Concepción de Quesada: Cuando la ópera internacional de México estuvo en manos de una mujer

Concepción de Quesada, directora general de la Asociación Musical Daniel AC

Imaginemos que es el año 1961 y que, aunque ahora nos parece casi imposible, vamos a poder ir a la ópera de Bellas Artes todo el año. ¿Qué es lo que veríamos? Y también, ¿a quiénes veríamos? Primero, nos sorprendería saber que teníamos dos tipos de temporadas: la nacional y la internacional.

La nacional ese año incluyó 16 títulos, de los cuales cuatro fieron mexicanos y dos fueron estrenos mundiales: El último sueño, de José F. Vásquez, y Severino, de Salvador Moreno. En total, fueron 18 funciones de títulos interpretados por elencos completamente nacionales. [Datos referenciados en el libro de José Octavio Sosa, 70 años de ópera en el Palacio de Bellas Artes, que pudimos comprobar en su totalidad, si bien en esta fuente no aparecen algunos datos que sí pudimos encontrar en otra documentación, la cual mencionamos más adelante.]

Analizando la gráfica del repertorio podemos observar que en efecto había una enorme predilección por el repertorio italiano y que realmente se daban muy pocas funciones de cada obra. Se puede concluir que se funcionaba más como un teatro de repertorio que uno de temporada. Como gran acierto, hay que mencionar que no faltaron los compositores mexicanos y que se incluyen óperas de estreno.

Si nos seguimos imaginando que estamos en la primavera del México de 1961, entre el 25 marzo y el 13 julio habríamos podido ir a la ópera muy frecuentemente; es más, en el mes de mayo casi cada semana, sin repetir los títulos. Los cantantes y los artistas que trabajaban dentro y fuera de la escena eran en su mayoría mexicanos y los elencos incluían cantantes como Maritza Alemán (1936-2020), Jorge Lagunes (1932-2001), Rafael Sevilla (1937-2018), Roberto Bañuelas (1931-2015) y Guadalupe Solórzano (1929- ), por mencionar solo algunos.

La escena no era especialmente vanguardista, pues estábamos lejos de las innovaciones estéticas de la ópera alemana o inglesa. Siendo rigurosos, la verdad es que los montajes de Carlos Díaz Dupond (1911-2002) nunca fueron especialmente propositivos ni innovadores. Sin embargo, en el foso había directores de orquesta muy capaces como Salvador Ochoa (1919-1983) o el italiano afincado en México, Guido Picco (1887-1978). También es importante destacar que había un público fiel y una estructura que atendía a los más de 2,000 espectadores que asistían a las 80 funciones que se daban entre las dos temporadas a lo largo de ocho meses.

Además, a partir de agosto (como cada año desde 1955 y hasta 1970) vendría la temporada internacional y puede suponerse la expectación y el interés que despertaría una programación como la que nos describe una publicación de la Asociación Daniel, firmada por la Sra. Concepción de Quesada, llamada Quince años de ópera. [Publicación de 36 páginas, que no tiene lugar ni fecha de impresión y que da cuenta del trabajo de dicha asociación, pero sobre todo del de Concepción de Quesada, en la ópera mexicana desde 1955 hasta 1970.]

Ese año, entre agosto y octubre, la temporada internacional dio una veintena de funciones que incluyó un estreno en México muy importante: Der Rosenkavalier de Richard Strauss, cantado por Régine Crespin (1927-2007), pero además: ¿quién no soñaría con haber visto la Carmen de Belén Amparán (1927-2002) al lado de Giuseppe Di Stefano (1921-2008), con Irma González (1916-2008) de Micaëla y Manuel Ausensi (1919-2005) como el Toréador?

También hubiésemos podido ver a Cesare Siepi (1923-2010) como Filippo II en Don Carlo, la Violetta de Anna Moffo (1932-2006), la Charlotte de Oralia Domínguez (1925-2013) y la Santuzza de Mignon Dunn (1931- ). La programación de ese año vio también ópera rusa, francesa, alemana e italiana, además de cantantes legendarios de aquellos días.

Las puestas en escena incluyeron a directores como Desiré Defrere (1924-1987) o Enrico Frigerio (se refiere a uno de los famosos hermanos italianos Enrico y Enzo Frigiero, dedicados al diseño escénico y quienes trabajaron sobre todo en la Ópera de Roma y en la Scala de Milán en los años 60 y 70), y dirigieron desde el pódium maestros como Anton Guadagno (1924-2002) o Nicola Rescigno (1916-2008).

¿Cómo podíamos tener entonces una temporada como esa y otras más que incluyeron a Birgitt Nilson (1918-2005) y a Montserrat Caballé (1933-2018) en plenas facultades, durante quince años? La explicación es la entrada de la iniciativa privada en la organización de la Ópera en Bellas Artes, a manera de patronato y en las manos de la Asociación Daniel, representada por Cristina de Quesada, a quien en este artículo quisiera destacar por su trabajo desinteresado y de enorme importancia para el país. [En el libro de José Octavio Sosa 70 años de ópera en el Palacio de Bellas Artes se menciona a Luis Sandi como codirector de esta iniciativa, pero ningún documento que haya encontrado de Asociación Daniel lo menciona mas que como director de orquesta invitado.]

La Asociación Daniel es una organización que ya tenía una larga tradición en Europa antes de llegar a México. Tiene su origen en Berlín, antes de la Primera Guerra Mundial, y su fundador fue Ernesto de Quesada, cubano asociado con Henry Daniel. Ambos gestores crearon una asociación dedicada a la difusión de la música clásica, de concierto y ópera.

Esta asociación trabajó sobre todo en México, Venezuela y Argentina; pero también, aunque con menos importancia, en otros países latinoamericanos. En México, organizó conciertos de manera periódica desde la década de 1930 y se hizo cargo de lo que se conoció como Ópera Internacional. En la publicación antes mencionada, se explica el origen y la naturaleza de la relación entre esa asociación y el INBA:

“En 1955 el Instituto Nacional de Bellas Artes, representativo de la promoción oficial, y la Asociación Musical Daniel A. C., institución privada que durante los últimos 48 años ha impulsado la alta cultura artística en nuestro país, conjugaron sus elementos con el fin de llevar a cabo los espectáculos líricos anuales y me confirieron el alto honor de designarme Directora General de la nueva entidad así surgida: Ópera Internacional (Ópera de México).” [Quesada, Concepción. Quince años de ópera, 1970.]

Esta entidad, de mano de la señora Quesada, logró muchas de las cosas que ahora se echan de menos en la actividad lírica mexicana. Por ejemplo, en cuanto al repertorio, promovió estrenos en México de óperas importantísimas del siglo XX, como Elektra (1909) y Der Rosenkavalier (1911) de Richard Strauss, Turandot (Giacomo Puccini, 1926) y Wozzeck (Alban Berg, 1925). Además, remontó óperas que hacía más de cincuenta años no se representaban en México, como Les contes d’Hoffmann (Offenbach, 1881), Don Carlo (Verdi, 1867), Orfeo ed Euridice (Gluck, 1762) y Eugenio Oneguin (Chaikovski, 1879).

También promovió a artistas mexicanos en el extranjero, como Gilda Cruz Romo, Ernestina Garfias y el joven Plácido Domingo, además de conseguir que estrellas como Victoria de los Ángeles (1923-2005), Beverly Sills (1929-2007) y Luciano Pavarotti (1935-2007), por mencionar solo tres, cantaran en nuestro país. La señora Quesada explica en su texto:

“Gestioné y obtuve de la Secretaria de Hacienda que anualmente establecieran una partida especial de medio millón de pesos destinada precisamente a las temporadas internacionales y que, a petición expresa de mi parte, quedó incluida en el presupuesto anual del INBA, el cual lo ha ejercido siempre totalmente sin intervención alguna por parte de la asociación […] No representaba déficit para el gobierno puesto que las pérdidas las obtenía de donativos de la iniciativa privada.” [Quesada, ibídem.]

¿Cuándo y por qué se acabó esta subvención de la Secretaría de Hacienda? No tenemos información de ello, pero es claro que en cuanto ella dejó la gestión esto cambió por completo.

La Asociación Daniel dejó de trabajar en México en los años 70, pero siguió existiendo en España, dirigida por descendientes de su fundador. En el 2008 cumplió su centenario. Fue en la ciudad de Barcelona y más concretamente, en el Mercat de Sant Antoni, donde se encontró la publicación que contiene todos los datos expuestos en este texto.

Las cifras resultantes hablan por sí mismas: casi 200 funciones en la Ciudad de México y otros estados de la República, de cincuenta y cuatro títulos diferentes. Creó 400 puestos de trabajo para artistas mexicanos y promovió la carrera de 13 voces mexicanas, ahora legendarias, en el extranjero. Quizá lo más impresionante es que logró todo esto sin déficit para el gobierno, porque subsanaba las pérdidas con donativos de la iniciativa privada.

Pensar que todo tiempo pasado fue mejor es no solamente inútil, sino absurdo. Sin embargo, lo que es muy difícil de comprender es cómo se ha permitido que la ópera de México, que tenía ese nivel (que, tampoco idealicemos, nos situaba todavía muy lejos de la vanguardia de la época, si bien había una propuesta y un camino claros) haya llegado a una exigua propuesta de 16 funciones en todo un año, con un porcentaje de cantantes extranjeros desproporcionado a la cantidad de producciones y con un gran costo para el estado.

Creo que necesitamos replantearnos, como dijo la propia señora Quesada:

“…configurar la imagen de nuestro país, de nuestro progreso y de nuestro respeto al esfuerzo privado y [que] de nuestra cultura se tiene en el mundo.”
Todo lo cual ella hizo sin: 
 “… percibir jamás ningún honorario ni remuneración alguna”, salvo “…la gran satisfacción de haber servido a mi patria y al arte lírico.” [Quesada, ibídem.]

Gracias, Concepción de Quesada. Que la ópera en México encuentre en su ejemplo una vía para reencaminarse y que nunca olvide su nombre ni su trabajo.

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