Obituario: Réquiem para Ignacio Toscano *

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Ignacio Toscano Jarquín (1950-2020)

“Aquí tienes mi vida”, dice Ignacio Toscano en la cafetería de Bellas Artes y me tiende una hoja en blanco: “escríbela”, y luego, en el teatro, escuchamos el Cuarteto de cuerdas n.° 8 de Dmitri Shostakóvich, cuya narración es frenética y desesperada: vals increado (nunca termina por completar sus giros) se convierte en réquiem que se desintegra hacia una cíclica fuga de dos sujetos cuya persecución regresa al tema inicial.

“Hay dos versiones sobre a quién dedicó Shostakóvich esta obra”, dice Ignacio media hora después en un bar de la Condesa. “En la partitura dice: A la memoria de las víctimas del fascismo y de la guerra, pero su hija afirma que cuando terminó de escribirlo dijo: Me lo dedico a mí mismo”.

Ignacio Toscano bebe ginebra y habla sobre Instrumenta, la fiesta inspirada en el delirante Mysterium de Scriabin que cada noviembre llena Oaxaca con arte sonoro abierto hacia la incertidumbre y el riesgo. “Para la gala de este año quiero montar esto”, Ignacio me tiende otra hoja donde en letras rojas está escrito: Historia de un soldado (1918), la obra escénica que Ígor Stravinski escribió en Suiza, deprimido y sin dinero (el triunfo de la Revolución comunista lo privó de sus regalías), a causa de la muerte de su hermano.

“Siempre me ha obsesionado lo ruso”, dice Ignacio: “alcohol, humor, delirio…”, y de pronto veo aquí la imagen perfecta para comenzar su biografía: Ignacio con ginebra en la Condesa proyectando al más triste Stravinski hacia una Oaxaca de inspiración scriabiniana con el corazón lleno del Shostakóvich más fúnebre e íntimo. “Todo lo ruso está tocado por la fascinación y la decadencia”, dice Ignacio. “Tras su estreno, La historia de un soldado no se pudo volver a tocar porque la gripe española mató a varios de los músicos involucrados”. Ignacio con ginebra en la Condesa proyectando hacia Oaxaca poéticas sonoras relacionadas con baile, angustia, derrumbe, éxtasis, soledad, cortejo y tristeza.

Los años pasan y la idea de su biografía queda estancada. Escribo para Ignacio sobre la música mexicana desconocida y olvidada que él hace sonar en Instrumenta (las búsquedas electroacústicas de Alicia Urreta, El venado de Luis Sandi, Asylum de Diana Syrse o Danza de un poeta y el viento de Enrico Chapela), pero sobre su infancia, sueños, actividades, relaciones, desencantos y familia nada dice: esos temas los evita como si fueran veneno.

Y ahora que Ignacio Toscano ha muerto, escucho el Cuarteto de cuerdas n.° 8 de Shostakóvich y en la parte del réquiem entiendo que su vida, su hoja en blanco, debe ser contada a través de toda esa música extraña que llevaba metida en su corazón agitado, lúgubre música bailable intensamente comprometida con la falla, la falta y los fantasmas.

*Publicado originalmente en el diario Milenio 

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