Ópera y justicia — ‘La vendetta’ en Le nozze di Figaro

Paolo Montarsolo (Don Bartolo) y Heather Begg (Marcellina) en Le nozze di Figaro de Jean-Pierre Ponnelle (1976)

En enero de 2020 publicamos en este prestigioso espacio un artículo sobre la naturaleza destructiva de la calumnia, de cómo podía acabar aplastando la reputación e imagen del infeliz calumniado bajo el azote público, tal como la describía puntualmente Rossini en voz de don Basilio en Il barbiere di Siviglia. 

Algunas acciones tan devastadoras como la calumnia, la injuria, la difamación quedan más o menos en la superficie del alma atormentada, pero existe una fuerza mucho más poderosa que desencadena más que un disparo de un cañón, que es “La vendetta”, la venganza.

Renunciar a perdonar, aferrarse a la ofensa, equivale a cobrarse la deuda de cualquier tipo que sea, de dinero, de afrentas, de deudas o traiciones, la venganza es, reitero, una fuerza gigantesca que puede acabar ya no con la reputación sino con la vida del vengador, del vengado y de quienes los rodean; un ejemplo no a seguir que nada bueno trae. 

Desde luego, la venganza es un elemento que se localiza en muchas óperas como modus operandi de damas y caballeros ultrajados en su honor, en su dignidad o en su patrimonio. Aparece en Cavalleria rusticana, en el duelo que enfrenta Alfio, el marido ultrajado, con Turiddu. En Pagliacci, Canio se venga del amante de su mujer en plena representación, pero previamente Tonio también le había jurado venganza a Nedda, que lo había rechazado ante el asedio y avances amorosos que el payaso le lanzaba (véanse ambos artículos sobre esas óperas en mi libro Otros rostros de la justicia, Vol. I. Ópera y Justicia, México, Kindle Direct Publishing, 2020, disponible en Amazon, o en las ediciones de noviembre-diciembre, 2010 y enero-febrero, 2011 de esta revista).

En El mercader de Venecia, Shylock se empeña en cobrar la pena convencional de cortar una libra de carne en el cuerpo de Antonio, no porque se cumpliese un deber meramente jurídico, sino como instrumento terrible de venganza por todas las afrentas, insultos y malos tratos que le había infligido el mercader, todo ello en un contexto shakesperiano con un final digno del genio de Avon, venganza que, por cierto, sugirió el mismo Antonio a Shylock para convencerlo que le prestara tres mil ducados a su amigo. 

En Otelo, el resentimiento de Yago hacia Otelo por haber sido destituido genera una venganza que causará muchas muertes. En La flauta mágica de Mozart, la Reina de la noche canta ‘Der hölle rache kocht in meinem herzen’ (“La venganza del infierno hierve en mi corazón”). 

En Tosca, la cantante asesina a Scarpia pues el jefe de la policía desea acosarla sexualmente. Y así podríamos enumerar varias óperas más que contienen este factor tan poderoso que domina la trama. Y si exploramos en el cine, no acabaríamos.

Para el desarrollo de este tema en particular, elegimos Las bodas de Fígaro, de Wolfgang Amadeus Mozart, basada en la trilogía de Pierre Auguste Caron de Beaumarchais, considerada en su momento (¡en pleno siglo de la Ilustración, el XVIII!) una obra que despertaría el encono de la clase baja contra la nobleza y por tanto fue prohibida en Francia. En el primer acto, se desarrolla una escena entre Marcellina y don Bartolo en que canta ‘La vendetta’, que es la razón por la que compartimos estas reflexiones. 

Insistimos en que explorar en las óperas las pasiones y emociones humanas no tiene fin. Duelos, venganzas y muertes son ingredientes que casi no faltan en muchas óperas y que son necesarios examinar, no solamente por curiosidad intelectual, sino para profundizar en la magnificencia del “arte total” que los genios como Rossini, Mozart, Leoncavallo, Puccini, etcétera, nos han legado y nos muestran, como lo dice el prólogo de Pagliacci: ‘un squarcio di vita’ (‘un trozo de la vida’).

¿Cuándo empezó la venganza en el género humano? ¿En la historia de la humanidad?

En primer lugar, localizamos en Éxodo 21, el establecimiento de las leyes sobre actos de violencia, en que claramente se fija la venganza:  

23Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, 24ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, 25quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.”

Es la conocida “ley del talión”. [Talión proviene del latín “talionis”, derivada de “tallos” o “tale” cuyo significado sería semejante o idéntico; es decir, que el castigo es proporcional al daño sufrido, equivalente a una especie de justicia retributiva. De ahí también deriva el vocablo en inglés “retaliation”.]

Esto fue en el Antiguo Testamento, bajo el judaísmo; sin embargo, Cristo vino a cambiar este esquema precisamente pidiendo al ofendido que perdone a su ofensor. En Mateo 5: 

38Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. 39Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; 40y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; 41y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. 42Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.”

Y luego Pablo en Romanos 12: 

9No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: ‘Mía es la venganza, yo pagaré’, dice el Señor.”

Recordemos que las leyes antiguas, en el desarrollo de las diferentes civilizaciones, trascendieron a los códigos antiguos como el de Hammurabi del año 1700 antes de Cristo, establecido por el rey del mismo nombre, de Babilonia, que fue el primer código penal y civil escrito en piedra; luego, en la Ley de las XII Tablas del Derecho Romano, y transitando en la historia de la Edad Media (de la época más oscura de esa era), la historia moderna y luego la denominada contemporánea, se fue suavizando en los sistemas jurídicos modernos —especialmente los occidentales, ya que en países del Medio Oriente subsisten penas corporales, que van desde azotes hasta mutilaciones (como cortar la mano al ladrón)— hasta dejar solamente la pena de muerte en delitos muy graves y no en todos los países del orbe. 

Una reminiscencia que aún quedaba en códigos del siglo XIX de la venganza fue la figura del duelo, del cual nos ocupamos en Pro Ópera en la edición enero-febrero, 2011: Cavalleria Rusticana: amor, adulterio y duelo mortal, en la que el duelo sirve para lavar el honor mancillado y que, bien visto, es una venganza (claro está, si se es más diestro en las armas que el contrario). Sobre este asunto de la pena de muerte podríamos hacer muchas derivaciones y se perdería el contexto del presente ensayo, pero en otra ocasión hablaremos de dicho castigo que evidentemente es un ingrediente muy poderoso de varios libretos operísticos que ofrece un escenario intenso y dramático.

En Le nozze di Figaro (Las bodas de Fígaro), considerada una de las más célebres óperas de Mozart, junto con Don Giovanni, el Conde Almaviva y Fígaro ya no son más amigos (como en Il barbiere di Siviglia de Rossini) sino rivales, precisamente porque en esta obra Fígaro está a punto de contraer matrimonio con Susana y el conde pretende aprovecharse del droit du seigneur o ius primae noctis (derecho de pernada) que era un privilegio que se arrogaban los señores feudales sobre las mujeres de sus siervos especialmente en la noche de bodas y, cuando se entera Fígaro por la propia Susana de las intenciones del Conde Almaviva, canta una cavatina desafiante ‘Se vuol ballare, signor contino’ (“Si quiere bailar, señor condesito”) para manifestar su furia. 

Esto ocurre precisamente en la escena segunda del Acto primero y a continuación tiene lugar el encuentro entre don Bartolo, doctor en leyes, y Marcellina, la ama de llaves del palacio, quien reclama tener derecho a casarse con Fígaro bajo una supuesta promesa de matrimonio (la añeja figura de los esponsales del derecho romano y derecho civil que estuvo regulada en nuestro código civil y derogada hace varios años) y es justamente lo que lleva a Marcellina a plantearle a don Bartolo, quien le promete ayudarle en venganza porque él pretendía a Rosina (la Contessa) y la perdió. 

Y es aquí, justamente, donde Don Bartolo canta el aria ‘La vendetta’, en donde se descarga también una furia contenida y describe el personaje lo que es la venganza, como en esta escena de la película Le nozze di Figaro de Jean-Pierre Ponnelle de 1976, en la que Don Bartolo es interpretado por el bajo italiano Paolo Montarsolo:

‘Ed aspettaste il giorno… La vendetta’, aria de Don Bartolo en Le nozze di Figaro de Mozart

BARTOLO

La vendetta, oh, la vendetta!

È un piacer serbato ai saggi.

L’obliar l’onte e gli oltraggi

è bassezza, è ognor viltà.

Con l’astuzia…coll’arguzia…

col giudizio…col criterio…

si potrebbe…il fatto è serio…

ma credete si farà.

Se tutto il codice dovessi volgere,

se tutto l’indice dovessi leggere,

con un equivoco, con un sinonimo

qualche garbuglio si troverà.

Tutta Siviglia conosce Bartolo:

il birbo Figaro vinto sarà.

Tutta Siviglia, ecc.

BARTOLO

La venganza oh, la venganza

es un placer reservado a los sabios.

Olvidar las injurias, los ultrajes,

es bajeza, es siempre una vileza.

Con la astucia… con la argucia…

con juicio… con criterio…

se podría… el asunto es serio

más, creed, se hará.

Aunque todo el código tuviese que revolver,

aunque todo el índice debiese leer,

con un equívoco, con un sinónimo,

algún enredo se encontrará.

Toda Sevilla conoce a Bartolo:

el bribón de Fígaro vencido será.

Toda Sevilla, etc.

1. La venganza es un placer reservado a los sabios. Una paradoja ya que el sabio sabe que la venganza no trae precisamente nada bueno pues es contrario a la prudencia que los sabios aconsejan, pero recordemos que la venganza es un deseo vehemente por descargar el peso del dolor infligido por la herida en el alma y eso no tiene nada de prudente ni racional. 

2. Olvidar injurias y ultrajes, una vileza. La esencia de la venganza en su máximo esplendor. 

3. Con astucia, el doctor en leyes Bartolo revolverá el código para localizar un enredo en el cual envolver al pobre Fígaro. 

4. Toda Sevilla sabrá que Fígaro será vencido, lo que nos evoca la calumnia que en El barbero de Sevilla canta don Basilio, el profesor de música de Rosina: “La calumnia es un vientecillo, una brisita muy gentil… va zumbando en las orejas de la gente… se propaga y se redobla y produce una explosión como un disparo de cañón!” 

La ópera en general absorbe todos los sentimientos, buenos y malos, el amor y el odio, la belleza y la fealdad, la bondad y la maldad y desde luego, el perdón y la venganza. Ésta es quizá la expresión más impactante que podemos ver en la escena de cualquier ópera de las que hemos mencionado y donde la venganza genera muerte y desolación, destrucción y más dolor. 

La venganza es no solo un medio de cobro de deudas, como desde la antigüedad se estila; la venganza privada que prohíbe la Constitución Política para enviar a los justiciables a dirimir sus controversias a la justicia del Estado o a una justicia alternativa de modo pacífico. 

La venganza es también una respuesta emocional que renuncia al perdón. Desde el fondo del alma cualquiera que ha sido objeto de una arbitrariedad o injusticia clamará por venganza, la más vieja de las justicias: ojo por ojo, diente por diente, que se asume, ha sido abolida por el estado de Derecho, éste último, infortunadamente para nuestra patria, algo fallido. En nuestra realidad actual, la violencia e inseguridad que padece la nación proviene, sin duda, de la venganza.

El autor es Doctor en Derecho con mención honorífica por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos jurídicos y varios libros sobre justicia alternativa, derecho del trabajo, derechos humanos y ética empresarial. Colaborador de Pro Ópera desde 2010, coautor del libro Otros rostros de la justicia, vol. I, Ópera y Justicia, una compilación y sistematización de diversos ensayos publicados en Pro Ópera de 2010 a 2020.
Compartir: