foso, sino a nivel del escenario, al frente. El concepto escénico de Tagle incluyó plataformas al fondo, por las que se desplazaron los cantantes, con movimientos más bien ritualizados-antinaturalistas (simbolismos a través de los brazos y las manos, andar en cámara lenta). 

La idea para resolver las circunstancias escénicas funcionó, en la medida de que el público sí vio y escuchó a los intérpretes. El riesgo visual y auditivo de ser cubiertos se exorcizó. A ello abonó un control de volumen de López Reynoso, quien hizo fluir un sonido claro y rítmico a lo largo de la obra.

El pulso y el balance de López Reynoso no fueron las únicas cualidades mostradas, ya que también pudo apreciarse cómo su batuta extrajo luminosidades de las cuerdas, así como relieves y matices dramáticos pero sutiles en el conjunto, lo que es de agradecerse para que cierta monotonía melódica propia del periodo barroco no se apoderara de la interpretación. Por el contrario, la articulación elegante y la vivacidad sonora tomaron vuelo desde la orquesta.

Del reparto, destacó la participación de la mezzosoprano Guadalupe Paz en el rol del emperador de México, Montezuma. Acaso fue la cantante que mejor comprendió el estilo de la obra y por ello su voz se proyectó cubierta de un timbre esmaltado, con la que sorteó las agilidades y demás ornamentaciones de su papel, evitando la emisión abierta, el exceso temperamental o la recargada romantización del fraseo. Gracias a ello, su canto mostró una distinguida musicalidad, que no se advirtió del todo en sus compañeros de elenco. 

De la misma forma, la soprano Karen Gardeazabal como Eupaforice, reina de Tlaxcala, tuvo una actuación convincente, determinada por su histrionismo y canto expresivo. Las también sopranos Arisbé de la Barrera (Erissena), Akemi Endo (Pilpatoè) y María Caballero (Tezeuco) mostraron entrega y bellas voces, si bien un trabajo estilístico más intenso y riguroso habría sido apetecible. Los tenores Jesús León como Ferdinando Cortes y Enrique Guzmán en el rol de Narvès redondearon un elenco en más de un sentido joven y pujante, como corresponde a toda nueva generación que en el mejor de los casos se desarrollará y consolidará sus cualidades.

Aunque no hubo propiamente una escenografía, fuera de las plataformas plantadas en una cámara negra, el vestuario en colores claros y un trazo de movimiento constante, la propuesta logró recrear la ficción de los hechos de esta obra, ya ficcionados de origen en su aspecto histórico. 

El público asistente “abarrotó” el 30 por ciento del aforo permitido en el Teatro del Palacio de Bellas Artes y se dio por bien servido. No sólo porque pudo regresar a escuchar ópera en vivo en uno de los recintos emblemáticos del país, sino porque sobre el escenario, si bien en llamas y saqueado, lució un México operístico en esplendor.

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