Salome en Milán 

Escena del elenco de Salome en la Scala de Milán © Brescia e Amisano

Enero 20, 2023. Después de dos años de su transmisión por via streaming (con el teatro vacío a causa de las restricciones ligadas a la pandemia) se ha puesto finalmente en escena en el Teatro alla Scala de Milán la visionaria Salome firmada por Damiano Michieletto. 

El director veneciano la ha situado como una verdadera sesión psicoanalista durante la cual Salome se encuentra afrontando el proceso inconsciente de la separación freudiana con el consiguiente intento de superarlo. Es así el recorrido que lleva a cabo la protagonista y es justo eso lo que la lleva un poco a la vez a liberarse de traumas juveniles, traumas que para Michieletto son en particular los abusos sexuales perpetrados por su padrastro Herodes Antipas, también artífice —con la ayuda de la madre Herodiade— del asesino del padre. 

En esta perspectiva, Jochanaan representa la voz golpeadora que se imprime de manera indeleble en el inconsciente de Salome, que poco a poco se vuelve consciente, para liberarla al final del peso del propio pasado. Es así como esta Salome es una suerte de hermana de Elektra, como también del Hamlet shakesperiano. Muchos momentos aquí son memorables, como la apariencia del sepulcro del padre circundado de llamas, la enorme luna negra, que se acerca casi como un ojo lúgubre que escudriña desde lo alto la acción, los inquietantes ángeles de la muerte con grandes alas negras que revolotean amenazantes por el escenario, la cabeza cortada del profeta creada como una cita de L’Apparition del pintor francés Gustave Moreau, las inquietantes secuencias con Salome de niña, la danza de los siete velos vista como una remembranza de los estupros sufridos con una macabra ‘desfloración’ final, y la conclusión de la ópera con el beso al cráneo del padre reencontrado entre la desnuda y viva tierra que cubría la tumba. 

En suma, se trató de un espectáculo de fuerte impacto visual y emotivo, pero también muy elegante, ambientado en un espacio cerrado, claustrofóbico, prevalentemente con tres colores: blanco, negro y rojo, que fue iluminado con maestría. Una Salome por lo tanto no provocativa, no perversa, no lujuriosa, sino una Salome verdadera, dramáticamente a la búsqueda de sí misma.

Vida Miknevičiūtė (Salome) con el cráneo de su padre © Brescia e Amisano

Vida Miknevičiūtė fue la triunfadora de la velada. La soprano lituana ha sabido pisar el escenario con notable habilidad actoral. La suya fue una Salome viva, frágil e impulsiva, visionaria, cantada con voz segura, dinámica, modulada con facilidad en cada zona de su amplia tesitura y mostrando un timbre homogéneo.Miknevičiūtė supo cantar piano, sabiendo encender casi parlando, y supo también atravesar el volumen orquestal sin mostrar señas de fatiga y sobre todo nunca pareciendo estar al límite. ¿Qué más se puede pedir? ¡Fue una Salomé perfecta!

Muy convincente estuvo también Michael Volle, un notable Jochanaan, granítico e imponente. Linda Watson hizo valer su importante recorrido wagneriano presentando una Herodiade vocalmente suntuosa y justamente de carácter despreciable, mientras que el Herodes de Wolfgang Ablinger-Sperrhacke —un perverso pedófilo en la visión de Michieletto— no estuvo siempre a gusto en el registro agudo, pero se impuso como un personaje por su deshonestidad y repugnancia, pero nunca tan degenerado en su bufonería. 

Interesante estuvo el paje, aquí transformado en la niñera de Salome (una persona conocedora de los espantosos hechos sucedidos en la familia en el pasado), frecuentemente en escena e interpretada con las justas intenciones por Lioba Braun. Voz, límpida, fluida y timbrada fue la del Narraboth de Sebastian Kohlhepp. 

Al final, notas menos alegres en lo que respecta a la dirección de orquesta confiada a Michael Güttler, que pareció un poco metronómica, con una tensión dramática mundana y un poco carente de colores.

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