El niño Ferruccio Burco, músico del Romanticismo

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El director huésped del primer concierto de la temporada 1951 de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) usaba pantalón corto y lucía unos rubios caireles que parecían coronar su cabeza. Se llamaba Ferruccio Burco y tenía once años. De origen veneciano, había nacido en Milán en 1939; aunque se decía que era bisnieto del compositor Vincenzo Bellini en línea directa, su padre fue un artista plástico y su madre una modesta cantante de ópera.

Como director huésped de la OSN se presentó el 19 de enero, dirigiendo de memoria un programa que incluía las oberturas de las óperas Guillermo Tell de Gioachino Rossini, Il Guarany de Antonio Carlos Gomes y Tannhäuser de Richard Wagner, además del preludio del acto I de Lohengrin y la Sinfonía número 5, opus 67 de Ludwig van Beethoven.

El cronista Hans Sachs (Miguel Bueno) publicó a propósito de ese concierto (El Universal, 22 de enero de 1951): “Cuando el niño Burco atravesó las puertas del foro en el Palacio de Bellas Artes, mismas que han dado el paso a tantas figuras del arte mundial, el público pudo contemplar un extraño espectáculo: una figura infantil se dibujaba desde un par de rollizas y descubiertas piernas hasta el remate de una melena cuidadosamente enchinada que le daba al bambino un aire de este tipo de músico, ya periclitado, que floreció en la bohemia del romanticismo. La reducción miniaturista, envuelta en un severo y delicado trajecito negro, hacía de Ferruccio Burco un personaje con más tipo de músico que cualquier músico verdadero. El muchacho entró alegre. De ojos vivaces, andar seguro, visiblemente acostumbrado al aplauso y las multitudes, robó más escena que muchos dirigentes profesionales. Le sobra simpatía, y el público fue justo en comprenderlo, primero como niño y luego como director. Los músicos, habitualmente hoscos y reservados, se dejaron llevar por la misma corriente emotiva…»

Por su parte, Gerónimo Baqueiro Foster (El Nacional, 23 de enero de 1951) escribió: “De memoria empezó con la obertura de Guillermo Tell, de Rossini. La dirigió con detalles de muy buen gusto. Nada de exageraciones ni de efectismos. Burco es un músico serio, pendiente de las entradas de los instrumentos que cantan, de las intervenciones de los instrumentos de percusión, sobre todo, de que el ritmo no decaiga un solo instante. Por estas cualidades, su interpretación de la Quinta sinfonía de Beethoven, salvo al final, que a todos les dio la impresión de lentitud, fue reveladora de que hay una personalidad que madurará en los años de receso dedicados a estudiar en los grandes conservatorios. Burco obtuvo su mayor éxito, seguramente, con la obertura de El Guarany”.

Su afición por la música comenzó tras presenciar una función de ópera en La Scala cuando tenía cinco años. Sus biógrafos aseguran que a esa misma edad dirigió una orquesta en Bérgamo con enorme éxito; otros dicen que fue a los ocho. Durante la Segunda Guerra Mundial se consignan actuaciones del niño Ferruccio Burco en Florencia, Lucca, Milán, Padua, Turín y Vercelli y posteriormente en los Estados Unidos en donde la prensa, tras su exitosa presentación, escribió: “¿Un monstruo, un genio? ¡Que Dios nos ayude a definirlo!”

En 1944-45, debido a su extraordinario éxito como niño prodigio, incursionó en el cine con las cintas Bacicin diventa milionario y Bacicin poliziotto, ambas dirigidas por Domenico Valinotti. En 1947, tras su debut en la Arena de Verona, en los teatros San Carlos de Nápoles, el Regio de Parma, el de la Ópera de Roma y el Châtelet de París, la crítica lo define como el nuevo Mozart, a lo que Ferruccio respondió: “Mozart era Mozart, Burco seguirá siendo Burco…”.

Un año después efectuó exitosos conciertos en Suiza, Egipto, Inglaterra y en el Carnegie Hall de Nueva York, principalmente de música sinfónica y también la ópera Cavalleria rusticana de Mascagni en la ciudad de Livorno. En el comienzo de aquella meteórica carrera musical conoció a Arturo Toscanini, que lo saludaba como: “Querido colega”, y Víctor de Sabata, mucho más relajado, le decía: “Después de tu concierto podemos ir a jugar y escondernos…”.

Para 1954, sus presentaciones se habían extendido a Chicago, San Francisco, Brasil, México y Cuba. La segunda de tres presentaciones en el Palacio de Bellas Artes como director huésped de la OSN (enero 23) estuvo dedicado a Giuseppe Verdi en el cincuentenario de su fallecimiento. El programa se conformó con la obertura de La forza del destino y el aria ‘Pace, pace mio Dio’ que cantó la soprano Ana Burco Gentile, que también era la madre de Ferruccio, la obertura de I vespri siciliani; el preludio del acto I de La traviata, la “Marcha triunfal” de Aida, los coros ‘Va pensiero’ de Nabucco y ‘O Signore, dal tetto natio’ de I lombardi, acompañado por el Coro del Conservatorio Nacional de Música que dirigía Luis Sandi.

Se despidió del público de México el 28 de enero dirigiendo un programa que abrió con la obertura de Norma de Bellini, el preludio de Carmen de Bizet, la obertura de Die Meistersinger von Nürnberg de Wagner, la marcha de La damnation de Faust de Berlioz, el “Intermezzo” de Cavalleria rusticana de Mascagni, la obertura de Il barbiere di Siviglia de Rossini y la Sinfonía número 1 en Do mayor, opus 21 de Beethoven.

En el auge de su éxito como director, y tras haber dejado sus estudios regulares, ingresó al Conservatorio de Milán donde se graduó en 1960, época en que reanudó su actividad como director orquestal en Estados Unidos y Europa, y un año más tarde se planteó la creación de una caravana musical para difundir la música clásica por todo el mundo. Ese mismo año se dio tiempo de tomar un curso de paracaidismo y de practicar rugby.

En 1964 se unió al movimiento europeo de extrema derecha “Jeune Europe”, liderado por el belga Jean-Freançois Thiriart. Su militancia fue en extremo radical y, convencido de esa doctrina, no dudó en enfrentarse, incluso físicamente, contra sus adversarios. A causa de esto, fue atacado a golpes en la Plaza de la República en Milán, junto con Renato Cinquemani, miembro de “Jeune Europe”, y semanas más tarde su automóvil fue destrozado mientras asistía a una reunión del movimiento.

El 27 de abril de 1965 Ferruccio Burco regresaba de una gira por el sur de Italia cuando sufrió un terrible accidente que precipitó su automóvil contra un árbol en la localidad de Ostuni, provincia de Brindisi en la región de Apulia. Iba acompañado por dos amigos músicos, Pasquale Fusilli y Armando Bonanno. Los tres murieron de forma inmediata. Burco tenía 26 años.

Se manejó la versión de un atentado, por lo que la fiscalía de Milán ordenó al Tribunal de Apulia abrir una investigación contra quien resultara responsable por “asesinato múltiple”. Nada se comprobó y el caso se cerró, quedando todo en un misterio absoluto. Los seguidores de Burco, de Ferruccio Burco el niño músico dotado, el que fue aplaudido y admirado en los escenarios, lo despidieron con los más altos honores.

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