War Requiem en San Francisco

Philippe Jordan dirigió el War Requiem de Benjamin Britten con la San Francisco Symphony Orchestra © Michael Poehn

Mayo 18, 2023. En 1961, Benjamín Britten (1913-1976) compuso su Requiem de Guerra, Opus 66, 22 años después de que la catedral de Coventry en West Midlands en Inglaterra fuera destruida durante los bombardeos aéreos en la Segunda Guerra Mundial, y el motivo de su creación fue la consagración de la nueva catedral que fue construida adyacente a las ruinas de la catedral original. 

En su monumental obra, Britten contrastó textos de la misa de Requiem en latín con textos en lengua inglesa de Wilfred Owen (1893-1918), considerado un prolífico poeta de guerra; logrando impregnar en ella sus profundas y arraigadas creencias y espíritu pacifista. El estreno absoluto de la obra ocurrió el 30 de mayo de 1962 en Coventry, y casi siete años después, en abril de 1969, la San Francisco Symphony la ejecutó por primera ocasión bajo la batuta de Hans-Schmidt-Isserstedt. 

A pesar de ser una atractiva y sugestiva partitura de gran dimensión, lamentablemente no es una obra que se programe con la frecuencia que merecería, y desde noviembre del 2013, cuando fue dirigida por Semyon Bychkov, hasta esta ocasión en el 2023, sus acordes musicales no habían sido escuchadas en San Francisco. El resultado final de este concierto se debe resumir como una sobresaliente y sobrecogedora ejecución musical para todos los presentes en la sala de conciertos Davies Symphony Hall de esta ciudad californiana. 

Parte del éxito se gestó gracias a la sublime conducción del maestro suizo Philippe Jordan, actual titular musical de la Ópera Estatal de Viena. Jordan luce inexpresivo en su gesto, y pesar de su sobriedad, es un director con mucho oficio preciso y detallado en sus movimientos para marcar las entradas, en el control las fuerzas musicales, en la dinámica, los timbres, y las intervenciones individuales de cada una de las secciones de la orquesta, como los metales, las cuerdas; y evidentemente las intervenciones de los coros y de los solistas. 

Jordan fue capaz de emocionar con estrepitosos, enérgicos o dramáticos pasajes, y de conmovedor y vibrar con los más tenues, casi imperceptibles pasajes corales ofrecidos por el coro de niños Ragazzi Boys Chorus, dirigidos por Kent Jue, que se escucharon cantando desde el exterior de la sala. Mencionaría la destreza con la que el director suizo logró hilar de manera ligera, continua y sin pausas, las partes corales en latín con los poemas de Owen cantados en ingles por el barítono y el tenor, dándole continuidad a los seis movimientos. Las partes cantadas en ingles nos remiten indudablemente al estilo de la recitación y el canto tan característico de las óperas de Britten, en especial a Peter Grimes. 

Personalmente, destacaría el segundo movimiento, el Dies Irae, como el más completo desde el punto de vista musical y vocal, a una pieza a la que cada vez que se escuche en vivo se le descubren nuevas aristas, detalles y matices. La San Francisco Symphony Orchestra en conjunto agradó por la conjunción, homogeneidad y profesionalismo mostrado por sus músicos. Por ello, referirse en la actualidad a las “Big 5” (la denominación introducida en los años 50 para designar a las mejores cinco orquestas estadounidenses) es incurrir en un término erróneo, en desuso y obsoleto, considerando la prestancia y distinción que han alcanzado orquestas como la propia San Francisco Symphony, la LA Philaharmonic o la Dallas Symphony Orchestra, por mencionar solo algunas. 

No se puede olvidar el aporte y el nivel exhibido por el San Francisco Symphony Chorus, bajo la conducción del maestro Joshua Habermann, y la marcada distinción entre las voces femeninas y las masculinas requerida en varios pasajes. Como también es importante resaltar la voz oscura, profunda y sentida de la soprano estadounidense Jennifer Holloway, quien se colocó en la parte trasera, superior de la sala, una fila delante del coro, como del barítono estadounidense Brian Mulligan, quien como se anunció al inicio del concierto, ocupó el lugar del bajo-barítono escoces Ian Paterson, ausente por problemas con su visa de trabajo, un obstáculo y sobre todo una realidad pos Covid que aún incide con frecuencia en la programación o cuando invitan artistas extranjeros, los teatros y orquestas estadounidenses. Mulligan fue un muy digno intérprete que mostró su experiencia cantando y declamando sus partes con intensidad e ímpetu y una voz de grata coloración. 

Finalmente, fue encomiable la participación del tenor inglés Ian Bostridge, que conoce y canta como pocos la parte de tenor en este Requiem, que ha interpretado en diversas ocasiones, para redondear un competente elenco de solistas en un memorable concierto.  

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