Otello en Trieste

Escena de Otello en Trieste © Fabio Parenzan

Noviembre 4, 2022. «No es un drama de celos…», dijo el director Giulio Ciabatti en la conferencia de presentación de Otello, organizada en el Teatro Verdi de Trieste: los celos son solo la apariencia, pero la escritura musical nos lleva lejos, a un lugar donde no hay justicia social y ni siquiera justicia divina. Giuseppe Verdi reinventa el teatro clásico y traiciona a Shakespeare (corta todos los antecedentes presentes en la tragedia del Bardo, que muestran lo poco que se aprecia la unión entre el moro y la joven veneciana), hace huir a Iago y no lo mata a él. Y la ironía de lo trágico impregna toda la obra. 

En toda historia hay un mal héroe, Iago traduce un problema político a nivel personal: cuestionar la inocencia y la pureza de Desdemona y Otello. Aquí asistimos a la disolución del héroe, la apariencia supera a la realidad, un concepto mucho más importante y actual. Y luego está la cuestión de la respetabilidad de Cassio: ¿a qué estamos dispuestos a renunciar en nombre de la respetabilidad, en nombre de la apariencia? 

Desdemona no es víctima de feminicidio; estos temas actuales nada tienen que ver con Verdi y Shakespeare. Recita su credo de piedad por la debilidad y la locura humana, pero exonera al moro antes de morir. Lo divino permanece invisible, oculto, incomprensible, inaudito; Verdi muestra solo un atisbo de lástima por alguien que recita un guión que otros han escrito. Es la edad avanzada la que apaga las grandes pasiones que habían caracterizado la obra del compositor de Busseto, que ahora hace gala de una mayor comprensión de la dinámica humana, sin la esperanza de los ideales juveniles, con la resignación que inevitablemente arrastra la madurez, una triste y oscura resignación, como le sucedió a Rossini, que durante muchos años no dio señales de vida artística para luego culminar su experiencia operística con Guglielmo Tell.

Ciabatti fue criticado por algunos por la elección de los escenarios vacíos e iguales para todos los actos: “Una sala azul y alabastro, columnas y tarima en el centro, imprescindible, nada que ver con la tradición, pero tampoco con la contemporaneidad, los jóvenes deben venir al teatro por la magia del mismo —dijo—, no porque las escenas reflejen lo contemporáneo.” Y cómo no estar de acuerdo con él cuando finalmente logra hacer teatro con las masas artísticas, con su movimiento en el escenario, con el uso admirable de los colores de los vestuarios que, desde el rojo central de los bailarines, que imitan el fuego, degradan a tonos marrones del entorno, y de las luces que, junto a la potencia de la música y las voces, plasman admirablemente el momento del coro entonando ‘Fuoco di gioia’ (‘Fuego de alegría’), mientras la sórdida trampa de Iago ya había estallado. 

Roman Burdenko (Iago) y Arsen Soghomonyan (Otello) © Fabio Parenzan

Hubo armonía de intenciones entre el director de escena y el director musical: Daniel Oren recuerda que es importante el acuerdo con el director Ciabatti, que ama la música y la ópera, y que “expresa una estética del gusto, aborreciendo el gusto del horror que se desata hoy y que no puedo soportar”. El regreso de Oren a la dirección de la Orquesta del Verdi fue importante. Su elección marca la voluntad de subir una cuesta que empezaba a resultar peligrosa. Partimos de nuevo de lo que sabemos y de quién dio los primeros pasos de una carrera artística deslumbrante con Verdi en Trieste. 

Otello de Verdi es una de las óperas más difíciles de poner en escena —dijo Oren—. Estamos en otro mundo, después de 16 años de interrupción desde Aida, Verdi se enfrenta a una nueva etapa, en contenido y en forma. Inmediatamente entra en la tormenta, no hay obertura; el dúo de amor del primer acto es el segundo de los dos únicos compuestos por Verdi, siendo el otro el de Riccardo y Amelia en Un ballo in maschera. Apoyado en los violonchelos, con un sonido maravilloso que ya no se desarrolla simétricamente, en compases de cuatro por cuatro, sino que avanza sin retroceder en un crescendo de pasión conmovedora. 

“En el concertato del tercer acto —Verdi es el rey de los concertatos—, aparecen en una estructura completamente renovada doce personajes y cada uno expresa personalidades diferentes y sobre todo una armonía extraordinaria.” 

Y sobre la elección de los cantantes, Oren recuerda cómo no es fácil crear una compañía de ópera hoy en día, y no se diga Otellos: “Necesitamos un color especial para este papel, un tenor dramático oscuro. Iago es un barítono dramático de gran calidad, como incluso lo es la soprano. Arsen Soghomonyan fue elegido para Otello, y como es barítono quizás por eso pareció luchar al comienzo de su interpretación en el primer acto, luego continuó su actuación con éxito y convenció. En el dúo ‘Dio ti giocondi, o sposo’, dividido entre su amor por la mujer y el demonio de los celos que lo devoran, expresó con fuerza el contraste de sentimientos que lo abrumaban. 

Lianna Haroutounian como Desdemona © Fabio Parenzan

Desdemona fue Lianna Haroutounian, quien hizo gala de una excelente técnica vocal, capaz de una gran extensión, escatimando por momentos en una pasión que sería evidente para los momentos vividos. El Iago del joven barítono Roman Burdenko fue probablemente el mejor intérprete de la compañía, fuerte con una importante calidad actoral, capaz de transmitir la crueldad del personaje, pero también de alternar los dos registros de fachada e intriga. 

Todos los actores secundarios estuvieron excelentes, desde el notable Cassio de Mario Bahg hasta Emilia de Marina Ogii, como también Giovan Battista Parodi (Lodovico), Enzo Peroni (Roderigo), Fulvio Valenti (Montano) y Giuliano Pelizon (Un heraldo).

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