80 años con la música

 

Xavier Torresarpi

Estas reminiscencias forman parte de las memorias inéditas de uno de los fundadores de Pro Ópera AC y de la revista Pro Ópera. Xavier Torresarpi ha sido promotor cultural toda su vida, tanto en el sector público —como Secretario de Cultura de su natal San Luis Potosí, donde promovió la creación de orquestas juveniles— como en el sector privado, donde fue fundador también del Coro Pro Música. Publicamos aquí sus recuerdos de uno de los músicos —cantante de ópera, director de orquesta, director artístico de dos casas de ópera, fundador del concurso Operalia— más importantes de la segunda mitad del siglo XX.

Plácido Domingo
Conocí este nombre en 1949, cuando la Compañía de Zarzuela y Opereta Pepita Embil llegó al recién reinaugurado Teatro de la Paz, en la capital de San Luis Potosí.

Por ese entonces era el nombre de un señor grande que cantaba papeles de bajo-barítono y a quien le bailaba la voz. Arturo mi cuñado y yo nos burlábamos cantando con un trémolo descontrolado las piezas que le tocaban. (‘Yo, tosco y rudo trabajadooooooor…’ Con onditas…).

En ese tiempo don Plácido Domingo Ferrer era para nosotros “el marido de Pepita Embil”. Pero Plácido Domingo Embil, nuestro Plácido, escribe que su papá fue un barítono importante y de calidad. No hay por qué dudarlo.

Mi recuerdo del Plácido Domingo al que me refiero, don Pla, ahora aparece en mi memoria un poco nebulosamente, cuando un amigo nos dijo que Pepita iba a estar en su casa de visita, y nosotros estuvimos de metiches. Recuerdo (o es añadido de mi invención) que a un chamaco que andaba ahí le dijimos ¡quítate chiquillo! Nosotros teníamos 15 años, Plácido tenía 8 y nosotros íbamos a ver a Pepita, que estaba muy guapa y tenía 31 años.

Muchos años después, en 1958, asistí a la versión de My Fair Lady de Manolo Fábregas en Bellas Artes. En el programa, entre los partiquinos aparecía el nombre de Plácido, junto con Pepe Esteva y Jorge Lagunes padre.

Mi bella dama me gustó tanto que compré el disco, cosa extraordinaria pues yo tenía muy poco dinero. En ese disco aparecía Plácido en los créditos. Lo menciono porque en ediciones posteriores del mismo disco ya no aparece. No entiendo. Cuando se hizo famoso yo lo hubiera puesto en letras grandotas. Quizás Plácido o alguien de su grupo hizo que lo quitaran.

Otro recuerdo que tengo es el de en una función de ópera en Bellas Artes en la que nos tocó  en la fila de adelante de nosotros a Pepita y don Pla. Los saludamos por cortesía y los oímos decir que “el cachorro” estaba haciendo carrera en Israel. A la salida fuimos caminando casi juntos hacia la calle de Dolores al estacionamiento en el que ambos teníamos el auto, y entablamos conversación. Recordaron mucho San Luis, preguntamos por los que cantaban allá con ellos y nos repitieron que Plácido iba muy bien.

Luego me enteré que ya tenía contrato con la Ópera de la Ciudad de Nueva York. No sabía que también era cover en el Met, pero luego me llegó la noticia de su debut en Adriana Lecouvreur, sustituyendo a Franco Corelli, que era muy cancelador. Esto fue el 28 de septiembre de 1968. Y de ahí tomó tal vuelo que aún hoy, cincuenta años después, todavía no aterriza.

Salió su primer LP, y yo lo compré con la ilusa idea de ir juntando todos sus discos. Digo ilusa, porque nunca hubiera soñado el número de discos que ha grabado. Me rajé como coleccionista muy pronto.

Plácido Domingo

Plácido es el tenor que más papeles ha hecho en la historia de la ópera. [Nota del editor: Hasta la fecha, Plácido ha cantado 151 roles (de tenor y barítono). El primero, en 1959, fue Borsa (tenor) en Rigoletto de Verdi, en el Palacio de Bellas Artes. El más reciente fue Juanillo (barítono) en El gato montés de Penella, en Los Ángeles.] Cuando se le acabaron los roles de tenor, empezó como barítono. Aún hoy, a sus 80 años, no parece tener ganas de parar. Desde hace muchos años los periodistas le preguntan sobre su retiro. Él ha contestado que mientras el público lo aplauda, y él se sienta satisfecho, seguirá cantando. [Su lema es: “If I rest, I rust”: “Si descanso, me oxido.”]

Cantaba por todo el mundo, y solo sabíamos que por Navidad venía a Acapulco con toda la familia. En 1985, cuando el temblor destruyó el edificio del conjunto Tlatelolco en el que vivía su tía Agustina, canceló todos sus compromisos y se vino a excavar. Aprovechó su fama para pedir que enviaran herramientas y apoyo a las excavaciones. Cuando ya no había ni siquiera esperanza de que estuviera viva, volvió al trabajo y anunció que durante un año cancelaría sus funciones de ópera (en las que ganaba menos) y se dedicaría integralmente a dar conciertos y a reunir dinero para donarlo a los afectados por el temblor.

El gobierno ofreció al Infonavit para que manejara el dinero y Plácido, perdiendo su habilidad diplomática, declaró en público que ni un centavo iría vía gobierno. No solo eso, sino que ya en el aeropuerto le preguntaron si México se levantaría pronto del desastre y dijo: “Con que los políticos devuelvan lo que se han robado, México sale rápido”. Con esto casi logró que lo pusieran en lista negra mexicana, lo que le importaba un pepino.

Nunca le dieron alguna condecoración por su labor. Solo hace unos años hicieron algo oficial: una estatua en un jardín de segunda clase (el parque de los Venados). Respecto de su entrega durante el temblor escribí un artículo en la sección cultural de Ovaciones que se llamó: “Plácido Domingo: la vida se nos da y la merecemos dándola”.

Mi manía de hacer cuentas me hizo caer en lo que hoy sé que es falso. Escribí que ya que Plácido tenía 44 años y estaba en la cúspide de su carrera, y considerando que le quedaba una vida útil de 20 años, estaba regalando el 5% de su carrera. Nunca pude yo suponer que Plácido sigue teniendo una carrera sin haber salido de esa cúspide de fama y público.

La voz no es la de antes, pero cuando en Viena se anunció que cantaría el papel de Germont padre en La traviata en vez de Germont hijo (papel en el que había tenido mucho éxito), el mayor aplauso fue para él aún antes de cantar su primera nota baritonal.

En 1983, cuando en el centenario de Otello cantó en la Scala de Milán, yo no estuve presente, pero si estaba en Italia y leí la crítica nada menos que en Il Corriere della Sera de Milán. Más o menos decía que el de Plácido era el mejor Otello (de Verdi) de los últimos cien años. ¡Zas! Y citaron lo que había dicho el gran actor Sir Lawrence Olivier: “Plácido es el mejor Othello (de Shakespeare) que existe, y además canta”.

Poniendo en evidencia lo que lo separa de otros tenores que tienen voces bellísimas y poco más, Domingo es un gran actor. Y un gran músico. Recordemos que en el Conservatorio Nacional, Plácido estudiaba piano y no canto, y además él dice que lo que más le gustó del Conservatorio era que jugaba futbol.

Jessye Norman  como Cassandra en Les Troyens de Berlioz

Llevaba muchos años tocando piano en la compañía de sus papás. Salvador Quiroz (barítono zarzuelero de primera) nos dijo que, cuando a un cabaret de mala fama se le ocurrió la extraña idea de meter un numerito con un barítono clásico de frac (el propio Quiroz), llevó a Plácido como acompañante. A sus 16 años no lo hubieran dejado ni entrar al lugarejo, luego de soportar los gritos de “mucha ropa”, suspendieron el show. Cuenta Quiroz que de la exigua paga semanal, la mitad la llevaba Plácido a su mamá.

No es de extrañar que, cuando le preguntaron a don Pla que si Plácido era el mejor tenor del mundo, él respondió: “De eso no voy a opinar, pero es el mejor hijo del mundo”.

Cuando Plácido y su esposa Martha Ornelas estuvieron en Israel, los contrataron en la ópera de Tel Aviv para cantar por una cantidad de libras. Se les hizo muy bueno; los dos cantarían. En ese tiempo Martha Ornelas era aún más conocida que su marido. (Luego se retiró del canto y se dedicó a trabajar para la carrera de Plácido.) Pero eran libras israelíes [la unidad monetaria de Israel de 1952 a 1980 fue la libra israelí], y eran una miseria. Eso lo cuenta Plácido en su libro, Mis primeros cuarenta años [Editorial Planeta, México, 1985].

Ahora yo completo la historia porque en el consulado de México en Israel estaba de encargado Fernando Treviño Marti, primo hermano de la Nena [así conocemos a la esposa de Xavier Torresarpi, cuyo nombre es María de la Luz Marti Méndez]. Fernando era el mayor de todos los primos y un día los invitó a comer. Plácido y Martha aceptaron de volada. La siguiente invitación también fue aceptada sin demoras. Fernando se dio cuenta que apenas libraban para comer, aunque cantaran muy seguido. Así que los invitó muy seguido y la pasaron mucho mejor. 

Después de Israel pasó lo que relato arriba: el contrato con la New York City Opera y el cover en el Met, y el comienzo de esa descomunal carrera. 

Me hubiera gustado tener amistad directa con Plácido. Hice muchas cosas para acercarme o para que, cuando menos, supiera quién era yo. Escribí en la Revista Pro Ópera [fundada por Xavier Torresarpi en 1993] un largo artículo que titulé “Plácido Domingo en México” [publicado originalmente en Pro Ópera, septiembre-octubre de 1994, y reproducido en mayo-junio de 2011], para el que dediqué muchas horas de investigación de fuentes primarias. Obtuve la lista de pasajeros del Marqués de Comillas, barco en el que Plácido llegó a México con Mari Pepa, su hermana, y la tía Agustina.

Entrevisté a la propia Mari Pepa y a doña Pepita, quienes me dieron datos y fotos. Y releí el libro en el que Plácido platica de su infancia. Conocí y fotografié todas las casas en las que vivió durante su infancia, añadiendo las anécdotas que me dio Mari Pepa. Hasta fui a las Tortas Biarritz [en la entonces Glorieta de Chilpancingo sobre la Av. Insurgentes Sur, que todavía existe], de las que habla Plácido con frases de glotón, e incluí una foto de la tortería en el artículo.

Mario del Monaco como Radamès en Aida de Verdi

Luego hice que Leopoldo Falcón, gran amigo mío —y un casi miembro de la familia Domingo— le diera el artículo en mano a Plácido. Lo empezó a leer, y lo leyó de corrido. Y luego preguntó: ¿Cómo sabe tanto ese señor?

En Pro Ópera hicimos un viaje a Nueva York para ver La viuda alegre en el Met, con Plácido y Frederica von Stade, y al finalizar la función organizamos una cena en el restaurant Plácido Domingo con los protagonistas. [En aquel entonces, la chef era Patricia Quintana.] Siendo yo el mayor ejecutivo de Pro Ópera, estuve en la mesa principal con Plácido.

Cuando estuve en la Secretaría de Cultura [Xavier fue secretario de Cultura de SLP durante la administración de Fernando Toranzo, de 2009 a 2015], organicé los festejos de los 120 Años del Teatro de la Paz, dentro de los cuales pusimos Luisa Fernanda. Traté de hacer una conexión en vivo con Plácido para transmitirla en el Teatro. Álvaro, su hijo y representante, me dijo que lo veía muy difícil.

Sugerí una entrevista grabada. Me pidieron las preguntas que yo haría. Terminó en que Plácido grabaría una plática basada en las preguntas que yo hice y mencionó con cariño al Teatro de la Paz y a Xavier A. Torresarpi con agradecimiento.

En otra ocasión un grupo llamado Hispanics for L. A. Opera, que encabezaba una amiga de Pro Ópera de nombre Alicia García de Clark, entregaba cada años los Plácido Domingo Awards a un cantante de origen hispanoamericano.

Me mandó boletos de cortesía, pero me dejó asombrado cuando ella, presidenta de Hispanics, nos cedió a la Nena y a mí sus lugares en la mesa de honor. Yo tuve a la Nena a mi izquierda y a Martha Ornelas a mi derecha.

Platicamos entre todos los de la mesa de 10. Pero en general yo platiqué con Martha y la Nena, mientras Plácido platicaba con el presidente del patronato de la Ópera de Los Ángeles y con otro picudo sentado a su izquierda.

En otra ocasión fui invitado al concurso Operalia, cuya tercera versión se hizo en Madrid, en 1995. Me invitaron los de Televisa, que me habían pedido muchos consejos cuando ellos hicieron la segunda versión en México, en 1994 [la primera edición de Operalia fue en París, en 1993]. La invitación solo incluía asistencia al concurso y el hotel, pero no los boletos de avión.

Susan Graham como Marguerite en La damnation de Faust de Berlioz

Yo andaba en Milán con motivo de negocios de Fisisa [Fibras Sintéticas, SA, empresa en la que Xavier fue directivo durante muchos años] con la ANIQ [Asociación Nacional de la Industria Química] para la inauguración de la planta de acrílico de Pisticci [población en el sur de Italia], así que me faltaba Milán-Madrid. Me puse en contacto con un amigo, quien me dio millas para el tramo que me faltaba.

La noche de la entrega de premios hubo una recepción en el Hotel Reina Cristina en el que yo estaba hospedado. Luego de cenar con los de la “Chicken Class” (los de primera seguro había cenado en otro lugar y en petit comité), ya daban las dos de la mañana y el esperado Plácido no llegaba. Me fui a dormir, pues salía a Milán de regreso a las 7:00 de la mañana.

A las 4:00 am alguien del equipo de Plácido —a quien yo había dejado el encargo— me llamó a mi cuarto: ¡ya llegó el maestro! Un remojón y allá voy. Tengo la foto de esa noche. Plácido trabajando desde las ocho de la mañana hasta las cuatro del día siguiente. Se le nota el cansancio en la foto, pero estuvo igual de amable.

Por último, luego de la celebración de los 120 años del Teatro de la Paz, que manejé como un fondo separado, me quedó dinero para intentar lo que hubiera sido La Joya de la Corona: ¡un concierto con Plácido Domingo!

Ya se lo había planteado al gobernador Toranzo, quien muy a su modo, me dijo: “Pues hay que juntar canicas, mi Xavier…” Yo ya tenía las canicas y estaban disponibles. Luego de comentar el asunto con Polo Falcón, establecí contacto con Álvaro Domingo. Se fijó la fecha, apartamos el Domo de San Luis (con un aforo de 12,000 localidades), e hicimos el presupuesto… Nos ofrecieron el concierto por una suma importante, que estaba a nuestro alcance. Ellos ponían a Plácido, al director de la orquesta y a una soprano acompañante (María Katzarava); nosotros la orquesta, el hotel y la publicidad…

La fecha era en abril, del último año de Toranzo, pero salió un memorándum del IFE con el cual prohibían cualquier evento en el que se promoviera al gobierno durante los meses de campaña electoral. Toranzo terminaba en diciembre y las elecciones serían en junio, por lo que el concierto podía ser entre junio y noviembre. Hablé con Álvaro, rogué, alegué… pero no tenían fechas libres.

Así que el concierto de Plácido Domingo en San Luis se quedó como otro más de mis proyectos fallidos.

El dinero que teníamos guardado se quedó en la Secretaría de Finanzas, y seguramente sirvió para la campaña del nuevo gobernador, Juan Manuel Carreras.

Luciano Pavarotti como Radamès en Aida de Verdi

Plácido Domingo es un artista que siempre me ha impresionado muchísimo, por su calidad vocal e histriónica, por su bonhomía y porque, en mi caso particular, sus padres fueron un punto muy importante en “mi vida con la música”.

De alguna manera lo sentía cercano y lo seguí en sus andanzas todo lo que pude. Le escribí y dediqué varios artículos en el periódico y en la revista Pro Ópera, donde lo puse en varias portadas.

Cuatro veces nos cruzamos en vivo. Dos de ellas cenamos juntos. Estuve a punto de traerlo a San Luis para un concierto que sería la cúspide de mi gestión en la Secretaría de Cultura. No se pudo.

Todas las veces que hablamos lo sentí amable pero impersonal. Muchos cantantes se consideran amigos míos; varios de ellos han llegado a las grandes alturas del mundo de la ópera. En el caso de Plácido, hice mucho de mi parte; siempre cumplió y sonrió, pero creo que nunca supo quién era yo.

La carrera de Plácido sigue a la fecha, a pesar de la campaña que le han hecho por supuestos actos indebidos con sus compañeras femeninas. En Estados Unidos su carrera terminó, por lo que ya nunca más lo veremos en las transmisiones del Met en HDTV. Lástima. Pero en cuanto se trasladó a Europa lo recibieron con grandes aplausos.

La Covid le quitó año y medio de carrera, que es mucho cuando tienes 80 años y ciertamente estás en tiempo extra. Me queda claro que Plácido, aún sin haber establecido amistad alguna, es uno de los puntos importantes en mis “80 años con la música”.

 

Algunos de los cantantes que me han tocado en estos 80 años.
Luego de consultar con Google y con la Nena, formé una lista de 237 cantantes a los que vi en persona o por alguna transmisión, porque el Met HD Live me parece una manera de conocer a los cantantes como si fuera en persona. Y a veces más. Me explico: a Jessye Norman la vi en persona cantando Les troyens en el viejo Met. Yo estaba atrás de la última fila de luneta, en el lugar de los parados. Creo que tendría una mejor opinión si hubiera podido ver su cara en close-up, lo que ahora es maravilloso con las transmisiones en HD. Pero no me engaño: sé que es imposible apreciar el volumen de los cantantes cuando existe uno o varios micrófonos de por medio y un ingeniero de sonido.

Mi asombro cuando oí a Mario Del Monaco cantando Aida en el viejo Met fue grande. Pero no menos grande fue oír a un barítono italiano que no pasó de medio pelo: Gian Giacomo Guelfi en Bellas Artes, cantando también Aida. Su entrada de Amonasro en el segundo acto dejó con la boca abierta a todos.

Y para grandes voces no me olvido del tenor ruso que oímos con los Coros de la Armada Soviética en Veracruz. Salió y soltó una nota que recorrió el auditorio de lado a lado… Igual que Guelfi.

Dmitri Hvorostovsky y Ramon Vargas en Don Carlo de Verdi

He oído decir que la voz de Sandra Radvanosky es grandísima. (Ya conté que Ramón Vargas y Dmitri Hvorostosky dijeron que si ella soltaba la voz, ellos mejor se callaban, porque de todos modos no se oirían.)

Pero cuando vi a Susan Graham cantar el aria ‘D’amour l’ardente flame’, de La damnation de Faust de Berlioz por HD, con todas las expresiones de su actuación, me impresionó hasta las lágrimas. Aunque su voz haya sido amplificada, no creo que en este caso lo necesitara.

Hice el esfuerzo de escoger a los cuatro mejores cantantes de cada tesitura de voz. Para esto me ayudó mucho YouTube, pues todos los que han grabado están ahí, con calidades de sonido diferentes. De Enrico Caruso a Jonas Kaufmann. Yo soy testigo de que la ópera de antes (del viejo Met) es muy diferente a la de ahora, en la que las transmisiones electrónicas imperan. 

La ópera de hoy, con la TV y los subtítulos, es mucho mejor que la de antes, pues la de hoy cumple la regla de ser “teatro cantado”. Pero los gordos ya no funcionan, ni los que cantaban parados con la voz hacia el público mientras le susurran frases de amor a otra gorda a dos metros de distancia.

Así me parece que la bellísima voz de Luciano Pavarotti hacía que soportara verlo inmóvil sobre el escenario. El Radamès, que entra corriendo, con él aparecía pausado, porque con sus 165 kilos perdía el aliento si se agitaba. También aguantamos a la Montserrat Caballé, porque tenía una voz de las que solo se han de escuchar con los ángeles en el cielo. Nos tocó vivir que el Covent Garden le cancelara un contrato a Deborah Voigt, por gorda. [Dicho contrato era para cantar Salome. En declaraciones a la prensa, la propia soprano bromeó sarcásticamente que en lugar de hacer la danza de los 7 velos, ella haría la danza de los 77 velos.] Y otros muchos que no llegan a la fama porque no se cuidan.

Además, 80 años son mucho tiempo para recordar con precisión y pretender comparar. Muchos de los que oí en discos de 78 rpm, con tecnología mecánica, luego los oí remasterizados. ¿Es posible comparar objetivamente? Pero esto que escribo no es objetivo ni completo. Ahora me viene a la memoria Giacomo Lauri Volpi, que no aparece en la lista. Mi memoria no es lo que era…

En vivo vi a 162 cantantes de buen nivel, entre los que conocí en persona, los que vi en vivo en un escenario y los que vi por TV. Quedan 63 que solo oí en discos o en la radio.

Incluyo, por razones históricas, a dos sopranos que ni oí ni vi: Teresa Stoltz, la amiga de Verdi que hizo el primer Requiem y la primera Aida, y Rosina Storchio, que hizo la primera Butterfly. Esta lista es incompleta por necesidad.

Al escoger el “Top Four”, me di cuenta que había que separar a los tenores, pues no se puede juntar a dramáticos con ligeros ni líricos. Además, es frecuente el caso del tenor que debuta como ligero y luego pasa a lírico (Ramón Vargas) y del que debuta como lírico que pasa a dramático y hasta a barítono (Plácido Domingo, Ramón Vinay).

La selección es mía, y, como todo lo demás, la hago porque así me parece a mí. No es una encuesta de conocedores. Ahí va:

Sopranos: Claudia Muzio, Renata Tebaldi, Leontyne Price, Anna Netrebko.
Mezzosopranos: Oralia Domínguez, Cecilia Bartoli, Susan Graham, Elīna Garanča.
Tenores ligeros: Tito Schipa, Ramón Vargas (joven; luego es lírico), Javier Camarena.
Tenores líricos: Beniamino Gigli, Miguel Fleta, Luciano Pavarotti, José Carreras (antes de la leucemia).
Tenores dramáticos: Enrico Caruso, Plácido Domingo, Franco Corelli, Jonas Kaufmann.
Barítonos: Tita Ruffo, Marcos Redondo, Hugo Avendaño, Leonard Warren.
Bajos: Ezio Pinza, Nicolai Ghiaurov, René Pape, Bryn Terfel.

Samuel Ramey en su debut en el Met como Argante en Rinaldo de Händel

Algunos casos me impactaron mucho: en una función en el nuevo Met, en 1984, se puso la ópera Rinaldo, de Händel, para el lucimiento de la gran mezzo americana Marilyn Horne, que cantó una parte que [en 1711] estrenó un castrato [Nicolò Grimaldi, alias Nicolini]. Ella cantó muy bien, pero me impactó el debut del bajo americano Samuel Ramey, como Argante: soltó la primera nota y se robó el show. Muchos años después lo vi en una reposición de La Rondine. Ramey hacía un pequeño papel de viejo elegante [Rambaldo]. Pero tenía un trémolo tan notable que daba ternura y enojo porque había permitido dejarse ver y escuchar así después de tan ilustre carrera.

Otro caso que recuerdo fue en un Don Carlo en la Scala, en 1961. La Nena y yo viajamos desde Turín para ver esa función matinée. La estrella y la gran atracción era el bajo búlgaro Boris Christoff, ya consagrado. Pero como Gran Inquisidor, que es otro papel para bajo, apareció Nicolai Ghiaurov, a quien, con prismáticos desde lejos, pudimos ver con su cara de jovencito maquillado de viejo inquisidor. Su entrada, bajando unas escaleras, tiene una nota que fue respondida por el público de la Scala con un: “¡Ahhhh!” 

¡El rey ha muerto, viva el rey! Duro, el mundo de la ópera. El rey —muerto— tuvo que seguir cantando toda la función. 

(Muchos años después entrevistamos al bajo uruguayo Erwin Schrott, que debutaba en la Ópera de la Bastilla en París. Platicando con él después, supo que nosotros estuvimos en esa función y nos relató lo que hubo detrás: Cuando Christoff oyó a Ghiaurov, le dijo al teatro que si “ese” cantaba, él no cantaría el rol de Filippo. La dirección del teatro le hizo saber que Ghiaurov sí cantaría, y que si él se negaba a hacer el papel principal, Ghiaurov ya estaba listo para tomar su lugar. Christoff se tragó su divismo… y lo demás es historia.)

Y como decía uno de los cantantes más entonados que he oído en mi vida (el Loco Valdés): tan, tan.

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