Œdipe en Berlín

Escena de Œdipe en Berlín © Monika Rittershaus

Septiembre 7, 2021. Hay grandes obras que son poco conocidas y que por su tema es muy probable que permanezcan en la periferia del repertorio. Œdipe es una de ellas, pero si hay que guiarse por los últimos años, varios teatros importantes han decidido poner nuevas producciones. La Komische Oper berlinesa no necesita justificación para ponerla, ya que su repertorio la obliga a presentar obras de este tipo, donde la acción teatral es de tal importancia que la obra se convierte en algo especial: ópera como teatro, el género mas difícil de todo el repertorio. 

Todos conocen la historia de Edipo. En este caso, el compositor rumano George Enescu incluye el exilio de Œdipe acompañado de su hija Antigone. Al comienzo de esta nueva producción de Evgeny Titov el protagonista es un niño que es testigo de su futuro: la acción y la historia de Œdipe se desarrolla frente a sus ojos. La obra se presenta en forma continua, la acción cada vez más intensa y cada vez más terrible. Titov usa un escenario único de paredes grises, con dos entradas a cada costado, y desde allí aparecen o desaparecen los personajes. Sobre un borde interior de estas paredes reposan o sufren muchos de ellos. Algunos tienen vínculos con las fábulas griegas, otros con cuentos rusos como el tonto que ríe porque ve la realidad que otros no ven. Pero estos personajes , como Laïos, mueren en forma cruel mostrando sus intestinos, Jocaste da a luz sobre el escenario… 

Todos los personajes se agrupan en forma distorsionada, grotesca, mientras en el centro del escenario se ve a Œdipe viendo la acción a su alrededor sin poder frenarla. No es un espectáculo para quienes sufren del estómago, sino una visión cruel y torturada de una historia que se conoce, pero no está bien explorada en esta forma. 

Titov triunfa con una producción que require actores/cantantes de primera línea, en la mejor tradición de esta casa. En el rol protagónico, que en esta producción permanece en escena todo el tiempo, se tuvo a un cantante/actor sensacional, Leigh Melrose. La obra se dio en su original francés y Melrose agonizó en cada escena, viendo cómo su destino se mostraba sin que él pudiera evitarlo. Una creación impecable, llena de virtuosismo, por parte de un cantante que interactuó con cada personaje y con cada situación. Llegada la escena final, fue un alivio saber que su hija lo guió hacia una especie de tranquilidad. 

Jocaste fue Karolina Gumos, esbelta, seductora; Christoph Späth fue el Laïos desentrañado; Jens Larsen presentó una imponente creación como Tirésias; Mirka Wagner fue la consoladora y fiel Antigone. El coro de la casa, renombrado como ningún otro, rellenó cada recoveco de este espectáculo con una actuación muy detallada, y el joven director Ainär Rubikis dirigió una de las más exquisitas composiciones de Enescu con profundidad y cariño, y con suprema atención al fraseo y al detalle orquestal. Más no se puede pedir.

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