Rinaldo y barroco portugués en Tours

Ana Quintans y Bruno de Sá, dirigidos por Massimo Mazzeo al frente de Divino Sospiro @ Rémi Angeli

Octubre 14 y 15, 2022. Este año el Festival Concerts d’automne tuvo citas obligadas y complementarias que nos ofrecieron caras diferentes, y formas diferentes de entender el repertorio en torno a los siglos XVII y XVIII. Es un viaje múltiple a través del espacio, el tiempo y la vocalidad para descubrir distintas declinaciones del cosmopolitismo, las tradiciones, la identidad y la fluidez.

El viernes 14 de octubre nos sumergimos en el barroco portugués, idiomático —lo notamos enseguida, más allá del puro aspecto fonético— y también atentos a los modelos italianos. El camino se desarrolla en dos niveles sociales: la música cortesana y la música popular, que —por supuesto— no debe entenderse en el sentido más moderno de campesinos, obreros y artesanos, sino en el sentido de una burguesía culta (pero también de bandas del clero y la nobleza); es decir, música que no está ligada al ceremonial cortesano, pero tampoco al de las tabernas y al trabajo del campo, aunque puede hacer guiños a algunos módulos y ritmos. De hecho, en la sección «popular» se puede escuchar el fandango, pero también un Sospiro muy sofisticado, con música de Giuseppe Totti (17-?-1832) sobre versos de Paolo Rolli.

A nivel vocal, en el cartel leemos la palabra «contratenor», pero en cuanto Bruno De Sá abrió la boca, quedó claro que estábamos ante un auténtico soprano. No “sopranista”, no “falsetista”, sino un adulto joven cuyo aparato fonatorio corresponde por naturaleza en todos los aspectos a un registro de soprano. También bastante agudo, ya que la voz adquiere cuerpo y armónicos a medida que sube la tesitura. Cierra uno los ojos y no se siente la diferencia con Ana Quintans; o, mejor, nos referimos a la diferencia de timbre, pero no de género en la voz. 

En efecto, en el dúo de la isla desierta de Davide Pérez ‘Cara sposa tu non sai’, es De Sá quien apoya el papel femenino, mientras que Quintans lo interpreta, coherentemente con sus respectivas tesituras, en la absoluta espontaneidad que esta música requiere superar esquemas culturales artificiales y dar espacio a la variedad del arte y la naturaleza. Esto no significa confusión en absoluto, porque la libertad barroca se inscribe siempre en una lógica de parámetros estéticos y retóricos que aquí se entienden y respetan felizmente, incluso cuando uno se deja llevar. 

De hecho, no solo está la refinada sencillez del Sospiro para arrancarnos el alma y desgarrarnos por un instante, sino que también hay páginas de ironía desatada en las que los cantantes guiñan, tocan, De Sá hasta baila y no lo hace por un guiño socarrón, pero con sincera alegría de cantar y compartir físicamente la música con el público. Es, inevitablemente, el niño mimado de la velada, pero más aún por eso apreciamos su capacidad para nunca dejar atrás a su colega, para no abrumarla, ni olvidarla nunca en el agradecimiento al protagonismo. Y Ana Quintas merece esos aplausos por el refinamiento y el espíritu de su canto.

Cosmopolitismo, sociedad y formas afines de expresión, voz y género… Otro de los pilares de estas jornadas musicales en Tours lo forman las distintas agrupaciones instrumentales que se alternan en los conciertos del Grand Théatre. Con De Sá y Quintas estuvo el grupo el Divino Sospiro, dirigido por Massimo Mazzeo, que pasó fácilmente del lenguaje cortesano de serenatas y oratorios para la corte al más exuberante de modinhas y canzoncine, transcritas de los originales mayoritariamente para guitarra o teclado. A la ligereza de la masa no faltó la alegre exuberancia en las piezas más joviales (pensamos que nadie puede haberse ido del teatro sin tararear ‘Ay amor, amor, amor…’)

Escena de Rinaldo en concierto en Tours © Rémi Angeli

El 15 de octubre, el país, el género y el registro cambiaron la noche siguiente. Cambiaron, pero no demasiado, porque Rinaldo de Händel (1685-1759) sigue siendo la obra maestra cosmopolita de un sajón formado en Italia y recién llegado a Londres, porque el tema de Ludovico Ariosto (1474-1533) sobre Orlando furioso bromea con diferentes niveles expresivos de lo sentimental, lo heroico y lo fantástico, porque también aquí, por supuesto, la voz —y el cantante— están libres de clasificaciones rígidas de género. 

Goffredo, líder cruzado y padre de Almirena, fue el contratenor Filippo Mineccia y esta vez, a diferencia de De Sá, la definición de “contraltista” encajó perfectamente, ya que el florentino se encuentra entre los mejores exponentes de la categoría, músico inteligente, autoritario en su acento, suelto en un canto refinado tanto en el virtuosismo como en el legado patético. 

Por otro lado, el rol de Rinaldo fue interpretado por una mujer, Delphine Galou, que no duda en definir al héroe con trajes pantalón, tacones de aguja vertiginosos con miradas y besos con su Almirena incluso en forma oratoria. Estamos, de hecho, al borde de la versión semi-escénica, con vestidos de concierto que hablan como trajes de teatro: la llamada Almirena brilla plateada como una princesa de Disney en el baile, mientras que Armida, con vestido negro, recuerda a Maléfica. Ambos también difieren en su timbre y acento: Arianna Vendittelli supo cómo ser aguda, feroz o desesperada sin sacrificar la calidad vocal y la pericia musical; Francesca Aspromonte fue una Almirena nada sumisa: tierna e inocente, sí, pero también traviesa, decidida y enamoradiza, además de hechizante por su torneado canto y emisión. En este último caso, se trata de un afortunado reemplazo de última hora (planeado y obligado a renunciar por razones de salud a Sophie Rennert) lo que también ocurrió a Argante, con Luigi De Donato tomando el relevo de Federico Sacchi, también indispuesto, y que ofreció un carácter autoritario, franco y vigoroso, lo que subraya claramente la diferente caracterización de los personajes cristianos en comparación con los magos «infieles». 

Así también se recompuso en gran medida el elenco del grabado dirigido por Ottavio Dantone, que aún hoy opta por su personal síntesis mixta, que implementa grandes cortes y mezcla las versiones de 1711 y 1731 (de este último, el Mago cristiano en clave de Fa, que aquí fue interpretado por Federico Benetti). 

Esta fue una elaboración en muchos sentidos cuestionable, pero que pudo sostenerse en este concierto semi-escénico, que contó con la deliciosa narración de Damien Colas (una obra maestra de síntesis y plenitud, como su conferencia introductoria), la calidad de muchas de las voces y la belleza del sonido de la Academia bizantina, a la que se le pueden perdonar algunos incidentes en las trompetas, en virtud de una conducta general amable y fluida.

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