Requiem de Mozart en Valencia

Escena del controvertido Requiem de Mozart en Valencia © Miguel Lorenzo y Mikel Ponce

Septiembre 30, 2021. Muchas expectativas había levantado el arranque de la temporada 2021-22 del Palau de Les Arts con una versión escenificada del Requiem de Mozart a cargo de Romeo Castellucci. El espectáculo se había estrenado en el verano del 2019 en el Festival de Aix-en-Provence, lo cual representa un dato a tener en cuenta. Los festivales deben ir por caminos poco transitados y arriesgar, provocar o llamar la atención, y este Requiem sin duda cumple esta premisa. 

Sin embargo, en un teatro de temporada, y además teniendo en cuenta lo que ha sucedido en el mundo durante los últimos meses, la decisión de inaugurar con esta propuesta entraña un riesgo añadido. Castellucci interpreta la música del salzburgués y el texto del Requiem desde la idea de confrontar la muerte con el renacer, lo destructivo con lo expansivo. Este concepto constituye un magnífico punto de partida, pero en su desarrollo se va escurriendo como el agua por un desnivel orográfico. Imágenes que deberían impactar de alguna forma —no olvidemos que estamos ante una misa de difuntos— nos llevan a sonreír y hasta a soltar la carcajada, pues pareciera que estamos presenciando una parodia. Es el caso de un coche que atropella a algunos miembros del coro, quienes se van poniendo delante del mismo mientras simulan que son embestidos. Los aspavientos que realizan con brazos y piernas, lejos de hacernos pensar en la tragedia que se cobra cada año cientos de víctimas, resultan, cuando menos, cómicos. Lo serio trocado en banalidad casi pueril.

El director podrá convencer con sus explicaciones de esto o de aquello en un plano meramente intelectual, pero buena parte del público, incluido yo mismo, asistió perplejo a este batiburrillo de danzas pseudofolclóricas e imágenes estrafalarias mientras sonaba el ‘Dies irae’ o el ‘Confutatis’, máxime porque el Requiem de Mozart es una obra muy representada y, por lo tanto, suficientemente conocida por la gran mayoría. Esta perplejidad se tornaba incluso en enojo cuando el ruido de las mangueras que esparcían pintura sobre las paredes o el que producía el desplazamiento de los artistas por el escenario interfería con tan sublime música.

Por otro lado, la representación de distintas generaciones como símbolo de la evolución de la vida está trillada y si además está metida como zapato con calzador en una puesta en escena que tiene muchas cosas pero al mismo tiempo va escasa de contenido o de emoción, la lectura de la obra queda emborronada. Quizá el mejor momento de la representación llega cuando el piso cubierto de tierra y de prendas de vestir se levanta y se convierte en el muro de fondo, potente metáfora de que todo lo que ha ocurrido sobre el escenario se escurre y desaparece, al igual que sucede con todo. Este pudo ser el final más potente para el “show” de Castellucci, pero no fue así, pues la bola de nieve continuó su camino.

A la música del Requiem se intercalaron otras siete piezas de obras del mismo Mozart y dos piezas de compositores anónimos. Los cuatro solistas estuvieron a muy buen nivel, especialmente la soprano Elena Tsagallova y la veterana, y excelente, contralto Sara Mingardo. El tenor Sebastian Kohlhepp y el bajo Nahuel di Pierro se quedaron un peldaño más abajo, quizá lastrados por algunos tempi demasiado morosos del director James Gaffigan quien, ampuloso en su gesto pero siempre preciso, hizo brillar a la Orquesta de la Comunitat Valenciana y especialmente al Coro, una joya de agrupación, bien pulida y comprometida con la escena desde el primer hasta el último compás. Mientras cantaban, bailaron, se cambiaron de ropa, salieron y entraron, se tumbaron y se levantaron, hasta terminaron desnudos y apiñados. Lo hicieron muy bien y cantaron estupendamente, por eso el público les aplaudió como lo que fueron, los verdaderos protagonistas de una obra coral.

Una vez visto el espectáculo, puedo decir que el resultado de esta coproducción entre el Palau de Les Arts y los festivales de Aix-en-Provence, de Viena (Wiener Festwochen), Adelaida (Adelaide Festival), la Ópera de Basilea (Theater Basel) y la de Bruselas (La Monnaie/De Munt) simboliza el triunfo de lo clásico (la música de Mozart) sobre la novedad (la puesta en escena). Porque hay cosas que, afortunadamente, no mueren con el paso del tiempo. 

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