Rebeca Olvera: “Mi casa en Suiza es territorio mexicano”

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“Tuve la fortuna de tener un talento vocal, pero [la ópera] es algo que no se deja de aprender jamás. Hasta la fecha sigo aprendiendo.” © Omar Mejía

La soprano Rebeca Olvera ha construido “una carrera prístina en la ópera, sin aspavientos ni exabruptos; un ejemplo de profesionalismo, entrega y trabajo” (a decir de la musicóloga Enid Negrete). Luego de terminar la carrera de comunicación (y de escribir, de hecho, su tesis de licenciatura sobre Pro Ópera), Rebeca empezó a estudiar canto motivada por Federico, su esposo. Recién premiada en el Concurso de Canto Carlo Morelli 2004, debutó ese mismo año con el papel de Marie de La fille du régiment de Gaetano Donizetti en el Palacio de Bellas Artes. Inmediatamente después, ingresó gracias a una grabación enviada desde México al Estudio de Ópera de Zúrich, para, pasados dos años, ser invitada a integrarse a la casa de ópera de esta ciudad, a la cual pertenece por contrato desde entonces.

En un acontecimiento más que rarísimo —escasamente precedido por momentos esporádicos como cuando en 1964, como reporta Antonio Amerlink, Monserrat Caballé, repetiría ‘Vissi d’arte’ en su debut como Floria Tosca en la misma función donde, despidiéndose de México, Guiseppe de Stefano bisó ‘E lucevan le stelle’— la noche del domingo 16 de febrero de 2020, Rebeca Olvera hizo historia en el Palacio de Bellas Artes. Por primera vez en su carrera, la soprano poblana bisó un aria durante la representación de una ópera: ‘Il faut partir’ de La hija del regimiento; y por primera vez en Bellas Artes se bisaron dos arias de forma consecutiva y en el mismo acto: la primera, el célebre ‘Ah! Mes amis, quel jour de fête’ de Javier Camarena.

El primer bis en Bellas Artes, 2020

A la mañana siguiente de esa última función, ya mítica, del título donizettiano, Rebeca Olvera irradia una alegría pura y todavía maravillada de lo sucedido hace apenas unas horas en el Palacio de Bellas Artes, visible desde la terraza en el corazón de la Ciudad de México donde compartió entusiasta y generosamente con Pro Ópera los pormenores sobre cómo vivió, en primer lugar, la función de la víspera. La cantante suspira a la primera mención de su reciente bis y responde a la pregunta luego de revivir ese instante: “¡Ay! Muy concentrada en lo que estaba haciendo. Pero muy bonito, porque la reacción del público hace que le eches todavía más ‘galleta’. Sí es como el doble de emociones, el doble de sentimientos. Y al mismo tiempo tienes que seguir controlando, obviamente, tu técnica. Si te emocionas de más no se puede, de hecho después del bis, en la pausa llegaron todos los del coro y la orquesta y me decían ‘¡Rebeca! ¿No estás contenta?’ Yo contesté que sí, pero necesitaba todavía tener los pies en la tierra porque tenía que cantar la segunda aparte ¡que es todavía más difícil! Todavía no me permití la emoción, el festejo, la alegría y la euforia, pero en cuanto terminó la ópera era yo como… fuegos artificiales por todos lados. Fue muy emocionante. Muy, muy emocionante”.

¿Te imaginaste que podría ocurrir?
Jamás en mi vida lo había considerado. Yo sentía que ese era el mundo de los tenores; el mundo de los dioses, digamos. [Ríe.] Pero el jueves 13 en la primera función empezó a formularse la idea, a ponerse sobre la mesa, porque ese día también fue muy bonito el aplauso. Pero realmente nunca lo habíamos platicado y, claro, no era algo definitivo, necesitábamos ver cuál era la reacción del público.

Sí. Pero a final de cuentas tú eres de hecho la “hija del regimiento”. Es un título que históricamente, no solamente en esta ocasión, se asocia con el aria del tenor que Pavarotti hizo emblemática y famosísima para los tenores. ¡Pero la “hija del regimiento” realmente es Marie!
Sí. Pero todas sopranos te pueden decir que es una ópera muy ingrata, porque cantamos durante toda la ópera ¡y se la lleva el tenor con el aria nada más! [Ríe.] Así que me dio gusto lo que pasó, ¡en nombre de todas las sopranos que cantamos Marie!

Javier Camarena (Tonio) y Rebeca Olvera (Marie), ahora

Marie y Tonio, antes

¿Qué significa para ti este papel?
Pues obviamente es el papel al que más cariño le tengo por el solo hecho de haber sido con el que hice mi debut, con el que pude pisar por primera vez el escenario de Bellas Artes y con el que empezó mi carrera, mi aventura… y ahora esto. Le tengo muchísimo cariño porque, además, vocalmente es muy interesante. Y es muy demandante. Histriónicamente es muy divertida también: tiene esas caras que van de la tristeza (y un poco del drama) hacia la comedia. Me gusta ese dinamismo en el personaje, la música es preciosa, y qué mejor que estar acompañada de un buen tenor y un buen barítono.

La escritura del papel femenino de La fille du régiment contrasta con la del tenor por un uso quizá mayor de la coloratura, además de sus momentos desde luego líricos. ¿Cómo percibes tú esta diferencia? No es Rossini, claro.
No es Rossini, pero, ahora que lo mencionas, son más las coloraturas que uno mismo le va incorporando; una práctica que finalmente establecieron los compositores de esa época dejando compases abiertos para que los cantantes se tomaran ciertas libertades. No es un papel basado en coloraturas, pero sí es muy agudo y, sí, las sopranos siempre podemos ponerle de nuestra cosecha. 

¿Qué importancia tiene para ti a nivel personal cantar en México, y cuál es el papel que tiene México en tu carrera en general?
Enorme. Es enorme, es volver a casa. El debut fue hace 15 años. Luego, en 2005, hicimos la reposición y en ese mismo año me fui a Suiza. Regresé en 2007 para Die Entführung aus dem Serail (El rapto en el serrallo) de Mozart, y esta fue la última producción que hice en Bellas Artes. Regresé en 2009 para hacer Norina en Don Pasquale, primero con Pro Ópera A.C. en el Teatro Covarrubias de la UNAM; y luego, en el Teatro del Bicentenario de León. En 2010 participé en las farsas La scala di seta y L’occasione fa il ladro de Rossini, nuevamente con Pro Ópera, en la UNAM. Pero aquel Mozart fue mi última ópera en Bellas Artes, así que estoy feliz de volver a México.

Empezaste relativamente tarde en la música. ¿Qué querías hacer en tu vida antes de ser cantante?
Antes de ser cantante yo tenía la idea muy clara de ser productora. Estudié Ciencias de la Comunicación (¡me gradué!), y es una carrera que disfruté muchísimo. Incluso con algunos compañeros teníamos nuestra pequeña casa productora, hacíamos videos y me tocó hacer de todo, desde gerente de locaciones hasta producción; todo. Me encantaba, me gustaba muchísimo. Me veía también trabajando en una agencia de relaciones públicas, e incluso llegué a tener entrevistas y ofrecimientos de trabajo cuando empecé mi primer año del conservatorio. Pero me di cuenta de que era materialmente imposible combinar la carrera de comunicación con la música, que era súper demandante; y que si iba en serio, pues le tenía que dedicar el 100%. Y eso hice, a marchas forzadas, porque, como bien dices, ya empecé tarde. Yo tenía compañeritos de 15 o 16 años que ya tocaban increíblemente el piano y que podían leer a primera vista lo que quisieran, ¡y yo no tenía ni idea!

El debut en Bellas Artes, 2004

¿Qué de lo que aprendiste en la carrera te ha servido en la música?
El trabajo en equipo. En muchos aspectos, supongo que como en cualquier carrera, siempre llegan ocasiones en las que tienes que trabajar en equipo. Y también hacer presentaciones, enfrentarte a una especie de público o jurado. Creo que esa experiencia me dio la confianza para que, de alguna forma, yo ya tuviera esa seguridad de estar sobre el escenario con todos los ojos puestos sobre mí.

Aprendiste alemán e inglés de niña; después, en la universidad, italiano. ¿Crees que de alguna manera estabas predestinada a que toda esa formación finalmente te orientara a una carrera que requiere tanto de los idiomas, como lo es la música? ¿Las oportunidades se buscan y se hacen, o aparecen y se aprovechan?
Yo creo que son las dos cosas. Cuando hay algo que te llama mucho la atención, llega a ti de alguna u otra forma, por algún camino u otro, y, siendo los idiomas algo básico en la carrera de un cantante, obviamente fue de gran beneficio que fuera algo que yo disfrutara ya de por sí. Es una herramienta que sin querer ya me traje de mis vidas pasadas y que me ha servido, ¡porque esto es definitivamente como otra vida! Pero lo curioso es que, con esas herramientas y conocimientos, el reto fue más bien ser capaz de hacer el cambio inmediato entre uno y otro, porque estás en el escenario y de pronto estás con tu compañero hablando en inglés, y de pronto el director te habla en alemán, y la ópera está en francés; entonces tienes que aprender a hacer el switch. Eso me costó trabajo al principio, pero ahora puedo decir que es una de mis aptitudes… ¡Lo voy a poner en mi curriculum! [Risas.]

Para todo cantante mexicano, Bellas Artes es una meta, un fin; tú debutaste ahí. ¿Hubo algún momento en el que pensaste “y ahora qué sigue”?
Por fortuna, no. Desde que empecé, cuando decidí ser cantante, mi meta, mi estrella más lejana era cantar en Bellas Artes, y yo sabía que iba a llegar, pero jamás me imaginé que fuera a ser tan pronto. Sin embargo, en esos meses alrededor del debut fueron presentándose tantos retos, óperas nuevas, directores, que surgió inmediatamente, también, la oportunidad de irme a Suiza. Entonces, en ningún momento sentí que ya había llegado a donde quería llegar. Como que cada vez mi estrella se fue elevando cuando yo ya me iba acercando, o sea: digamos que el trayecto siempre ha estado lleno de nuevas metas y cada vez que alcanzas una, siempre hay otra nueva. Es muy bonito, jamás sientes que ya no tienes nada más que hacer.

Llevas más de una década en Suiza con una vida muy establecida allá y has hecho mucho en esa única casa de ópera, la Ópera de Zúrich, si bien menos en otros teatros. ¿Esto tiene que ver con una decisión de carrera, profesional o artística, o se debe a una situación de vida y de familia?
Todo tiene que ver, pero sí, yo creo que la razón principal es mi vida familiar. A mí siempre me quedó muy claro que yo quería ser mamá, que yo quería tener una familia. De alguna forma, Zúrich me dio la oportunidad de tener las dos cosas: mi vida artística, mi carrera, mis noches en el escenario, incluso mis viajes a otros teatros, que son cosas que me permite este contrato, y también mi familia, mi vida privada, mis hijas, poder levantarme, peinarlas y mandarlas a la escuela…

O sea que no es un sacrificio que tuviste que hacer.
¡De ninguna manera! Me siento una mujer muy afortunada y una cantante muy plena y muy completa, en equilibrio perfecto con todos los aspectos de mi vida. No sé si podría tener una carrera internacional y estar viajando más… Creo que eso haría que fuera una artista menos completa. Porque al final los cantantes contamos historias de amor y desamor, y para poder cantar esas historias tienes que tener una vida… Estoy hablando de mi caso, claro; otros colegas y compañeros a los que admiro muchísimo han encontrado cada quien su propio camino. Yo en lo personal necesito tener esa vida, esa estabilidad, para poder también tener algo qué decir y qué entregar en el escenario.

Adalgisa en Norma con Cecilia Bartoli en Salzburgo

Fuiste la primera mexicana en cantar en el Festival de Salzburgo. ¿Cómo viviste ese momento de tu carrera en 2015?
[Suspira.] Fue una gran responsabilidad. Me sentía con todas las miradas sobre mí. Pero al mismo tiempo se dio en la mejor de las condiciones: en una producción bellísima, extremadamente hermosa de Norma. Al lado de un elenco inigualable, encabezado por Cecilia Bartoli: no pudo haber sido mejor. El papel es precioso y me sentí muy afortunada de tener esa oportunidad de convertirme en la primera mexicana cantando en Salzburgo bajo estas condiciones; siempre súper agradecida, y siempre disfrutándolo mucho.

Hicimos además una versión que nos dio muchas más libertades como cantantes; la orquesta de instrumentos de época nos da más territorio para jugar con los colores. La voz no compite con los instrumentos y fue un deleite. Ya había habido otras producciones con Adalgisa como soprano, pero esta edición crítica de Maurizio Biondi y Riccardo Minasi fue especial porque estrenamos una parte del terceto que jamás se había hecho; en ella, Adalgisa participa más con Norma y con Pollione.

Esta Adalgisa es mucho más aguda que en la versión normal que, cuando se hace con mezzo, de hecho se transporta hacia abajo para poderla cantar… Yo pude, como se dice por ahí, darle vuelo a la hilacha y cantar con mi voz sin ningún cambio, porque además la idea original es muy lógica: Norma es una mujer madura de frente a este conflicto donde una mujer más joven, inocente, se vuelve su rival (y su amiga). Tiene más sentido que Adalgisa sea una soprano y, de hecho, en esta puesta, se trató que el personaje se viera casi como una adolescente que cae fácilmente en las redes de Pollione; la historia se entiende mucho mejor así.

Cecilia Bartoli es una colega extraordinaria, un músico y una artista impresionante en todos los sentidos. Además, tuve la grandísima fortuna de trabajar con Michele Pertusi y John Osborne, que son dos grandes; fue un elenco muy bien estudiado y creado para hacerle justicia a la idea original de lo escrito por Bellini. Fue una experiencia muy bonita.

Cantas mucho con orquestas de instrumentos de época [cuya sección de cuerdas utiliza cuerdas de tripa y no de metal, y cuyos alientos son de madera, también sin metal o con muy poco. Estas orquestas interpretan desde criterios “históricamente informados”, con la implicación de una afinación menos alta, pues generalmente se afinan por debajo del La 440 de las orquestas modernas, lo cual, aunado a los materiales de los instrumentos, resulta en un timbre menos brillante]. ¿Cambia tu canto cuando cantas con estas orquestas, existe algo como un “canto históricamente informado”?
Técnicamente, para mí la diferencia es que cuando cantas con estas orquestas el color es quizá ciertamente más mate, lo que nos permite realmente tener una mejor comunicación con la orquesta y un mejor ensamble. No llegas a ese punto que lamentablemente muchas veces sucede, aunque trates de evitarlo, con las orquestas modernas, donde necesitas concentrarte más en la emisión para atravesar la orquesta que en los colores. Estas orquestas con instrumentos de época te brindan una mayor paleta de colores para dibujar; al final, el cuadro que pintas con tu voz es un cuadro de más colores.

«He cantado lo suficiente obras del periodo barroco como para estar enamoradísima de este repertorio». © Omar Mejía

¿Digamos que es un matrimonio más natural? Porque finalmente esta música fue escrita para esos instrumentos.
Más natural y más equilibrado, exactamente, ¡y también para la voz! Porque la línea del canto fue escrita pensando en que la orquesta fuera verdaderamente un acompañante, y no una competencia. Entonces sí, es un matrimonio perfecto en donde ambas partes tienen su importancia.

¿Cómo percibes la experiencia de colaborar como colega con cantantes como Cecilia Bartoli o José Carreras?
Tienes que ser muy inteligente para elegir qué emociones van en qué momento y en qué lugar. Cuando he trabajado con ellos me he dado cuenta de que, independientemente de que son personas y colegas extraordinarios, jamás vas a sentir que se saben las estrellas del espectáculo. Tanto Cecilia Bartoli como José Carreras, y también Plácido Domingo y todas las estrellas con las que he tenido oportunidad de trabajar, saben que la ópera es un espectáculo que depende del equipo completo, no depende de una sola persona. Esto lo ves en el hecho de que te den esa bienvenida, de que te traten de tú a tú.

¿Tienen eso en común estos artistas del más alto nivel? ¿Una conciencia de su función en la obra?
Todos. Sí. Exacto. Y le dan la importancia y el lugar a tu trabajo; el reconocimiento a un trabajo que está complementando al de ellos, eso por un lado. Por otro, en estar ahí con ellos y concentrarte en tu trabajo y en hacer bien lo que tienes que hacer, independientemente de con quién estés compartiendo el escenario. Ya a la hora de que pasó, digamos, la parte más difícil, entonces ya te puedes dar el lujo de decir “wow, estoy con Cecilia Bartoli, estamos cantando juntas… yo, aquí arrodillada en el escenario frente a ella”; ahí sí te puedes dar el lujo. O en tu camerino cuando piensas “¿qué acabo de vivir, qué acabo de pasar? ¡Estoy compartiendo escenario con estas estrellas!” Ahí ya te puedes dar el lujo; antes, no.

Como lo del bis. Como si no fuera el momento de estar en el sueño, sino en la realidad…
Como del bis, sí; tienes que dosificar las emociones.

Dijiste alguna vez que antes de ser cantante eres artista…
[Ríe.] ¿Qué habré querido decir? [Risas.]

¡Te preguntaron acerca de la formación técnica y de las demandas vocales de un cantante de ópera!
¡Sí! Claro. Realmente mi preparación musical fue muy limitada. Como bien sabes, empecé tardísimo, entonces no pude darme el lujo de terminar toda la carrera; precisamente es por eso que yo no me considero un músico-cantante formado; yo soy una artista que canta, soy una actriz que canta. Alguien que tuvo la fortuna de tener un talento vocal y la fortuna de entender más o menos cómo utilizar su instrumento, cómo controlarlo, lo cual finalmente es algo que no se deja de aprender jamás. Hasta la fecha sigo aprendiendo, adquiriendo “trucos”, incluso; cosas que te hacen una mejor cantante al ir sumando recursos para un mejor desempeño.

Contessa di Folleville en Il viaggio a Reims, en Copenhague © Thomas Petri/Danish Royal Opera House

De hecho, cantaste muy joven óperas de Händel con William Christie, un gran especialista en música barroca.
Estos títulos en particular tienen por supuesto un lugar muy especial para mí, independientemente de que sean barrocos o no, por la experiencia de haber trabajado con William Christie y de convivir con él, porque es una persona exquisita. Desde luego, el trabajo musical también fue interesantísimo.

Mi voz se acomoda muy bien a esa época, efectivamente. He cantado lo suficiente obras del periodo barroco como para estar enamoradísima de este repertorio, lamentablemente no tanto como para ser una autoridad en el tema, pero es música con la que me siento muy cómoda.

¿El centro de tu repertorio es, entonces, el bel canto?
En cuanto a repertorio, y más formando parte de una compañía, yo me comparo un poco con el pastor alemán: es una comparación un poco burda, pero dicen que no es el mejor en nada, pero que es el segundo mejor en todo. Y, bueno, a lo mejor está mal que lo diga yo, pero siento que mi carrera ha sido muy versátil; y es muy bonito, porque eso me ha dado oportunidad de probar de todo; claro que tengo mis favoritos, tengo mis consentidos, pero creo que sin embargo he sido capaz de diversificarme y de ser muy dinámica como cantante y como artista para que, así me pongas opereta, música contemporánea, ópera barroca, Strauss, Bellini, lo que sea, tengo las herramientas para hacerlo muy bien.

¿Quiénes son esos favoritos?
Bueno, pues, obviamente después de haber cantado Donizetti, sin duda ahorita está en mi lista como el number one… y también Bellini. Mozart, obviamente. También le tengo un especial cariño a las operetas, pues ha sido muy divertido hacerlas. Y por supuesto Händel.

¿Qué es lo que se espera normalmente en la evolución natural de una voz como la tuya después de hacer estos papeles de Donizetti y Bellini?
Creo que, poco a poco, me puedo ir acercando ya a los papeles algo más demandantes, un poco más dramáticos, sin llegar por supuesto al dramatismo de una Elektra o de Wagner, pero quizá ya puedo ir pensando ahora sí en hacerle justicia a Lucia di Lammermoor, La sonnambula e I puritani… Sí, creo que va para allá.. ¡y espero que pronto también por lo menos una Musetta de Puccini! 

Isolier en Le comte Ory en Zúrich, con Cecilia Bartoli

¿Cómo es hoy tu vida en Zúrich? ¿Qué extrañas de tu vida en México?
De mi vida en México extraño obviamente a mi familia, a mis amigos. Sin embargo, debo decir que Zúrich ya se ha vuelto mi hogar. Mi esposo y mis hijas son mexicanos; mi casa en Suiza es territorio mexicano, se comen carnitas, se comen tacos al pastor y frijoles, se habla español. Y además están los amigos mexicanos: Javier [Camarena] y su familia, que es como si fueran mis primos, tenemos ahí a la familia. De pronto hacemos reuniones los domingos, que si las vacaciones juntos… Hemos sabido adaptarnos a la vida allá y no ha sido nada difícil, porque es un país y una ciudad que nos ha abierto las puertas y en donde hemos encontrado gente maravillosa. Te puedo decir que somos muy, muy felices.

Zúrich entonces no es una etapa, es tu casa.
Es mi base. Un poco como los futbolistas que pertenecen a un equipo, pero con la diferencia de que puedo jugar con otros equipos; me “prestan”. Y es muy bonito, porque yo sigo formando parte del ensamble de la casa de ópera, pero cuando tengo periodos libres —pues no me utilizan todo el tiempo— puedo aceptar otras cosas… Debo confesar que no siempre es tan fácil. Ha habido veces que he tenido que rechazar proyectos grandes y atractivos por cumplir con mis obligaciones, por decirlo así; sin embargo, al final el balance es muy positivo, y eso es lo que cuenta: el poder tener esa estabilidad y a la vez una carrera internacional en cierto nivel. Para mí es perfecto.

Tu realización como persona, primero y, luego, como mujer ¿está en la música?
Se complementa con la música. Y te voy a decir por qué. Jamás me he visto ni me veré en esa situación, pero si tuviera que decidir… obviamente yo no concibo mi vida sin mi esposo y sin mis hijas, sin mi familia, sin mis amigos. Si me quitaran la música es como si me quitaran un pulmón: podría vivir… pero no es el corazón o el cerebro. Pero por supuesto que forma parte importante de mi existencia y de mi día a día, así es.

La princesa Mi en Das Land des Lächelns en Zúrich

Has logrado este equilibrio que quizá a muchos cantantes antes les era difícil de conseguir; o tal vez eso es lo que nos decíamos: que había que elegir entre carrera o hijos.
Eso creo. Lo que es muy importante, hablando un poco de la situación de las mujeres, pero también aplica para los hombres, lo escuché en esta frase que me parece muy cierta: “La decisión profesional más importante de tu vida es con quién te casas”, y yo, como mujer que ha disfrutado siempre, toda la vida, de todo el apoyo de mi esposo, pues sí, creo que es cierto.

Porque, además, ¡él te descubrió!
¡Sí! ¡Él me descubrió! Él ya sabía de ópera antes de que yo supiera de su existencia, y fue él quien me animó a cantar. Ha sido muy bonito que él, sin estar tan involucrado, está lo suficientemente enterado como para entenderme, y obviamente lo conocen perfectamente en mi mundo y, vamos, está al nivel; no es alguien que se sienta que no entiende nada de lo que estamos haciendo en la ópera. Además, ya es famoso: ¡es más famoso que yo! Porque siempre que hay una producción hay día de carnitas en mi casa y el héroe de las carnitas es mi esposo ¡y a veces hasta terminan más en contacto con él que conmigo! [Ríe.] Es una combinación muy bonita, como bien dices, como él fue el “descubridor”, en el momento en que a mí me dieron el contrato en Suiza le hablé y le dije: “Es tu culpa, ¡ahora vienes!” Y sin problema… No sabes las porras que me echa, es mi motivación número uno.

Fotografía exterior: © Omar Mejía

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