De cuando la muerte visitó a la ópera mexicana

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Henriette Sontag (Koblenz 1806-México 1854)

Pareciera que los descuidos y la ignorancia son siempre los inicios de las epidemias que han mermado la población del mundo a través de los siglos.

En México la inexistencia de antibióticos y la falta de una estructura médica y sanitaria generalizada, aunado todo al uso político de estas tragedias, hicieron del XIX un siglo de muertes que afectaron profundamente a la población mexicana y, por supuesto, a la vida operística del país.

En 1854, una cruenta epidemia de cólera azotaba a la Ciudad de México, pero como el gobierno de Antonio López de Santa Anna no permitía que se mencionara ni siquiera el nombre de la enfermedad en los periódicos, la población en general no tenía información suficiente para enfrentarla. Por otra parte, se consideraba una enfermedad relacionada con la pobreza, la vida rural, la raza indígena y muchos otros prejuicios sociales que formaban parte de la mentalidad de la época, con lo cual, además de todo, enfermarse era sumamente vergonzoso.

Pero el hecho es que las enfermedades no conocen de clases sociales ni de razas, y ni todos los prejuicios, ni todas las reticencias para publicar noticias, pudieron ignorar que Henriette Sontag, considerada entonces como la mejor soprano del mundo, se contagió. 

La célebre Sontag, alabada en toda Europa por músicos de la talla de Héctor Berlioz, para quien se escribieron papeles especiales, que había recibido los halagos y admiración de príncipes y vulgo por igual en el mundo entero, estaba en México haciendo lo que debería haber sido una larga gira por varias ciudades americanas. A punto de cantar el protagónico de la ópera Lucrezia Borgia de Donizetti para el Teatro Nacional, comenzó a sentirse indispuesta el domingo 11 de junio; tanto, que se tuvo que suspender la función y, a pesar de que había una gala especial para celebrar el cumpleaños del presidente Santa Anna al día siguiente, la enfermedad impidió que se realizara y no hubo ya forma de ocultar la gravedad del estado de la artista, quien murió cinco días después.

Fue sepultada en el Panteón de San Fernando, y sus restos fueron repatriados a Alemania más tarde, pero las ceremonias y pompas fúnebres que se le dedicaron en la capital mexicana fueron de enorme fastuosidad y repercusión social, muy probablemente porque había mucho de vergüenza en el hecho de que se hubiera contagiado de una enfermedad como esa y de que no se hubiera podido hacer nada por ella. Era casi una demostración de que México era un país pobre y de ignorantes, que no tenían medios científicos para paliar la enfermedad. Fue sin duda una afrenta para el orgullo nacional de una sociedad que estaba forjando su identidad.

Ángela Peralta (México 1845-Mazatlán 1883) Fotografía del Liceo: Fernando Bolderín (1870)

Cuentan algunos biógrafos de Ángela Peralta que fue precisamente Henriette Sontag quien, cuando oyó a la jovencísima mexicana —y sorprendida por su extraordinario talento— la alentó para seguir con la carrera del canto. ¿Quién podría imaginar que ambas divas tendrían un final parecido, con treinta años de diferencia?

Al parecer, por un descuido de las autoridades marítimas de la época, en agosto de 1883, dos barcos de vapor procedentes Panamá e infectados con la fiebre amarilla entraron en comunicación con el puerto de Mazatlán, provocando la epidemia que azotó a la ciudad y que en quince días afectó a más de cuatro mil personas, cobrando la vida de más de un centenar de ellas, entre las cuales estaba la famosa soprano Ángela Peralta de 38 años de edad, nuestra primera soprano internacional y nuestra primera empresaria.

No fue ella la única víctima de esta epidemia, aunque sea la única recordada. La triste verdad es que su compañía fue casi arrasada por la enfermedad, y también le costó la vida a la mayoría de sus integrantes, como puede verse en el documento más fiable que informa del caso: un telegrama al Secretario de Gobernación emitido el 16 de octubre en Tepic y recibido en la Ciudad de México ese mismo día a las cinco horas y diez minutos de la tarde:

“Son tan frecuentes las investigaciones que por el telégrafo se vienen haciendo respecto de las personas que componían la compañía de ópera italiana de nuestra nunca bien sentida e irreparable diva Ángela Peralta, que creemos prestar un servicio publicando la lista nominal de los que han muerto y de los que hasta la fecha se han salvado. De treinta y ocho individuos que componían dicha compañía se enfermaron 35, habiendo muerto los siguientes: Sra. Ángela Peralta de Montiel, Maestro Director Sr. Pedro Chávez Aparicio, Tenor Absoluto Sr. Fausto Belloti, Tenor Primero Sr. Pánfilo Cabrera, Contador Sr. Agrícola Armendáriz. Del coro: Sra. Sofía González de Corona, Sra. Petra Escalante, Sra. Jovita Salinas, Sr. Félix López, Sr. Enrique Ruiz y Campa, Sr. José Loreto. Maquinista Sr. Eusebio Valencia. Sastres Sr. Juan Zamora, Sr. Carlos Zamora. De la orquesta, Sr. Santos Herrera. Se salvaron embarcándose para San Blas (19) en el Pailebot «Náufrago», que llegó el día 8 del corriente los siguientes: Bajo, Sr. Aurelio Machorro. Del Coro: Sr. Pascual Galván, Sr. Evaristo Salina y una niña, Sr. Jesús Espinosa, Sra. Concepción Santos, Sra. Francisca Méndez de Ruiz, Sra. Dolores López, Sra. Trinidad Balderas. De la Orquesta: Sr. Refugio Urseti, Sr. Francisco González, Sra. Josefa Crespo y un niño que salieron para Durango. El Sr. Manuel Preciado se embarcó para Guaymas. Permanecen en Mazatlán sin poder salir a ningún rumbo los que siguen en convalecencia ya: Sra. Antonia Antonietti, soprano; Sra. Giuseppina Zeppilli de Villani, contralto; Sr. Vincenzo Villani, barítono; Sr. Clemente Bologna, bajo; y su Sra. Esposa; Sr. José Rivas, Violín concertante; y Sr. Ismael Corona, apuntador. Del Coro: Sr. Francisco Servín de la Mora. Manuel Lemus. Administrador: Jaime Germa, Representante de la Compañía, Sr. Julián Montiel y Duarte.” [GARCIA 2006]

Once artistas murieron casi al mismo tiempo que Ángela Peralta, más contadores, sastres y técnicos, pero la cifra final, contando a los que no llegaron a recuperarse, fue terrible: el 92% de la compañía perdió la vida.

¿Cómo podía alguien imaginar que ese sería el final de una gira que comenzó con un recibimiento multitudinario en el puerto? Mazatlán entero se volcó en hacer sentir a la diva bienvenida, con gritos de «¡Viva México!» y «¡Viva la Peralta!» Ella estaba en plenas facultades vocales y su compañía, formada por los mejores cantantes que se podían encontrar entonces en México. 

Estaban a punto de abrir la temporada con Aida de Verdi, una ópera de vanguardia para la época, y ya habían dado la primera función, que no cantó la famosa soprano porque era costumbre que las estrellas no hicieran el debut. Las localidades estaban casi agotadas para las funciones que cantaba “el Ruiseñor mexicano”, y se respiraba la atmósfera de un éxito atronador que nunca llegó.

Al contrario, su funeral tuvo que ser una ceremonia austera y dolorosa, con cuatro soldados cargando su féretro y un marido casado en articulo mortis, caminando detrás de quien había llevado por primera vez el nombre de México a los escenarios más grandes de la ópera de su época.

De sus compañeros de escena y enfermedad quedan algunos datos, realmente muy pocos, y casi todos recabados por los diccionarios de música y los registros históricos de los teatros, por ejemplo del director de orquesta Pedro Chávez Aparicio (1849-1883), que murió tres días antes que la soprano. [Ver El Diccionario Enciclopédico de la Música Mexicana de Gabriel Pareyón y los registros históricos de los teatros Cressoni y Verdi (Milán). Todo material puede consultarse en línea.]

Chávez Aparicio era pianista, compositor, profesor de música, director concertador de ópera y, paradójicamente, médico cirujano. Desde 1874 había trabajado como director de ópera, zarzuela y ópera bufa. Fue conocido por su ánimo altruista al dar clases de canto y música sin costo a los estudiantes de bajo recursos, a partir de 1877 alternó las clases gratuitas de música con las de medicina y en 1880 se encargó, también sin cobro alguno, de la clase de música vocal en la Escuela Normal de Zacatecas. Había acompañado a la Peralta en su gira por el centro y el norte del país, actuando en León (junio de 1882), Monterrey (octubre de 1882) y Chihuahua (abril de 1883), antes de llegar a Mazatlán en el fatídico mes de julio. Una pena que un artista tan generoso haya muerto con apenas 34 años de edad.

Pilar Salas (1856-1883) era un músico de orquesta, aunque lleve un nombre que ahora consideraríamos femenino. En 1882 fue contratado para cubrir la plaza de clarinete principal en esa compañía. Había sido alumno de Clemente Aguirre y desde muy joven formó parte de las orquestas de los teatros Degollado, Apolo y Principal, con lo que queda clara su experiencia en el trabajo operístico, a pesar de que tenía 27 años al morir en esta epidemia.

También algo se sabe del jovencísimo corista fallecido Francisco Meneses, hermano menor del director del coro Carlos Julio Meneses (1863-1929), un joven talento de 20 años que ya trabajaba con lo mejor de su país y que se convertiría en un prominente músico mexicano (pianista, director de orquesta y coro, así como pedagogo). Él fue de los pocos sobrevivientes de la epidemia, pero, si su hermano era menor que él, hablamos de que se perdió la vida de un joven casi adolescente.

Vincenzo Villani, barítono

Hoy podemos imaginar que la desaparición de estos artistas afectó profundamente la vida de la escena lírica del momento. Pasó mucho tiempo antes de que tuviéramos una diva internacional de nuevo, y la recuperación económica fue imposible. Pensando que algunos de ellos eran extranjeros, las consecuencias debieron ser también internacionales, como por ejemplo para el matrimonio de cantantes Vincenzo Villani y la contralto Giuseppina Zeppilli de Villani (mencionados en el telegrama), que tienen numerosos registros de trabajo en teatros italianos hasta cinco años antes de esta epidemia.

Haciendo caso solo a las noticias oficiales, se anuncia que el cabildo donó 150 pesos a los sobrevivientes de la compañía operística, pero nunca se supo si ese dinero fue efectivamente entregado, ni dónde fueron enterrados los fallecidos o qué tipo de ceremonias fúnebres se les hicieron y, dado que en ese momento el peligro de contagio era lo más importante, se dieron pocas noticias. La epidemia se quedó en Mazatlán hasta diciembre de ese año y se llevó a más tres mil personas.

Sea este artículo un recordatorio de todas las vidas, famosas o no, que —como nosotros hoy— lo único que querían era volver al teatro a hacer su trabajo y una epidemia se los impidió para siempre. El deseo más profundo es que hayan encontrado la paz y que nuestra ópera no conozca más pesares.

Fuentes:

DE PABLO Hammeken, Luis: La república de la música: ópera, política y sociedad en el México del siglo XIX. México: Bonilla Artigas Editores, 2018

GARCIA (2006): http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-05652006000100005 [Última consulta: 4 septiembre 2020] 

PAREYÓN, Gabriel. (2006). Diccionario enciclopédico de música en México. Guadalajara: Universidad Panamericana

[Imágenes cedidas por MAE-Centre de Documentació i Museu de les arts escèniques. Institut del Teatre Barcelona.]

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