Peter Grimes en Nueva York

Escena de Peter Grimes en el Met © Richard Termine

Noviembre 2, 2022. La sórdida ópera Peter Grimes, título de mayor popularidad del compositor inglés Benjamin Britten, ha gozado históricamente de una presencia en la cartelera del Metropolitan Opera que no ha sido proporcional al público que ha convocado. Esta nueva reposición, con sus muchos méritos, no fue la excepción y tampoco ha ayudado a palear la magra audiencia que por estos días asiste a la casa de ópera neoyorquina. 

Vocalmente, la propuesta no pudo ser mejor servida, con un elenco remarcable del primero al último. Triunfador absoluto de esta reposición y en una parte que le quedó de mil maravillas, el tenor inglés Allan Clayton encarnó de manera magistral al excluido, por no poder encajar con su entorno, marino Peter Grimes. Muy comprometido con la prestación de su personaje, Clayton retrató con naturalidad un introvertido, atormentado y brutal pescador, con una voz de insolente proyección, un timbre juvenil y homogéneo, notable comodidad en todo el registro y un canto siempre matizado y dúctil. Su perfecta dicción y búsqueda constante por extraer todo el potencial posible del texto, fueron sólo algunos de los muchos puntos a subrayar de la excelente labor de este talentoso y versátil intérprete. 

Impresionó gratamente la debutante Laura Wilde, quien compuso a la compasiva Ellen Orford, con una voz sobrada de medios y que, articulada con eficacia, inundó la sala cargada de matices e intenciones. En su composición, la soprano americana supo además equilibrar tanto la dulzura como la firmeza que requiere la personalidad de la viuda maestra enamorada del protagonista. 

El bajo-barítono checo Adam Plachetka dio vida con gran aplomo a un convincente e inflexible capitán Balstrode, de enorme magnetismo escénico y de canto siempre fluido, seguro y noble. Irresistible, la mezzosoprano americana Michaela Martens aprovechó todas las sutilezas del idioma para retratar una acida, mojigata y antipática señora Sedley. 

Allan Clayton (Peter Grimes) © Richard Termine

Del pintoresco resto de habitantes del pueblo pesquero, que nadie desearía tener de vecinos: la veterana Denyce Graves cumplió con soltura los requerimientos de la parte de la tía y propietaria del antro del pueblo, supliendo con una remarcable presencia escénica, su voz gastada y de color disparejo, producto del paso del tiempo. Sus traviesas pseudosobrinas, Brandie Sutton y Maureen McKay le dieron a la noche un toque de picardía y diversión en medio tanta oscuridad. Tanto Patrick Carfizzi como Chad Shelton delinearon con efectivo histrionismo y sólidos medios vocales al abogado bocón Swallow y al fanático metodista Bob Boles, respectivamente. 

No se quedaron atrás ni Harold Wilson ni Tony Stevenson, quienes también hicieron efectivas contribuciones como el arriero Hobson y el reverendo Horace Adams. Finalmente, no debe pasarse por alto al Ned Keene que con seductora voz de barítono construyó el prometedor Justin Austin. La acertada labor del coro de la casa, condenando las acciones del protagonista, en cada una de sus intervenciones demostró una sólida preparación bajo la mirada atenta de su director el laborioso Donald Palumbo. Desde el podio, el joven director de orquesta australiano Nicholas Carter ofreció una lectura de gran expresividad, sacando siempre el mejor partido de cada frase musical y profundizando en la variedad de colores de la rica partitura de Britten. 

Resistida y hasta ridiculizada en su estreno en el 2008, la oscura y claustrofóbica producción minimalista —o “esencialista” como prefiere calificarla su creador, el escocés John Doyle—, con sus monocromáticas cabañas movibles, por cuyas puertas y ventanas, a modo de calendario de adviento, fueron desfilando los intérpretes, ha terminado por imponerse, en gran parte debido a su sólida dirección teatral y a la dinámica de sus transiciones, que facilitó el rápido desarrollo de la acción. Aportaron calidad visual al espectáculo el vestuario de época de la diseñadora Ann Hould-Ward, que sirvió para situar la acción en Inglaterra en el siglo XVIII y las cuidadas proyecciones de S. Katy Tucker, que dieron atmósfera durante los interludios marinos. 

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