“Rossinimania” en Joliette

Lawrence Brownlee, Megan Sill y Michael Spyres ofrecieron «Rossinimania» en el Festival de Lanaudière © Annie Bigras

Julio 31, 2022. Bajo el título “Rossinimania”, el Festival de Lanaudière en Joliette (al norte de Montreal) paseó a los fanáticos de la ópera por el “paraíso” en un electrizante concierto compuesto de arias, dúos y tercetos dedicado a la figura de Gioachino Rossini, reuniendo sobre su escenario a dos absolutos especialistas en este repertorio:  los tenores americanos Lawrence Brownlee y Michael Spyres, acompañados por la prometedora soprano americana Meagan Sill. 

Estrella indiscutible de la presentación, Spyres confirmó porque es considerado uno de las más importantes cantantes de la lírica actual. Rehuyendo a cualquier tipo de etiquetas, Spyres se lució del mismo modo tanto en sus empeños de tenor como en los de barítono. Con una voz robusta, potente, bien colorida y de registro considerablemente extenso, un canto de innumerables efectos y un magnífico juego escénico, desde su entrada enloqueció al público con una interpretación de la cavatina de Fígaro ‘Largo al factotum’ de manual. Sin embargo, su mayor triunfo lo obtendría más tarde en el aria ‘Mentre qual fiera ingorda’ de la ópera Zelmira, servida con una impoluta línea, cuidado estilo e insolentes agudos, a la que remató con la cabaletta ‘Ah dopo tanti palpiti’ de un alarde pirotécnico no apto para cardiacos. ¡Chapeau!

Por su parte, con dos décadas de carrera sobre sus espaldas y en un repertorio en el que se mueve como pez en el agua, Brownlee continúa deslumbrando por la calidad de una voz de tenore di grazia dúctil, ágil y efectiva que conduce con precisión y elegancia, sin olvidar su excelencia como interprete. Si bien su voz es más ligera y menos generosa en términos de volumen que la de su compañero de ruta, fueron su emisión impecable y su admirable proyección dos cualidades distintivas de este noble cantante que no deben pasarse por alto. Si bien brilló en ‘Cessa di più resistere’ de Il barbiere di Siviglia, por su canto ricamente colorido y su seguridad técnica en las endiabladas coloratura del rondó, su mayor triunfo lo obtendría —ya con los motores calientes— en el aria ‘Asile héréditaire’ de Guillaume Tell, interpretado con un fraseo inmaculado, infinitos matices y un heroísmo desbordante, que remataría con un ‘Amis, amis, secondez ma vengeance’, pleno de energía y de sobreagudos de insolente seguridad y facilidad.

La complicidad entre los intérpretes fue absoluta en los dúos: ‘Deh! Scusa i transporti’ de Elisabetta, regina d’Inghilterra y en ‘Donala a questo core’ de Ricciardo e Zoraide, donde las voces se acoplaron a la perfección y dieron cátedra de estilo rossiniano y acrobacias vocales. Reemplazando a último minuto a la mezzosoprano Rihab Chaieb originalmente prevista, la soprano americana Meagan Sill se ganó en buena ley su parte en las interminables ovaciones finales, gracias a la calidad de unos medios vocales nada corrientes. Si bien tuvo un inicio algo dubitativo, con una interpretación del aria ‘Una voce poco fa’ cuyas dificultades técnicas y estilísticas pareció no dominar, fue en la segunda parte del programa, primero en el terceto ‘Qual pena in me già desta’, y posteriormente en el rondó final ‘Tanti affetti in tal momento’, de La donna del lago, donde mucho mejor plantada Sill se reveló como una cantante de un importante capital vocal, exhibiendo una voz delicada, flexible y cálida. En lo interpretativo reveló ser un intérprete de gran temperamento y sensibilidad. En el terceto de Otello, ‘Ah! Vieni, nel tuo sangue’, que cerró el concierto y que debió ser bisado ante el clamor del público, sus intervenciones como Desdemona rivalizaron en protagonismo con el Otello de Spyres y el Rodrigo de Brownlee.

La elección de la directora de orquesta, Ariane Matiakh, no fue acertada. Rossini no fue lo suyo. Su dirección, carente de toda sutileza y matiz, explosiva en exceso, poco cuidadosa de los cantantes —a los que cubrió en muchas ocasiones— y estilísticamente deficiente fue francamente para el olvido. Tuvo su revancha, en la suite número 2 Bacchus et Ariadne de Albert Roussel donde, en un repertorio que le resultó más afín, logró una lectura efectiva obteniendo de los músicos de la orquesta metropolitana un inspirado tapiz sonoro de ricos colores, y supo explotar al máximo todas las posibilidades que le brindó la rica partitura de Roussel.

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