Norma en Nueva York

Escena de la producción de Norma de David McVicar para el Met de Nueva York © Ken Howard

Marzo 22, 2023. Esta ha sido la penúltima función de la temporada, en la que se ha repuesto la producción de David McVicar de 2017-18. Es sabido que hasta más o menos 1815, la mayoría de las óperas serias italianas estaban basadas en libretos inspirados en la historia antigua o en la mitología clásica. A diferencia de lo que ocurre en nuestro tiempo con la abrumadora programación de obras de repertorio, las temporadas se recargaban fuertemente en estrenos. 

A una década de la muerte de Vicenzo Bellini (1801-1835), el corresponsal del Allgemeine Musikalische Zeitung reportaba que en aproximadamente esos diez años se habían montado en Italia alrededor de 350 nuevas óperas y más de 130 compositores habían debutado en los teatros de la península. En este sentido, el estreno de una nueva ópera de Bellini en diciembre de 1831 no hacía sino confirmar su ascendente carrera, la fructífera colaboración con el libretista Felice Romani, y un probable nuevo éxito de la soprano Giuditta Pasta. 

Salvo que la trama se apartaba del mundo mediterráneo y de los cánones grecolatinos, y la música se alejaba más y más del estilo rossiniano. Entre los antecedentes literarios, se encuentra Les martyrs (1804), de François René de Chateaubriand (1768-1845), el autor de las aleccionadoras Memorias de ultratumba y quien adaptó el personaje de Velleda, una sacerdotisa legendaria como protagonista de una épica en los límites noroccidentales del imperio romano.

Además de Medea de Cherubini (1760-1842) —incluida por el Met en su programa de esta temporada— un importante antecedente  operístico es, desde luego, La vestale, compuesta por Gaspare Spontini (1774-1851) para la Ópera de París en diciembre de 1807, sobre un libreto de Étienne de Jouy.

Entre los antecedentes teatrales, en el propio año del estreno de Norma, pero en abril (1831), en el Teatro de l’Odéon de París se estrenó la tragedia Norma ou l’infanticide, de Alexandre Soumet (1786-1845); gran éxito del que Romani debe haber sabido, como lo supo Bellini pues escribió a Giuditta Pasta —que entonces estaba cantando en París— que tratara de adquirir los figurines empleados en la puesta en escena.

Antes, en 1821, el propio Romani había escrito el libreto para una ópera, La sacerdotessa d’Irminsul, con música de Giovanni Pacini (1796-1867), estrenada en el Teatro Nuovo de Trieste. Las similitudes entre esa sacerdotisa, Romilda, y la inminente Norma malquistaron a Pacini, quien quedó convencido de que el libreto que utilizaría Bellini era un mero «refrito» del que él había encargado a Romani diez años antes. Ello podría explicar el escepticismo con que fue acogido el final del primer acto en La Scala y los abucheos al término del estreno, que Bellini creyó alentados por la claque patrocinada por la condesa Giulia Samoyloff, protectora y amante de Pacini. Norma acabó presentándose más de 20 veces en su primer año y antes de tres había conquistado a los públicos italianos, así como a los de París y Londres. 

Romani tenía la formación y el talento suficientes como para «refritearse» a sí mismo. Había sido un respetado profesor de estudios clásicos en la Universidad de Génova y entre 1809 y 1825 fue coautor (con un Dr. Antonio Peracchi) de un Dizionario d’ogni mitologia e antichità… en seis volúmenes, de modo que su interés por otras civilizaciones, creencias y costumbres tenían raíz y conocimientos sólidos. Más aún, en los siguientes 25 años escribiría 80 libretos, la mayoría para Milán y fue el libretista de ocho óperas de Bellini. 

En todas las funciones de esta temporada del Met estaba anunciada la soprano búlgara Sonya Yoncheva, pero ha debido ser sustituida por la australiana Helena Dix, especialista en bel canto. Y aquí cabe reiterar una acotación de todo público: al asistir a un espectáculo de artes escénicas, es común que el espectador anticipe el elenco, las voces, las actuaciones, las ejecuciones. Ello genera una expectativa determinada. Pocas cosas resultan más frustrantes para el público que ha elegido cierto elenco, cierta interpretación, que toparse con una sustitución de último momento. Ello es especialmente delicado en el reemplazo de directores, solistas y cantantes, por lo que un casting adecuado debiese considerar incluso a los stand-outs. 

Uno de los desafíos mayores de Norma es su primer aria, ‘Casta diva’: gran sortita si las hay. Se cuenta que Giuditta Pasta se rehusó en un inicio a cantarla pues su voz se acomodaba mal a la tonalidad de Sol mayor en que estaba escrita. Bellini le pidió ensayar el aria una semana, ofreciendo a cambio hacer modificaciones si no la convencía. Quizá a ello se deba la trasposición usual a Fa mayor. El caso es que la Pasta acabó siendo asociada a la imagen y el cantabile de ‘Casta diva’. 

Acaso la suerte de toda función de Norma queda cifrada en los minutos de su duración. Bellini nos ha preparado inflamando con su música los sentimientos de libertad de los druidas, su anhelo de lucha y su disposición a ofrendar su vida para sacudirse la égida romana. La expectación aumenta cuando Oroveso, el gran sacerdote y padre de Norma, anima a convocarla y urgir su consejo. Cuando Norma aparece en escena, ya es líder y guía, vínculo sagrado entre el pueblo y su destino. Pero a la vez, secretamente ha traicionado sus votos de castidad y es madre de los hijos del procónsul de los invasores, a quien todavía ama y desea proteger. ‘Casta diva’ debe dar cuenta de todas estas emociones y del enorme conflicto interno de Norma. 

Helena Dix la cantó con insuficiente seguridad tanto vocal como escénica y su dicción, poco clara, extravió varias palabras y debilitó su sentido. Bien hacía el director Tulio Serafin en pedir a Maria Callas que antes de comenzar a ensayar el canto fuese capaz de declamar sus partes cuidando el fraseo y la intención de cada oración.

Por fortuna, a lo largo de la noche la australiana fue creciendo y logró una buena proyección de la solidaridad que siente Norma con Adalgisa, así como de la evocación nostálgica de su propio enamoramiento en el dueto ‘Ah! sì, fa core e abbracciami’, y cerró el acto combinando con eficacia el vehemente señalamiento a Pollione en el terceto, al tiempo que exaltaba su furia e indignación en ‘Vanno, sì: mi lascia, indegno’. 

Christian van Horn (Oroveso) y el Coro masculino del Met © Ken Howard

En el segundo acto, Dix se mostró más dueña de la escena y de su papel. En ‘Teneri, teneri figli’ supo imprimir dramatismo al tremendo dilema de quitar la vida a sus hijos o dejarlos vivir condenados al oprobio para acabar abrazándose al amor maternal. Acaso su mejor momento llegó con el dueto ‘In mia man al fin tu sei’ y el tour de force que sigue hasta el final fue bien correspondido por el coro, por un Oroveso gallardo y sensible, del bajo barítono norteamericano Christian Van Horn y, en especial, por el tenor también estadounidense Michael Spyres, quien transmitió convincentemente tanto la autoridad dominadora de Pollione, como su ciega pasión por Adalgisa, hasta su arrepentimiento final para morir junto a Norma.

La mezzo soprano rusa Ekaterina Gubanova, que al inicio de esta temporada ya había sobresalido como Neris en Medea, confirmó su jerarquía ofreciendo una Adalgisa de una bella musicalidad y exacto desempeño escénico. Fue una leal colega de la soprano y alcanzó momentos brillantes como en la rica coloratura que comparten antes de ‘Si, fino all’ore estreme’, para proclamar su amistad. Brittany Olivia Logan, miembro del Programa Lindeman de Desarrollo de Jóvenes Artistas, fue una apta Clotilde. 

La orquesta del Met hizo honor a la partitura de Bellini, creando un entorno melódico  bien fuese misterioso para el inicio de la trama, heroico al expresar el afán guerrero de los druidas, o bien conmovedor y estrujante en el desenlace del drama. El director Maurizio Benini condujo con fidelidad la obra, brindando apoyo y respeto a los cantantes y manejando los tempi con precisión. No por nada ha dirigido más de 200 funciones en el Met y es hoy uno de los directores más buscados para las óperas de Bellini.

El coro, soberbiamente dirigido por Donald Palumbo, encarnó ese personaje colectivo que son los druidas y cuya fuerza interpretativa es tan necesaria para una  satisfactoria Norma. La producción, concebida por McVicar con los alardes propios de Broadway y la capacidad para sorprender al público —del que arrancó una ovación—, nos persuade del uso acertado de los recursos tecnológicos. Y junto con la dirección escénica, ceñida al libreto, nos recuerda la importancia de respetarlo: ahí están el bosque sagrado de los druidas, la morada de Norma, el templo de Irminsul. Ahí están también la hoz dorada, la piel de oso que cubre a los hijos, el velo negro que se impone a Norma antes de su martirio final o la preparación, tronco a tronco, de la pira que consumará su castigo y todo —todo— sirviendo a la música. 

Una palabra final: Norma es sacerdotisa pero también mujer de su hogar. Es hija pero también es madre, aunque en secreto. Es líder pero sabe admitir su culpa. Sabe ser ejemplo y mandar pero ha consentido en entregarse. Sabe ser guía pero abriga dudas. En breve, Norma es un ser humano con las virtudes y complejidades de la mujer de todos los tiempos. Pienso que hoy Norma estaría al lado de las mujeres que se rebelan, que exigen su lugar y el respeto absoluto a su ser, su dignidad, sus plenos derechos. Norma marcharía y protestaría cada 8 de marzo.

Compartir: