Tristan und Isolde en Bari

Escena de Tristan und Isolde en Bari © Clarissa Lapollaph

Enero 25, 2022. El comienzo de la temporada 2022 no podría haber sido más auspicioso. El desafío era grande, al presentar una obra que es difícil desde todo punto de vista, no solo por la dirección de escena sino por los cantantes, de quienes Wagner exige mucho. Ya se había visto una producción de Yannis Kokkos de esta obra en Gales, la última vez en 2006, y sus ideas si bien no controversiales, eran modernas y la acción fluía bien. 

Esta nueva producción tiene diseños no iguales pero bastantes similares en concepto, basados ligeramente en los diseños geométricos de Adolphe Appia. El primer y tercer actos combinan líneas rectas que dan perspectiva y profundidad con semicírculos que dan espacios para la intimidad. El segundo es mucho mas cerrado, con arboles estilo naive que dan la idea de algo inocente, como un juego de niños. El problema que existe hoy con la ópera es la escasez de directores que observen caracterizaciones individuales, o en alemán Personenregie. Hay muchos directores que imponen conceptos grotescos pero que poco se ocupan de los sentimientos íntimos de cada personaje, como lo hacía por ejemplo el gran director alemán Harry Kupfer. El resultado de tal carencia es que cada cantante hace lo suyo. No es un desastre total, pero falta ese último grado de sofistificación, de pensar qué haría cada personaje en tal situación y para eso se necesita tiempo y talento. 

Lo que sí hubo fueron cantantes de buena calidad, que cumplieron con sus partes musicales con éxito y que actuaron en forma entendible por el público, si bien de vez en cuando se veía algún gesto muy del siglo XXI. No es nada fácil encontrar cantantes que hagan justicia a sus partes vocales, ni siquiera aquellos de primera línea. Por eso fue una sorpresa muy agradable contar con un reparto parejo donde cada cantante dio todo de sí sin problemas vocales. Lars Cleveman fue un Tristan sólido, de buen porte, actuación dura pero aceptable. El tercer acto lo cansó, pero eso fue un plus, ya que Wagner exigía precisamente eso. Su voz no es bella pero eso también va bien con el rol, mientras que en el gran duo del segundo acto (‘O sink hernieder Nacht der Liebe’) cantó con gran determinación. 

A su lado Alexandra Lubchansky, una Isolda rusa, de figura alta, esbelta, elegante. Una Isolda que actuaba antes de pensar, muy impulsiva y furiosa. Su voz no se asentó durante el primer acto, pero en el segundo alivianó dando menos presion y asi pudo cantar sus difíciles Do sin problemas.  Su voz es muy expresiva, así como su actuación, que dio siempre la impresión de furia incontenible. Su ‘Liebestod’ conmovió, ayudada por el director de orquesta que apuró los tiempos. 

La joven Stefanie Iranyi fue una Brangania de voz cremosa y dulce, actuando con gran resolución, oponiéndose a las ideas de su ama con fuerza. Oliver Zwarg canto Kurwenal con fuerza, buena línea y buen fraseo, un fiel compañero a su amo. Rafat Siwek presentó una figura alta, imponente y llena de autoridad moral. Su Rey Marke tuvo excelente dicción, siendo el único cantante a quien se le pudo entender al menos parte de su rol. Simon Schnorr fue el odioso Melot, cantado con malicia, Italo Proferisce cantó el melifluo Timonel Andrea Schifaudo fue el lúgubre Pastor.

La orquesta bajo la dirección de Marc Piollet brilló en todos los aspectos. No solo Piollet controló el volumen a la perfección, permitiendo que los cantantes se escucharan sin forzar sus voces, sino que exhibió un fraseo elegante, donde se pudo escuchar a todas las secciones en forma clara, todas con frases bien pensadas y dando oportunidad a los solitas orquestales a que se lucieran. No hubo una sección que no brillara, y las trompas cantaron sus partes sin berrearlas. Hacía tiempo que no escuchaba a esta orquesta tocar con tal calidad en todas sus secciones y esto es algo que augura bien para el resto de la temporada. Un público que llenó el teatro aplaudió con ganas que lo merecieron plenamente.

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