Rigoletto en Nancy

Francesca Ascioti (Maddalena) y Alexey Tatarintsev (Duca di Mantua) © Jean-Louis Fernandez

29 de junio de 2021. La Ópera Nacional de Lorraine, situada en la ciudad de Nancy en la región noroeste de Francia y una de las pocas compañías del país con la distinción de ser considerada como «teatro nacional» concluyó su temporada 2020-2021 a pesar de las dificultades y vicisitudes a las que han tenido que enfrentarse durante este año todos los teatros en el mundo. 

El título elegido fue el de Rigoletto de Verdi, presentado desde la visión del director Richard Brunel, quien pronto asumirá la dirección de la Ópera de Lyon, y que aquí concluyó su trilogía de Verdi comenzada hace algunas temporadas con Il Trovatore y que incluyó también La traviata. La ingeniosa propuesta del director escénico giró en torno al ballet, ya que la escena fue situada tanto la parte trasera del escenario de un teatro como en los camerinos y salas de ensayo. Rigoletto en este montaje es un antiguo bailarín, retirado y frustrado por una lesión, mientras que el Duque es el coreógrafo principal de la compañía. El exigente montaje hizo que, además de cantar, los artistas mostraran sus dotes de bailarines, con un resultado satisfactorio y bien realizado.

Un elemento escénico que sirvió como hilo conductor de la narración, por su presencia en la mayor parte de las escenas, fue el de incluir a Agnès Letestu, bailarina estrella de la Ópera de París, quien representó el espíritu de la esposa de Rigoletto y madre Gilda que deambuló de manera discreta y silenciosa por el escenario en una túnica blanca, y cuyas coreografías estuvieron a tono con la intensidad o la suavidad de la música orquestal. Su presencia ofreció también efectos visualmente sugestivos para el público. Como ejemplo se podría resaltar su delicado baile circular estirando sus alas durante la tormenta mientras un fuerte rayo de luz la alumbraba desde el fondo del escenario. 

Teniendo como marco las bien diseñadas escenografías de Etienne Pluss, como los modernos vestuarios de Thibault Vancraenenbroeck, sin olvidar la iluminación de Laurent Castaingt que jugó un papel preponderante en la escena, el trabajo de Brunel se apagó puntualmente a como está descrita la trama en el libreto. En el foso, Alexander Joel dirigió con mano segura a la orquesta de la ópera de Lorraine, aportando intensidad, dramatismo y emoción a la escena, con tempos adecuados, permitiendo además libertad para desenvolverse, tanto a los músicos como a los cantantes. 

Hubo una buena elección del elenco que fue encabezado por la Gilda de Rocío Pérez, joven soprano madrileña que ofreció un canto nítido, brillante, destacando en los agudos y por su sutil y colorido timbre, así como su juvenil apariencia, ideal para el personaje. El experimentado barítono Juan Jesús Rodríguez plasmó su segura e innegable experiencia escénica y vocal para personificar un atormentado y afligido, pero muy creíble, Rigoletto. 

El tenor Alexey Tatarintsev mostró un timbre grato y su actuación no desmereció; y la contralto italiana Francesca Ascioti sobresalió como Maddalena, aportando seducción y gracia a su actuación, además de cantar con voz profunda, oscura y tersa. El bajo Önay Köse fue un correcto Sparafucile, a pesar de cantar en ocasiones con excesiva fuerza. Una mención merece también el bajo-barítono Pablo López, tercer cantante español del elenco, por su caracterización como Monterone. Buen desempeño tuvo el resto de los cantantes, así como el coro, en cada una de sus intervenciones.

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