Peter Grimes en París

Alan Clayton (Peter Grimes) y Maria Bengtsson (Ellen Orford) en la Ópera de París – Garnier © Vincent Pontet

Febrero 24, 2023. Esta coproducción con Londres y Madrid, desde donde la he reseñado anteriormente, obtuvo un éxito arrollador no sólo de crítica sino de público. Lleno todas las noches, con gente sin entradas pidiendo por favor una como en los viejos tiempos, pero para títulos del “gran repertorio”. Para Peter Grimes habría sido imposible hace algunos años, y no sé si se hubiera dado ahora en la Bastille, pero seguro que habría tenido más potenciales adeptos que otros títulos más “gloriosos”. A ver si nos dejamos de atentar con mediocridad o algo peor a Verdi, Rossini y Puccini y ponemos más atención a Britten y Janáček, por ejemplo.

El espectáculo de Deborah Warner me pareció que funcionaba aun mejor que en Madrid, pese a contar con los mismos dos protagonistas. Y Alan Clayton, pese a alguna fatiga perceptible hacia el final, se confirma como un gran Grimes de nuestros días: voz, actuación, incluso figura lo hacen ideal para una parte dificilísima y que admite enfoques encontrados (uno piensa en Peter Pears, el destinatario de la parte en el estreno, y más distintos no pueden ser). Maria Bengtsson estuvo mejor que en Madrid, aunque vocalmente el segundo acto la pone siempre contra las cuerdas, pero estuvo bien en el primero y correcta en el tercero. Conoce bien la producción e interpreta bien a Ellen Orford. 

Y, claro, Balstrode no parece requerir un grande, y siempre lo han hecho buenos o excelentes barítonos. Una parte ingrata y que habría merecido más desarrollo. Pues bien, cuando la canta Simon Keenlyside (si no me equivoco era su debut en el rol) el personaje cobra una vida increíble, y el final del segundo acto, sin una nota ni palabra, con poco movimiento, pero con la mirada y gestualidad contenidas, me dejó (pero no fui un caso aislado) sin habla. Ídem su “fría” (para nada) despedida tras aconsejar el suicidio: ‘Good bye, Peter’. Los personajes “secundarios” son en su mayoría muchos de los mismos que han tomado parte en otras reposiciones, y por citar a algunos nada más, John Graham Hall fue un Boles impresionante, Catherine Wyn-Rogers, a quien había visto una magnífica Mrs. Sedley (el personaje es repugnante y lo bordaba), fue ahora la más humana y resignada Auntie, pero Rosie Aldridge tomó su relevo como Sedley en una personificación que hacía recordar un tanto a la Mrs. Marple de Angela Lansbury. Pero todos estuvieron bien representando a ese pueblo infernal, hipócrita y asesino que destruye sin piedad al que no le rinde pleitesía, sin que por un momento les roce la duda de si lo que repiten mecánicamente los domingos en la iglesia es realmente lo que hacen en sus miserables vidas. 

El coro preparado por Ching-Lien Wu estuvo estupendo y fue aclamado junto a todos (también los tramoyistas y especialmente el niño que interpretó al aprendiz). Mención aparte para la orquesta, que no sólo se lució, sino que dirigida por el joven y talentoso Alexander Soddy ofreció una versión tan bordada como (y por los mismos motivos) el aria de Ellen (‘Embroidering’), y la ovación ensordecedora fue justa. No tiene sentido citar un momento, pero personalmente los interludios marinos 3 y 4, con lo bien que estuvieron los otros, me dejaron pasmado. Con lo maravilloso que sería tener el placer y el honor de escribir siempre una reseña como esta.

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