El último sueño de Frida y Diego, en San Diego

Bajo la mirada escrutadora de la Catrina (María Katzarava), Frida (Guadalupe Paz) y Diego (Alfredo Daza) se reencuentran en El último sueño de Frida y Diego © Karli Cadel

Octubre 29, 2022. Sumado al sinnúmero de presentaciones que han desbordado los teatros después de casi dos años de encierro mundial por la pandemia, la noche del sábado 29 de octubre la Ópera de San Diego estrenó la ópera El último sueño de Frida y Diego, que cuenta con partitura de Gabriela Lena Frank y libreto de Nilo Cruz; la primera, ganadora de un Grammy y el segundo de un premio Pulitzer.

En las afueras del San Diego Civic Theater, el edificio que alberga a la compañía lírica, el ámbito era tricolor, a partir de un templete donde se interpretaba música popular mexicana con distintas agrupaciones que incluían mariachis, tríos norteños y trova de diferentes épocas; además de puestos de degustación de bocadillos mexicanos y bebidas. Al mismo tiempo, pero al interior del teatro, tenía lugar una plática de apreciación introductoria, en la que Andrea Puente-Catán (directora del Departamento de Iniciativas Hispanas y de Grandes Donaciones de la Ópera de San Diego) y Lorena Maza (directora de escena de la obra), comentaban los pormenores del montaje.

A las 19:30 horas se dio la tercera llamada y el teatro, lleno casi en su totalidad, presenciaría el estreno de esta ópera bajo la batuta de Roberto Kalb, que recupera como personajes centrales iconos de la cultura mexicana, no sin antes escuchar las palabras de David Bennett, director de la compañía con las que agradeció a los patrocinadores y anunció el estreno de la pantalla que a partir de ese día proyectaría el supertitulaje en dos idiomas: inglés y español.

El coro de la Ópera de San Diego, frente al altar de muertos © Karli Cadel

En un telón de caja china se proyectaba un azul añil intenso y en letras amarillas el título de la obra. De pronto la luz del escenario se encendió y los colores naranjas y ocres del cempasúchil, calabazas, velas, faldas, blusas y sombreros inundaron el escenario. El coro, invocando en grupo y de manera individual a cada uno de sus muertos, ofreció al público una interpretación prístina y sonoridades poco usuales en las óperas de repertorio tradicional, como gritos y gemidos en perfecta afinación.

La escenografía de Jorge Ballina, iluminación de Víctor Zapatero y coreografía de Ruby Tagle, proporcionaron soluciones eficientes al montaje, que representaba un cementerio en varios niveles, que podría interpretarse también como un altar lleno de flores y velas, que se convierte inmediatamente en el inframundo al elevarse los adornos de los altares de los vivos hacia la parte superior del teatro.

Destacó el diseño de vestuario a cargo de Eloise Kazan, quien se inspiró en los cuadros de la pintora y trabajó con paletas de colores vívidos y diseños con motivos mexicanos. Los trajes de Frida lucieron elegantemente en la figura de Guadalupe Paz, quien interpretó una emotiva y sincera Frida, a través de una dulce voz de mezzosoprano, aun cuando la compositora, probablemente por el deseo de integrar la muerte a su sonoridad, la llevó en varios momentos a los extremos graves de su registro.

María Katzarava, como la Catrina © Karli Cadel

El personaje de la Catrina, interpretado por la soprano María Katzarava, portaba un traje con miriñaque y serpientes alrededor de su falda que irrumpían la imagen conocida de la catrina porfiriana de Rivera. Para Diego Rivera en su mural Sueño de una dominical en la Alameda Central (1947) este personaje es quien toma de la mano a los vivos y les recuerda su finitud; sin embargo, para Cruz es una especie de hada madrina que concede a los muertos la oportunidad de regresar en el día de los fieles difuntos a visitar a los vivos.

Katzarava cantó con histrionismo y vocalidad certera, además de brindar momentos escénico-vocales muy graciosos, poco vistos en el cúmulo de roles interpretados por la soprano mexicana. Diego Rivera, interpretado por el barítono Alfredo Daza, proporcionó en la madurez de su voz la cara opuesta de la moneda: un triste, ausente y devastado hombre que añora su viejo amor.

La compositora logró, con base en el libreto de Cruz, entregar una partitura muy balanceada, con líneas de gran lirismo, sonoridades orquestales novedosas y duetos y tríos (trío de aldeanos y trío de Fridas) llenos de contrapunto y armonías interesantes.

El personaje de Leonardo, cantado con elegancia y técnica sólida por el contratenor Key’Mon W. Murrah, es resuelto exitosamente por la compositora, a pesar de que es el momento más incoherente en el universo de personajes integrados a la historia. Cruz no pudo aislarse de la entrañable historia de Coco del universo Disney, donde el cantante Héctor Rivera, de quien nadie ha puesto su fotografía en un altar, se disfraza de Frida Kahlo para burlar las reglas dimensionales y poder visitar a los vivos. En la ópera, Leonardo se viste de Greta Garbo, pues sabe que un fan pone cada año un altar a la diva y que podrá salir de esa manera no sin antes convencer a Frida de hacerlo también.

Diego y Frida, en la Casa Azul de Coyoacán © Karli Cadel

Frida y Diego se encuentran. Vemos escenas en la Casa Azul de la Ciudad de México, de la Alameda, y los amantes se reclaman y se perdonan. Cruz integra de forma atinada la visión política revolucionaria de Rivera al incluir una limosnera que le habla de la desigualdad social y las injusticias.

El devenir del segundo acto concluye en la decisión de Diego de no volver a quedarse sin Frida. La figura del dios Mictlán aparece en lo alto del templete inicial, enmarcada con tres estructuras rectangulares en fuga que recuerdan la arquitectura de Ricardo Legorreta y a sus espaldas un tzompantli (altar en forma de bastidor montado por cráneos como ofrenda para honrar a los dioses mexicas), digitalizado a la estética Warhol. Esta última escenografía aportó un final con elementos de un México-Tenochtitlán de cultura milenaria y a la vez moderna.

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