West Side Story: Chapado a la antigua

Ansel Elgort y Rachel Zegler, los protagonistas de West Side Story 2021

Leonard Bernstein (1918-1990), compositor, director de orquesta, imprescindible pedagogo sonoro para nuevas generaciones, es considerado uno de los nombres emblemáticos de la historia musical estadounidense. Es un puente necesario entre la gran tradición clásica europea y la propuesta americana que despliega en una voz propia sus múltiples influencias culturales, socioeconómicas y hasta raciales.

Su obra más celebrada es West Side Story (Amor sin barreras) un musical estrenado en 1957 con libreto de Arthur Laurents (1917-2011) y letras del recientemente fallecido Stephen Sondheim (1930-2021).

Esa cumbre de Bernstein —y del género abordado— fue transportada de la escena teatral a la pantalla cinematográfica en 1961 por Robert Wise (1914-2005), con igual éxito y reconocimiento, al grado de obtener una decena de estatuillas en la entrega de los Premios Oscar del año siguiente —entre ellos el de Mejor Película—, de la mano de Richard Beymer, Natalie Wood y Rita Moreno, entre otras figuras protagónicas del elenco.

Desde entonces, esa cinta con dirección coreográfica de Jerome Robbins (1918-1998) se consagró como uno de los trabajos más referenciales de la filmografía musical y parecía no haber razones o necesidad de retocarla, reinventarla o rehacerla en trabajos posteriores, ante su consensuada perfección. Las cumbres, como los íconos, resultan más imponentes cuando no se tocan. Hasta ahora, que llegó una nueva versión de West Side Story que quizás habría pasado de largo de antemano, de no ser porque el filme es autoría del renombrado cineasta estadounidense Steven Spielberg, quien el pasado 9 de diciembre de este 2021 estrenó su primera incursión en el cine musical con la coreografía de Justin Peck (1987).

La aproximación a West Side Story del director, guionista y productor nacido en Cincinnati, Ohio, el 18 de diciembre de 1946, recrea paso a paso la concepción original de Robert Wise y, de hecho, a simple vista parecería una calca de la cinta de 1961, al mismo tiempo preciosista e innecesaria.

No obstante, a la vez que retoca pequeños detalles en la pantalla con filtro —para deslavar los colores y sintonizarlos con el technicolor tan usual en el Hollywood de mediados del siglo XX—, el cineasta de títulos tan reconocidos como Jaws (Tiburón), Indiana Jones, Schindler’s List (La lista de Schindler), E.T (El extraterrestre) o Saving Private Ryan (Salvando al soldado Ryan), despliega todo un arsenal de recursos cinematográficos contundentes y que deslumbran en su estética.

El uso emocional de los planos, sus calculados movimientos de cámara con cálidos encuadres, así como el impecable diseño de vestuario y producción configuran, con evocación y a la vez creatividad, los neoyorkinos años de la segunda posguerra mundial en los que transcurre la trama concebida —o adaptada— por Laurentz y Bernstein.

Coreografía del conflicto entre los Jets y los Sharks

West Side Story es una resignificación moderna de la trágica historia de los amantes de Verona: Romeo y Julieta, cuya versión más célebre corre a cargo del “Bardo de Avon” William Shakespeare. La acción se traslada no sólo en tiempo, sino que se ubica en el lado oeste de la isla de Manhattan aludida en el título. Y en lugar de las enfrentadas familias Capuleto y Montesco aparecen en escena dos pandillas rivales en disputa territorial del West Side: los Sharks (puertorriqueños) y los Jets (inmigrantes blancos de diversos lares europeos).

Además de las continuas rencillas como referente dramático y atractivo de la obra, el punto de encuentro entre ambos grupos juveniles delincuenciales será el romance entre María (hermana de Bernardo, uno de los cabecillas de los Sharks) y Tony (exlíder, redimido por su tiempo en prisión, de los Jets). Todo, por supuesto, surge durante un baile —en este caso en un gimnasio—, como en la vieja historia de los amantes de Verona.

Si bien el final de West Side Story tiene esos tintes trágicos que vienen desde la Italia del Medioevo, el género del musical plasma como canon, casi siempre, un happy ending. Ese final feliz en la historia de Tony y María, por medio de una muerte que, mal que mal, detona la reconciliación entre ambas pandillas con las que están vinculados.

El aporte de Spielberg a esta historia, de la mano de su guionista Tony Kushner, es sutil y acaso demoledor. En esencia, consiste en plantar un proceso de gentrificación en esas cuadras del West Side donde se libran las batallas, lo que sin duda es sarcástico: al paso del tiempo, la lucha de los Sharks y los Jets será vista como una infructuosa idiotez, como un inútil derramamiento de sangre, ya que los integrantes de esas bandas y quienes viven en el barrio difícilmente podrán adquirir una vivienda o siquiera rondar por lo que será uno de los lugares más cotizados de Mannhatan.

Steven Spielberg, con el elenco principal de West Side Story 2021

En la versión 2021 de esta película musical, Ansel Elgort (Tony), Rachel Zegler (María), Ariana DeBose (Anita), Mike Faist (Riff), David Álvarez (Bernardo), Josh Andrés Rivera (Chino) y Corey Stoll (Teniente Schrank), entre otros intérpretes del elenco, dan vida a los personajes de esta historia que desde su original tiene un fuerte componente de comentario sociopolítico.

“I want to live in America” es un claro ejemplo de ello, y uno de los momentos más logrados en Spielberg. Este número es una gran escena coral en la que el baile y el colorido ilustra no sólo esa ilusión del sueño americano, sino el centro gravitacional desde donde plantea su sello el director de Ready Player One: la grandilocuencia.

Y, por supuesto, esa espectacularidad fílmica funciona en buena parte de la película, como se reafirma también en el quinteto “Tonight”, instante decisivo en el que se apunta la conclusión de la historia a partir de la polifonía de intereses y destinos. Aunque es en los momentos más íntimos, en su articulación natural, donde se puede suspirar y echar de menos la magia que logra Wise con los personajes y sus sentimientos, pese a no tener la perfección del detalle que sí logra Spielberg con talento y presupuesto. 

Una simple azotea, una callejuela o la escena del baile en el gimnasio, cuando se da el flechazo entre los enamorados, son escenarios que apenas si ocultan su condición de decorado, que prueba el “menos es más”, vieja y conocida máxima teatral que parecería haber honrado Wise.

La partitura de Bernstein sigue siendo potente y entusiasma por su embalaje rítmico, por su tejido emocional y por su variedad y viveza de géneros que van del ballet al mambo, al jazz o a la romanza impregnada de lirismo. Lo clásico se tensa con lo pop. En términos vocales, el elenco de West Side Story 2021 es solvente, al nivel promedio de cualquier producción de Broadway que utiliza la técnica del belting como mecanismo de canto expresivo. El Tony de Elgort es animoso, y si bien no es una personalidad tan extrovertida para incorporar el canto y el baile de manera natural en su actuación, es convincente y genera empatía en el público. Al menos el que puede olvidarse de la acusación de abuso sexual que enfrenta el actor y que, sin duda, ha contribuido a que la cinta de Spielberg haya tenido una fría recepción en taquilla. En su semana de estreno obtuvo sólo 10 millones de dólares, sumados a los 5 conseguidos en otras latitudes del mundo. Es una cifra muy por debajo de los grandes éxitos de 2021 —Spider-Man: No Way Home ya rebasó los $1,000 millones en menos de dos semanas de exhibición—, y de los $100 millones de dólares que tuvo de presupuesto.

Rita Moreno en 2021 y en 1961

La María de Rachel Zegler es dulce y su ingenuidad, transformada al final en empoderamiento y autoridad moral, es muy creíble, aunque es complicado no evocar a Natalie Wood. En ese terreno de la voz, la participación más lograda es la de Ariana DeBose, en cualquier caso muy lejos de la cadencia sensual y expresiva de Rita Moreno, la deslumbrante Anita de la versión de Wise. 

Pero Rita Moreno, precisamente, funge como un punto vinculante entre la cinta de 1961 y la de 2021, ya que Spielberg la incluye en su elenco en el rol de Valentina, la viuda jefa y confidente de Tony, en la farmacia donde trabaja.

Ahí otro cambio sutil del director: el negocio ya no sólo no está en manos del viejo farmacéutico (interpretado por el actor polaco-estadounidense Ned Glass), sino de su mujer, de origen boricua, lo que explica también la apertura y comprensión que Tony desarrolla frente a los Sharks y, por supuesto, la aproximación natural que tiene con María.

El álbum de la película, dirigido por Gustavo Dudamel al frente del New York Philharmonic

En lo musical —¡y West Side Story es un musical!—, ninguna de las dos versiones cinematográficas se aproxima a la referente excelsitud compuesta de sonoridad salvaje, vitalidad sonora y temperamental belcantismo de la producción discográfica de 1985 encabezada por el propio Leonard Bernstein, con la participación protagónica de la soprano neozelandesa Kiri Te Kanawa (María), la mezzosoprano estadounidense de origen griego Tatiana Troyanos (Anita), el barítono Kurt Ollman (Riff) y el insuperable Tony del tenor catalán José Carreras.

Pero, por lo demás, en términos de escena, Steven Spielberg confecciona un cuadro clásico deslumbrante, con colores finos y pulso firme que ya no tendría que demostrarle nada a nadie en términos técnicos y creativos. Su West Side Story es más un ejercicio disfrutable: para él y para el público nicho del musical. Ni lo crea ni lo destruye, solo lo transforma y refrenda el interés que genera su ya legendaria presencia en el mundo cinematográfico a través de una historia tan probada que quizás por eso no había que rehacerla, sino solo replicarla. Spielberg asume ese reto y le da su sello de autor, chapado a la antigua.

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