Tres estrenos mexicanos en Barcelona

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La mulata de Córdoba: Guadalupe Solórzano y coro del Gran Teatro del Liceo de Barcelona. Fuente: Archivo Salvador Moreno. Centro de Investigaciones Estéticas de la UNAM. (Emmanuel Pool, investigador)

En la temporada 1966-1967, por primera y única vez en la historia de las óperas mexicana y catalana, se estrenaron tres óperas de compositores nacionales en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. Una de las cosas más sorprendentes de este acontecimiento es que tuvo lugar en una época en que los dos países habían interrumpido sus relaciones diplomáticas.

Salvador Moreno (1916-1999), compositor veracruzano radicado en Barcelona, fue el artífice de esta colaboración binacional. Gracias a su impulso, y después de lo que debe haber sido una enorme negociación, el 30 de diciembre de 1965 el periódico La vanguardia de Barcelona publicó: 

El día primero de enero harán su presentación en Barcelona los artistas de la Ópera Nacional Mejicana, procedentes del teatro de Bellas Artes de Méjico, capital, que ofrecerán un triple estreno de óperas mejicanas.
Forman dicha compañía, al frente de la cual figura como director el maestro Salvador Ochoa, el tenor Plácido Domingo y los barítonos Isidoro Gavari y Marco Antonio Saldaña, actuando este último, asimismo, como director escénico. Integran el programa con el que harán su presentación las óperas La mulata de Córdoba, del desaparecido maestro José Pablo Moncayo, basada en una leyenda de la época colonial española; Carlota, de Luis Sandi, que narra un episodio de la vida de la emperatriz Carlota, esposa de Maximiliano, y Severino, del maestro Salvador Moreno, que asistirá al estreno, un auto de Navidad ambientado en la época actual.

Lo primero que llama la atención de esta nota es que, a pesar de que casi todos los papeles principales son para mujeres, no se menciona ni un solo nombre de cantantes femeninas. El 2 de enero de 1966, Xavier Montsalvatge (1911-2002), compositor catalán y crítico de la época, publicó también en La vanguardia, página 44:

El programa del estreno en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona abría con La mulata de Córdoba (1948), ópera en un acto de José Pablo Moncayo sobre textos del poeta Xavier Villaurrutia (1903-1950) y del escritor Agustín Lazo (1896-1971). El papel protagónico fue interpretado por Guadalupe Solórzano (1929- ) que obtiene excelentes críticas en la prensa española: “Canta el papel principal de Soledad, la mulata cordobesa, la mezzo Guadalupe Solorzano, en realidad una soprano, ya que es en el registro agudo que luce un bello timbre, expresivo y potente…”. [Xavier Montsalvatge, op. cit.]

Además de la maestra Solórzano, el elenco incluyó al tenor de origen español y afincado en México, Plácido Domingo (1941- ) en el papel de Anselmo, al barítono Marco Antonio Saldaña (1934- ) —quién no solo cantó, sino que además fungió como regidor de las tres óperas, función que en México sería el equivalente a las de jefe de foro y traspunte musical; lo cual es sorprendente por la incompatibilidad práctica de ambas actividades—, a Isidoro Gavari, (bajo navarro que había trabajado mucho en la ópera de México), quien hizo el inquisidor, y a Juan Lloveras, tenor catalán que interpretó al Enamorado.

Cartel de la presentación de las óperas mexicanas en la temporada 1965-1966 del Liceu de Barcelona. Fuente: Fondo programas MAE-Centro de Documentación de las Artes Escénicas del Institut del Teatre de Barcelona.

La orquesta para las tres obras estuvo a cargo de Salvador Ochoa, músico que dirigiría constantemente en el Liceo durante los siguientes seis años. La puesta en escena de las tres óperas fue de Carlos Díaz Du-Pond (1911-2002) y los decorados de La mulata de Córdoba y Severino, de Eugenio Servín (1925-2003). Ambos, nombres muy frecuentes en la ópera de México hasta los años 80, pero —hay que admitir— con resultados artísticos de calidad variable.

Eugenio Servín fue uno de los escenógrafos mexicanos que más trabajó en la ópera y el ballet en el Instituto Nacional de Bellas Artes. Ganó dos premios de la crítica por su trabajo así como reconocimiento a su labor y a toda su carrera. Por su parte, Carlos Díaz Du-Pond era un amante de la ópera que paerticipó en la dirección escénica en Bellas Artes durante más de 40 años. Aunque se menciona en muchos de los documentos de prensa, en el programa de mano no aparece su nombre, por lo que puede suponerse que quien verdaderamente estuvo a cargo fue Marco Antonio Saldaña, como ya se mencionó.

La mulata de Córdoba está basada en una leyenda mexicana que habla de una hermosa mujer veracruzana acusada de brujería que escapa de la Inquisición volando en un barco que ella misma pinta en una pared de su prisión. Su autor, José Pablo Moncayo (1912-1958), es considerado como uno de los compositores más importantes de la música mexicana del siglo XX. Sus obras vocales no son muy abundantes: La mulata de Córdoba es su única ópera, y hay muy pocas canciones en su catálogo.

En cuanto al libreto, esta historia llegó a la ópera después de otras adaptaciones a diferentes lenguajes artísticos, como el cine y el ballet. Xavier Villaurrutia (1903-1950), uno de los poetas y dramaturgos más emblemáticos de nuestro país, debutaba en la creación de un libreto, y podemos notar su delicado uso del lenguaje poético en la ópera. Para esta ocasión colaboró con el polifacético Agustín Lazo (1896-1971), quien, además de en la literatura, legó una buena cantidad de obra pictórica perteneciente a la corriente surrealista.

En Barcelona, La mulata de Córdoba fue recibida con la misma frialdad con la que se acogía a toda ópera nueva, como podemos ver en la crítica del estreno de esta ópera:

Este relato vago, incompleto e incomprensible, está escenificado con máxima simplicidad teniendo por fondo, en los tres cuadros de que se compone, la plaza mejicana de Córdoba, la de Santo Domingo y el interior del templo. Todo queda desdibujado, pálidamente poetizado, y la música, sin caer en vulgaridades, se mantiene en un clima convencional, suavemente lírico […] El protagonista masculino, Anselmo, corre a cargo del tenor Plácido Domingo, de voz cuantitativamente regular pero muy dúctil y agradable. En otros papeles destacados se manifiestan dos buenos barítonos: Marco Antonio Saldaña e Isidoro Gavari, el primero de los cuales actúa también como regista de las tres obras, y nuestro Juan Lloverás, correcto y sensible como siempre […] Los decorados de Eugenio Servín son elementales pero de buen gusto. El coro interviene ajustado y con buena afinación. [Xavier Montsalvatge, op. cit.]

Carlota: Maritza Alemán y el cuerpo de baile del Gran Teatro del Liceo de Barcelona. Fuente: Asociación Licexballet, Barcelona.

La segunda obra del programa fue Carlota (1947), ópera en un acto de Luis G. Sandi (1905-1996) con libreto en español de Francisco Zendejas (1917-1985), basada en el episodio del Imperio de Maximiliano de Habsburgo en México. 

La música fue escrita por Sandi, creador de agrupaciones musicales pedagógicas que siguen todavía activas. Su incursión en la música vocal fue mucho más abundante que la de Moncayo. Cuarenta y dos obras para canto en todas sus formas y acompañamientos dejan claro su interés por la voz humana como instrumento expresivo.

Francisco Zendejas fue el responsable del libreto. Era un intelectual dedicado a la enseñanza y a la edición por igual. Fue el editor de la primera revista Artes de México, donde se dedicó a difundir la obra de artistas tan importantes como Alfonso Reyes y Xavier Villaurrutia.

La escenografía estuvo a cargo de uno de los más famosos escenógrafos catalanes, Ramón Batlle (1894-1973), integrante de la generación que recibe la escuela escenográfica de Soler i Rovirosa. En 1960, con su trabajo para Lohengrin, sorprendió a todos con una vanguardista propuesta sintética, y fue durante este periodo de experimentación y búsqueda escénica que diseñó Carlota para Luis Sandi. Desgraciadamente, no ha sido posible localizar los diseños originales o sus esbozos.

En su estreno catalán, Carlota tuvo un elenco liderado por Maritza Alemán (1936-2020) como la protagonista, Plácido Domingo (Maximiliano), Joan Lloveras (López) e Isidoro Gavari (Bazaine). 

La recepción de esta ópera fue más cálida que la de La mulata de Córdoba:

Carlota destaca en el aspecto musical. La partitura de Luis Sandi revela en el aspecto orquestal una notable inquietud, aunque no de pase [sic] el área del lenguaje armónico conservador. […] La acción no existe pero es hábil la manera de presentar el hecho como en una cinta cinematográfica cuya proyección se interrumpe periódicamente mientras dos recitantes simbolizando “La Patria” (Dora Santacreu) y “El Destino” (Viviano Valdés), explican el sentido de lo que se representa con frases elocuentes del poeta Francisco Zendejas. […] Alternan, pues, los momentos extáticos de los breves relatos, ambientados en un baile palaciego, con los postreros diálogos de Maximiliano (Plácido Domingo) y Carlota, encarnada por la soprano Maritza Alemán, que canta muy bien y con acento emotivo y convincente, más del cuerpo de baile que da atmósfera a la situación y evoluciona acertadamente en la interpretación de un vals “a la francesa” y una brillante mazurka. [Xavier Montsalvatge: op. cit.]

Severino: Coro del Gran Teatro del Liceo de Barcelona. Escenografía de Eugenio Servín, Dirección escénica de Carlos Díaz Du-Pond y Marco Antonio Saldaña. Fuente: Archivo Salvador Moreno. Centro de Investigaciones Estéticas de la UNAM. (Emmanuel Pool, investigador)

El programa cerró con la ópera escrita por el ya mencionado promotor de estas presentaciones: Severino, de Salvador Moreno. Nacido en Orizaba, fue uno de los compositores y pianistas más valorados del ámbito en México. A los 22 años estrenó su primer ciclo de canciones para soprano, llamando inmediatamente la atención del mundo musical mexicano.

El libreto de esta ópera es de un brasileño, Joao Cabral de Melo (1920-1999), y el personaje principal, aunque es masculino, está escrito para mezzosoprano. Severino es la historia del enfrentamiento con la muerte y la manera en que los humanos se relacionan con ella. Según la crítica de Montsalvatge, esta fue la ópera que mejor acogieron los catalanes:

Severino, de Salvador Moreno, es un típico Auto o Retablo navideño, finamente poético […] La música subraya levemente la leyenda con melodías que suponemos populares, acompañadas por una orquesta sin complicaciones, con una armonía de distinguida factura que en algún momento, al final sobre todo, se escapa hacia la zona atonal sin perder sus coloraciones mates y discretas. Imaginamos este Severino como una sucesión de Lieder perfumados por esencias mejicanas. Sus intérpretes son los mismos de las obras anteriores, a los que se incorporan Margarita Goller, María Teresa Casabella, Pilar Torres, el coro y el ballet, que interpreta al final una danza folklórica muy vistosa. Destaca entre todos Guadalupe Lozano, el Severino que canta con atractiva entonación y emotividad durante toda la representación. La obra está presentada poetizando todas las escenas. Los evocadores decorados de Eugenio Servín son muy adecuados, a pesar de que el uso poco preciso de la luminotecnia se acusa, desmereciendo el efecto visual. Dirige con autoridad la orquesta el maestro Salvador Ochoa. [Xavier Montsalvatge: op. cit.]

Las óperas mexicanas que se presentaron en el Liceo no pueden considerarse éxitos rotundos. Tuvieron una aceptación modesta y una recepción fría. La ya citada crítica firmada por Montsalvage habla del conjunto de las tres óperas de la siguiente manera: 

José Pablo Moncayo, Luis Sandi y Salvador Moreno, autores de las piezas aludidas en el título, han realizado una labor estimable a favor de un teatro nacionalista de su país. Sus obras, sin ser elementalmente folklóricas, se basan escénicamente en temas o leyendas mejicanas, aunque los elementos del canto y los ritmos autóctonos no trasciendan por igual en sus partituras.

 

En realidad, ninguna de las tres realizaciones son óperas en el sentido substancial de la palabra, sino estampas episódicas, aproximaciones a un género que requiere un contenido dramático y un desarrollo escénico no alcanzado, ni tal vez pretendido, por los compositores que acaban de darse a conocer.

Ayer, los tres estrenos fueron celebrados cordialmente por un público numeroso y favorablemente dispuesto que aplaudió la presencia de los intérpretes frente a la cortina y reclamó la presencia del compositor Salvador Moreno, que saludó al final del espectáculo. [Xavier Montsalvatge: op. cit.]

El programa de mano de la última función despide a la compañía mexicana con las siguientes palabras: 

Hoy tiene lugar la despedida de la Compañía Mejicana, procedente del Teatro de Bellas Artes Méjico, que por vez primera, en los anales de la lírica española, ha venido en calidad de embajada artística para aportar la nueva savia de aquel joven gran país al acervo musical procedente de la madre patria. Y consideramos un excelente signo amistoso tal participación en nuestra temporada. [Gran Teatre del Liceu, Enero 1, 1966, Programa de mano de las funciones de óperas mexicanas, Centre de Documentació de les Arts Escèniques.]

Este signo de amistad no se ha repetido, pero los artistas mexicanos seguirán siendo valorados en este teatro, generación tras generación.

Programa de la temporada 1965-1966, con la presentación de nuestros compositores y obras. Fuente: Fondo programas MAE-Centro de Documentación de las Artes Escénicas del Institut del Teatre de Barcelona.

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