Las tres carreras de Ernesto Palacio

Ernesto Palacio, director artístico del ROF

Al pensar en bel canto, uno de los nombres más relevantes que nos vienen a la mente es el de Ernesto Palacio, tenor peruano con un pasado artístico abrumador, agente artístico y, actualmente, director artístico del Rossini Opera Festival.

Con más de 60 grabaciones a lo largo de su carrera (de las cuales una docena son de óperas de Rossini), a Palacio le debemos muchas cosas, empezando por la inclusión de muchas arias cortadas (por su dificultad de interpretación) del repertorio habitual del periodo belcantista, como ‘Cessa di più resistere’ de Il barbiere di Siviglia. Ernesto Palacio fue el primer tenor del siglo XX en reincorporarlo a las funciones en vivo y grabaciones con la ayuda y los consejos de Alberto Zedda; tradición que también siguió su pupilo y connacional Juan Diego Flórez, a quien no solo le transmitió todos sus conocimientos técnicos y vocales como mentor, pero cuya carrera hizo despegar, habiendo sido su agente por casi dos décadas e insertándolo en el panorama internacional junto con otros grandes nombres de la lírica actual, como Ildar Abdrazakov, Daniela Barcellona, Michele Mariotti y Riccardo Frizza, a quienes también descubrió y apoyó desde muy jóvenes.

Su gran pasión por la música de Gioachino Rossini y su esfuerzo por la difusión de su música lo han llevado a ocupar actualmente el cargo de superintendente y director artístico del Rossini Opera Festival (ROF) de Pésaro, mientras que su apoyo a los jóvenes lo continúa ejerciendo desde la dirección de la Accademia Rossiniana en la misma ciudad natal de Rossini, donde actualmente reside. Durante una visita a Milán, el maestro Palacio platicó con nosotros.

Desde hace casi un lustro usted es el superintendente y director artístico del ROF, pero antes tuvo una muy exitosa etapa como agente y, anterior a eso, una gran carrera como tenor. ¿Fue fácil la transición de una actividad a otra? ¿Le costó trabajo cambiar los escenarios por un escritorio?
He cerrado el círculo. Pasé de ser el que espera el contrato a quien lo gestiona, y posteriormente a quien lo concede. Pero nada de eso se improvisa, todo tiene un periodo de preparación. Cuando conocí a Juan Diego Flórez en 1994, ya estaba yo pensando en terminar mi carrera y él estaba empezando la suya, y en 1996 comencé a ocuparme de ella. Él era todavía muy joven: tenía solamente 23 años en esa época y yo, lógicamente, tenía todos los contactos, por lo que en 1997 entré a una pequeña agencia para aprender un poco sobre el manejo de artistas.

En 2001 comencé a trabajar en Lima produciendo espectáculos, primero con Amigos peruanos de la ópera y luego en 2008 con el Festival Granda, de manera que la dirección artística ya no me fue desconocida. Cuando en 2015 me habló Gianfranco Mariotti, que era el superintendente del Rossini Opera Festival, pidiéndome ir a Pésaro para ser el director artístico a partir de 2016, el ambiente lo conocía bien y pude comenzar a trabajar cuando llegó el momento. A fines de 2017, Mariotti decidió renunciar a su cargo y me pidió a mí ocuparlo. No fue un cambio radical porque en Pésaro tenemos un estatuto donde no hay nada fijo, no tenemos ni coro ni orquesta estable, mucho menos sindicatos. Toda la gestión la lleva el director general, por lo que el superintendente es una figura muy importante, pero sus gestiones no son tan diferentes de las del director artístico. 

Hablando de cambios radicales en la vida, antes de la música usted estaba decidido a entregar su vida a la religión. ¿Qué le hizo cambiar de opinión?
¡Bueno, pero eso fue un periodo muy corto y a muy tierna edad! Entré al noviciado jesuita cuando tenía 17 años, a los 19 hice los votos perpetuos y a los veinte y medio me salí. A los 21 me vine a Italia. Eso fue en 1968 y de ese entonces han pasado 53 años desde que vivo aquí. En realidad, lo que me llevó a entrar ahí no fue tanto la religión, sino que el sentido social era lo que me interesaba más. 

Ernesto Palacio, tenor

Dicen que todos tenemos un ángel de la guarda, un espíritu guía o como quiera llamarlo… Yo me atrevería a decir que el suyo es Rossini. Prácticamente el Cisne de Pésaro ha estado presente en toda su carrera… desde su debut hasta el festival que dirige, y hasta el nombre del barco en el que llegó a Italia.
Sí, todo fue una serie de coincidencias, porque yo era un muchacho de 13 o 14 años cuando hice un viaje con mi papá a Estados Unidos. Me dijo que me regalaba un disco, yo miré todos y vi una caja grande y bonita… era Il barbiere di Siviglia. Yo no sabía qué era la ópera. 

Cuando decidí venir a Italia fue lo mismo: escogí una fecha y el barco que me tocó se llamaba justamente “Rossini”, pero no escogí yo el nombre de barco, fue una coincidencia. Llegando aquí estudié mucho y decidí presentarme a un concurso importante que hacía la RAI llamado “Nuevas Voces Rossinianas”, y a partir de ahí comencé mi carrera. Empecé a tener contratos enseguida gracias al impulso de este concurso, pues en esa época había solamente dos canales de televisión: quien no veía uno, veía el otro, de manera que al participar llegaron muchos contactos en 1972, mismo año en el que gané, primero un Barbiere en Sassari, luego La gazza ladra en la Opera di Roma con Alberto Zedda, y después Il turco in Italia con un jovencísimo Riccardo Chailly de 19 años en Como.

Luego tuve un encuentro con Marilyn Horne, quien me ayudó muchísimo en mi carrera dando mi nombre en varios lugares, al punto de que con ella, y con Claudio Scimone en la batuta, grabamos L’italiana in Algeri en 1979 y Tancredi con Ralf Weikert en 1981. Luego, con Scimone grabé otras siete óperas, y de Rossini hicimos Mosè in Egitto, Maometto Secondo y Ermione.

Puede ser una pregunta muy cliché, pero si pudiera volver en el tiempo y recibiera una invitación del mismísimo Maestro a cenar unos tournedos à la Rossini, una copa de vino y pudiera platicar con él, ¿qué le preguntaría?
¡Ah! Habría infinidad de preguntas… Pero me gustaría más saber: ¿qué piensa de los cantantes de hoy? Yo tengo una cierta idea, pero quisiera saber si él estaría o no de acuerdo.

Usted aseguró hace tiempo que últimamente la forma de cantar Rossini había cambiado. ¿A qué se refería? ¿Tiene que ver con el controversial tema de la “vieja” y la “nueva” escuela de canto?
No, no. Si nosotros oímos las versiones que se han hecho de varios autores desde los años 50 en adelante, vemos que no ha cambiado mucho la forma de interpretar a otros compositores, pero en Rossini sí. Es un autor que ha tenido una evolución enorme. Fue un autor que prácticamente desapareció del mapa en el siglo XX, porque no nos olvidemos que compuso 39 óperas, de las cuales sin embargo se conocían solo tres o cuatro de carácter cómico, llenas de cortes muy arbitrarios… Eran opciones para pasar la tarde en el teatro, pero no se concebían como “música”. Si pensamos en cómo se hacía La Cenerentola, por ejemplo, el aria del tenor, que es tan bonita, grande y elegante, la primera parte llena de coloratura, la segunda pequeñita y muy dulce y la tercera con la cabaletta… ¡se hacía solamente la segunda! ¡Se cortaba todo! Rossini no debía presentar dificultades vocales y, si las había, se cortaban. 

El momento del cambio llegó con Claudio Abbado, Jean-Pierre Ponnelle y Alberto Zedda, que hicieron el Barbero. Zedda hizo la revisión critica con Abbado, un grandísimo director para Rossini, y a esto se sumó la regia fantástica de Ponnelle, que de hecho se sigue haciendo. Ese fue el momento en el que se comienza a tratar más respetuosamente a Rossini, pero en ese periodo se exigía una lectura muy escolástica, sin variaciones, sin agudos finales, sin cortes… Todo muy alla Mozart. Ese fue un periodo largo que también me tocó vivir. 

Luego, cuando nació el Rossini Opera Festival en 1980 y comenzaron a salir otros títulos que no se tenía idea que existieran, se demostró que Rossini era tan importante en el repertorio serio como en el bufo, y que fue la base para tantos otros autores que vinieron después —y que él mismo ayudó—, como Bellini, Donizetti y hasta tuvo influencia en Verdi. Cuando escuchamos alguna ópera particular y alguien dice “parece Verdi”, yo les digo: no parece Verdi… ¡Es Rossini! Solo que no lo conocemos bien. 

Fue en ese periodo que comenzaron a salir estas obras donde los artistas —sobre todo los de influencia americana— añadieron una serie de variaciones, coloraturas y agudos donde se hacían cambios a lo escrito, para ver donde se podía añadir el re agudo del tenor y una serie de cosas personales que el artista quería poner: la partitura al servicio del cantante, pues, y no el cantante al servicio de la partitura. 

Fue una época de exageración histérica —llamémosla de esa manera—, que cuando la escucho me da fastidio. Pero ahora, en esta época más reciente, han surgido artistas buenísimos que pueden hacer todas las acrobacias vocales y que respetan la línea de canto rossiniana con una emisión agradable, más belcantista… Por eso me intriga, ¿qué pensaría Rossini de los cantantes de hoy? Me imagino que estaría de acuerdo conmigo.

Ernesto Palacio y Juan Diego Flórez © Revista Caretas

Usted pertenece a la famosa dinastía de tenores peruanos, junto a Alejandro Granda, Luigi Alva y Juan Diego Flórez. ¿Por qué America Latina es tierra de tenores?
He tenido siempre una idea al respecto: creo que mucho ayuda el cómo se habla. Nosotros en América tenemos la voz hablada un poco alta. No es la emisión de los rusos o de los búlgaros, que es más grave. Incluso el español que hablamos ya es más redondeado, más agudo, más tenoril. 

Me acuerdo que Marilyn Horne no conocía a Granda, pero cuando conoció a Juan Diego Flórez y sabiendo que Alva y yo hacíamos el mismo repertorio que Juan Diego, me preguntó: “¿Qué tiene el agua de Lima que produce tenores?”

Usted llegó a Milán audicionando con Cavaradossi e incluso considerando que pudiera ser barítono. ¿Nunca tuvo la curiosidad de explorar un repertorio más pesado antes de retirarse?
Eso fue un encuentro que organizó una persona a la que le traje un regalito de familiares suyos en Lima. Una señora que trabajaba en administración de la Scala, me preguntó: “¿Qué puedo hacer por usted?” Y le dije: “Nada”. Yo tenía que estudiar, pues tenía solamente 21 años, y me dijo: “¿Qué le parece una audición?” Y me consiguió una audición con el maestro Alberto Tonini, que era el brazo derecho de Karajan. Le canté lo que me parecía que era adecuado para mi voz en ese momento: Tosca, y me dijo: “No, esto no es para usted. Un tenor como usted tiene que cantar L’elisir [d’amore]”. Yo para mis adentros pensé: “¡Este no sabe nada!” Pero entonces me mandó con un maestro de canto que tenía mucha fama y empezamos con L’elisir y Barbiere. Hice un repertorio de tenore contraltino, lo cual no deja de ser curioso, porque mi naturaleza vocal es grave: hablando soy un bajo, es mi tendencia física. Hubo momentos en que todo el trabajo de técnica para llevar la voz arriba me costó mucho trabajo, pero la solución no era un cambio de repertorio. 

Ernesto Palacio: “He cerrado el círculo. Pasé de ser el que espera el contrato a quien lo gestiona, y posteriormente a quien lo concede” © Allison Malpartida / Revista Cosas

Si Ernesto Palacio el agente o el superintendente hubieran audicionado a Ernesto Palacio el tenor al inicio de su carrera, ¿qué le hubieran dicho? ¿Lo hubieran representado o debutado?
Digamos que yo nunca he sido fan de mí mismo. Escuchándome, siempre he encontrado defectos. Pero, con el tiempo, escuchando algunas grabaciones que hice, me di cuenta de que tenía algunas cualidades. Cuando hablo de mi carrera como cantante es como si hablara de otra persona, como si no me perteneciera a mí. Primero porque no miro mucho al pasado: miro al presente y al futuro. Tengo muchas responsabilidades de orden práctico y no tengo tiempo de ponerme a pensar en eso, además de que nunca fui nostálgico. Otros cantantes, cuando la voz se les terminaba, decían que su mundo se les terminaba también. Eso nunca lo he entendido. ¡Yo hice tres carreras distintas! 

De tradición: para finalizar la entrevista, le pregunto: ¿cuál es el aria para otro registro que se lamenta que no haya sido escrita para tenor y que le hubiera gustado interpretar?
¡No sé! Si hay algo que me gusta —y hay muchísimas cosas que me gustan— prefiero escucharlas. No pienso si hubiera querido cantarlas. Por ejemplo, ayer un chico cantó el aria de Parmenione de L’ocasione fa il ladro, que me encanta porque está llena de ritmo. Encima, me acuerdo de la producción escénica de Ponnelle que conservamos en el ROF y que llevamos a Omán hace un par de años, y que me agrada muchísimo. Hay otras grabaciones que escucho como Lucrezia Borgia, con Kraus y Caballé, donde Ezio Flagello canta con una voz increíble el ‘Vieni la mia vendetta’. ¡Me encanta escuchar eso! Es una mezcla de la creación musical unida a la interpretación de ese determinado cantante. Por ejemplo, ‘O mio babbino caro’ con la Caballé.¡Cuando la escucho me derrito!

El Rossini Opera Festival se llevará a cabo de manera presencial este año, del 19 de julio al 22 de agosto de 2021. Para más informes: https://www.rossinioperafestival.it/en/calendar-of-rof-xl/

 

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