Rigoletto en Nueva York

Lisette Oropesa (Gilda) y Luca Salsi (Rigoletto) en el Met © Ken Howard

Diciembre 29, 2022. Una noche de antología se apuntó el Met en su última representación del Rigoletto verdiano esta temporada. Principales hacedores de este éxito: un superlativo elenco vocal, que del primero al último hizo que esta presentación se convirtiese en un espectáculo inmejorable. A cargo del personaje protagonista, el barítono italiano Luca Salsi hizo una apabullante exhibición de medios vocales y confirmó por qué es justo considerarlo uno de los más importantes intérpretes de la parte del bufón del duque de la actualidad. 

Su voz de timbre homogéneo, legato soñado y distinguido fraseo que recuerda a los grandes barítonos italianos del pasado, Salsi convirtió en oro cuanta nota cantó. La convicción, la franqueza y la emoción que impuso en su aria ‘Cortiggiani, vil raza dannata’ y en su posterior dúo ‘Si, vendetta’ fueron solo algunos de los grandes momentos vocales de una noche de gran inspiración del barítono italiano. 

Sustituyendo “in loco” al tenor Stephen Costello, quien fue anunciado enfermo pocos minutos antes de dar comienzo la representación, Javier Camarena resultó un duque de Mantua muy cercano a la perfección. De voz dúctil, agudos fáciles, brillantes, bien proyectados y un canto siempre matizado, el tenor mexicano le sacó chispas a la parte del duque y se alzó con un nuevo triunfo personal sobre este escenario. 

Con una voz lírica de bello esmalte, línea de canto controlada y gran dominio técnico, Lisette Oropesa retrató una Gilda muy convincente, que alcanzó su cenit vocal en el aria ‘Caro nome’, donde por su facilidad a la hora de atacar las agilidades, dispensar trinos y ofrecer agudos, no le fue difícil meterse al público en el bolsillo. Asimismo, mereció destacarse la entrega, la naturalidad y la sensibilidad de la soprano americana en la composición de su personaje. 

Reemplazando a John Relyea, originalmente previsto, el bajo británico Julian Close resultó un asesino a sueldo Sparafuccile de gran autoridad, con una voz de graves ricos y profundos. Muy grata impresión dejó la joven y debutante mezzosoprano rusa Aigul Akhmetshina, quien lució una voz de terciopelo y sensualidad en su caracterización de Maddalena, la hermana de Sparafuccile. De los papeles comprimarios, debe resaltarse la labor de la siempre efectiva Eve Gigliotti como la ama de llaves Giovanna y la intachable vocalidad de los barítonos Craig Colclough y Jeongcheol Cha como el noble Monterone y el cortesano Marullo, respectivamente. 

El coro de la casa, minuciosamente preparado por Donald Palumbo, volvió a dar muestras de su excelente forma. Un gran acierto resultó convocar a la directora de orquesta Speranza Scappucci quien, a cargo de la orquesta de la casa, hizo una lectura plena de tensión y dramatismo. Enfatizando los contrastes, siempre atenta a la labor de los cantantes y cuidadosa tanto del volumen como de los tiempos, su labor fue otro de los pilares del éxito de la noche. 

Coproducida con la Staatsoper berlinesa y presentada en la casa la temporada pasada, la producción firmada por el talentoso Bartlett Sher —que sustituyó a la controvertida producción de Michael Mayer, quien había trasladado la acción a Las Vegas en los años 70 y que permaneció en la casa por ocho interminables años—, planteó un espectáculo infinitamente más conservador que el de su predecesor. 

Un telón inspirado en la obra del pintor y caricaturista alemán George Grosz, miembro destacado del movimiento dadaísta, permitió prever la fuerte influencia que la república de Weimar —donde Sher trasladó la acción de la ópera— tendría sobre la propuesta visual del director americano. La escenografía firmada por Michael Yeargan fue ingeniosa, dinámica y funcional, permitiendo que los cambios de escenas se sucediesen sin interrupciones, gracias a la utilización de un escenario giratorio que fue revelando el suntuoso palacio de mármoles rojos y techo de vitrales del duque, la casa de dos plantas de Rigoletto, así como los callejones de la ciudad donde se desarrolló la acción. 

Sólo el último acto difirió de este recurso y, en contraste con el lujo del resto de la ópera, fue presentado como un albergue modesto y de pocos elementos. La dirección de los solistas plasmó con contundencia el carácter de cada uno de los personajes. Sin embargo, las interacciones entre estos fueron distantes, con mínimos contactos, quizás debido a la “distanciación social” impuesta por la pandemia, pero lo cierto fue que resultó poco creíble que Rigoletto consolase a Gilda desde un extremo del escenario mientras que su hija lo observaba sola y apesadumbrada desde el otro extremo. 

Las escenas de conjunto y las marcaciones de las masas corales corrieron mejor suerte y estuvieron muy bien resueltas, denotando un profundo conocimiento teatral del director de escena. Salvo por el episodio de violencia conyugal entre el conde de Ceprano y su esposa en medio de la fiesta del duque, o el hecho de que Gilda le entregase al sicario Sparafuccile el cuchillo con el cual habría de ser asesinada, no hubo importantes innovaciones de parte del Sher que pudiesen sobresaltar al público más ortodoxo de la casa. 

Los diseños de vestuario de la siempre eficiente Catherine Zuber vistieron con elegancia, buen gusto y refinamiento un espectáculo visualmente muy atractivo. Un publico enfervorizado premió con interminables ovaciones la labor cada uno de los cantantes una vez caído el telón.

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