Peter Grimes en Nueva York

El juicio de Peter Grimes en el Metropolitan Opera de Nueva York @ Richard Termine

Noviembre 12, 2022. Un gran acierto de esta temporada del Metropolitan Opera de Nueva York ha sido la reposición de la producción de Peter Grimes, de Benjamín Britten, realizada en 2008 por John Doyle. Y es que hay producciones que adquieren la importancia de un personaje más en la puesta en escena y que, por su pertinencia, sencillez y maniobrabilidad, resultan asociadas a esa ópera por varios años. Estamos ante uno de esos casos.

Doyle, con una carrera de más de 40 años y 200 producciones teatrales y de ópera, nos muestra “the Borough”, una villa pesquera imaginaria en la costa oriental (Suffolk) de Inglaterra en el siglo XIX, que guarda similitudes con Aldeburgh, el pueblo natal de George Crabbe, cuyo poema es la base del libreto de Montagu Slater, y lugar elegido por Britten y Peter Pears para fijar su residencia y fundar un festival musical.

Pero este Borough es una de esas comunidades en que la atención de la gente, sus estándares dobles o triples de moralidad y su afán incansable de entrometerse en la vida y en la intimidad de los vecinos, configura una atmósfera asfixiante, opresiva. Doyle la construye con un enorme muro que se levanta hasta las alturas casi en el proscenio, dejando apenas un limitado espacio para la acción. Ese muro de intolerancia tiene, además, “ojos” que vigilan en la forma de ventanas y portillas que se abren para recordarnos que sus moradores están permanentemente atentos a lo que ocurre y, sobre todo, a lo que hacen y dicen los habitantes del pueblo. 

Las pocas veces en que ese muro se retira un poco del proscenio, dando margen a un espacio menos angustiante, la presencia vigilante y acusadora del Borough es asumida por los pobladores mismos, ya sea en el juicio inicial a Grimes por el “homicidio imprudencial” de su primer ayudante, o en la escena final, cuando desde una plaza ya despejada, otean a lo lejos y desinteresadamente el hundimiento con el que el propio Grimes se irá al fondo del mar.

Los habitantes de «the Borough» (el coro del Met) confrontan a Peter Grimes © Richard Termine

Esta producción hace destacar dramática y musicalmente a dos personajes complementarios del elenco para la ópera de Britten: por un lado, el coro, que nos recuerda una y otra vez la intrusión y la inapelable censura de la comunidad o los temores provocados en los diferentes personajes del pueblo por la tormenta que se cierne, los secretos “privados” que nos son revelados en la reunión en la taberna “El Jabalí”, la luminosa mañana de domingo a las afueras de la parroquia, escenas todas que aquí han cobrado una brillante actuación en el coro del Met, estupendamente dirigido por Donald Palumbo y con una múltiple y cuidadosa preparación. 

El otro personaje complementario es, desde luego, el mar. Es sabido que Britten compuso Cuatro interludios marinos para esta ópera que fueron publicados de manera separada bajo los títulos de “Amanecer”, “Mañana de domingo”, “Claro de luna” y “Tormenta”. Se requiere un director con una clara concepción sinfónica y operística para lograr que estos interludios enlacen eficazmente las escenas con la atmósfera externa y con las emociones internas de los personajes. Nicholas Carter, director de origen australiano, que está en su segunda temporada como director de la Ópera de Berna y hace unos meses hizo su debut en el Met con Hamlet, ha conducido bellamente a una orquesta particularmente precisa y sonora.

El casting ha mostrado una apreciable homogeneidad en la calidad y adecuación de las voces; en esta función ha sido difícil señalar alguna falla y ello se tradujo en la larga ovación final a toda la compañía. Pero vale subrayar, así sea brevemente, a la mezzo-soprano americana Michaela Martens, que ha personificado a una pérfida Mrs. Sedley con una voz rica en colores y manejando con soltura la actuación de los tonos insidiosos de su papel. Adam Plachetka, el bajo-barítono checo, ha sabido imprimir a su papel del capitán retirado Balstrode la evolución de sus sentimientos hacia Grimes, a partir de una inicial disposición solidaria hacia él —al fin Balstrode es también un hombre que conoce y ha vivido los peligros y desafíos del mar—, pero que los eventos irán tornando en extrañamiento y, al final, en el consejo seco e imperativo que sellará la suerte del pescador.

Nicole Car (Ellen Orford) y Allan Clayton (Peter Grimes) en el Met © Richard Termine

Nicole Car, soprano australiana, nos ha brindado una notable Ellen Orford, aplicando su lirismo a las emociones de una mujer, sí, un tanto protectora y quizás frustrada redentora de un hombre bastante brutal, pero también justiciera y con una ternura maternal. De ahí el nutrido aplauso que mereció su interpretación de ‘Embroidery in childhood’.

En su carrera ascendente, el tenor británico Allan Clayton ha venido interpretando Peter Grimes desde hace varios meses, tanto en el Teatro Real de Madrid, como en la Royal Opera House de Londres, en una producción en la que también participan la Opéra National de Paris y el Teatro dell’Opera di Roma. En esta reposición en Nueva York ha mostrado una admirable capacidad para combinar el lirismo y cierta severidad vocal para transmitirnos la determinación de Peter Grimes de conducirse como piensa que es más conducente a sus sueños de amor y tranquilidad, el carácter implacable que lo lleva a la violencia y, eventualmente, a sacrificar, así sea de manera involuntaria, una vida inocente y a la escena de locura en el tercer acto, que ha sido un conmovedor ejemplo de cómo expresar los sentimientos en conflicto que atormentan al pescador del Borough. 

El trato inhumano en el mar (y en los puertos) se remonta a muchos siglos. En el siglo XIX, Richard Dana Jr., miembro de una familia acomodada de Massachusetts, comenzó a perder la vista debido a un sarampión mal atendido y decidió dejar Harvard para enlistarse como marino mercante. Su travesía desde Boston hasta California le permitió atestiguar —y documentar— los excesos de crueldad de que eran víctimas los marineros. Su diario Two years before the mast, publicado en 1840, ayudó a pugnar por leyes que castigaran prácticas desalmadas en el mar. Sus descripciones de tierras todavía mexicanas como Monterey, San Diego, Santa Bárbara y San Francisco, fueron una primera guía durante la fiebre del oro en California hacia 1849-50.

Del mismo modo, unos años antes, The Borough, la colección de poemas en una serie de 24 cartas, que George Crabbe publicó en 1810, abordó varios aspectos de la vida de un pueblo imaginario pero representativo en el que detallaba algunos episodios de sus habitantes. La carta XXII describe al pescador Peter Grimes; su carácter abusivo y violento llamó la atención de las autoridades y la sociedad inglesa para comenzar a establecer normas que protegieran a los aprendices y ayudantes.

Más allá de eso, Peter Grimes, la ópera de Benjamin Britten, reivindica a la lengua inglesa como idónea para el arte lírico y llevaría al compositor a crear 13 óperas, un número similar a la producción de Richard Strauss. Britten ha sido reconocido por su habilidad para tejer musicalmente preludios e interludios orquestales pero, a partir de Peter Grimes, nos ha dejado constancia de su talento para crear personajes que se manifiestan en una rica diversidad de estilos vocales.

La producción de John Doyle para Peter Grimes y el «muro de intolerancia» © Richard Termine

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