El último sueño de Frida y Diego en San Francisco

Escena de El último sueño de Frida y Diego con el Coro de la Ópera de San Francisco © Cory Weaver

Junio 13, 2023. Como último título de la temporada de su centenario, la Ópera de San Francisco ofreció el estreno local de El último sueño de Frida y Diego, ópera en dos actos de la compositora americana Gabriela Lena Frank, con libreto del dramaturgo cubano-americano Nilo Cruz, cuyo estreno absoluto ocurrió el 29 de octubre del 2022 en el Civic Theatre de San Diego, sede de la compañía de esa ciudad.

Además, otro importante teatro californiano, la Ópera de Los Ángeles, la programó para estrenarla en su escenario el próximo mes de noviembre de este mismo año, logrando así que los primeros pasos de esta obra se lleven a cabo en la Costa Oeste de los Estados Unidos, concretamente en California, que cuenta con una amplia población hispanoparlante.

La presencia de Lena Frank y su ópera se convirtió en un acontecimiento histórico para San Francisco y para la región, que poseen una amplia oferta cultura y musical, ya que, además de que la compositora es oriunda de la vecina ciudad de Berkeley, ubicada a pocos kilómetros de distancia de San Francisco al otro lado de la bahía, se convirtió en la primera mujer compositora a la que este importante teatro le comisionó una obra para su escenario principal, además de que El último sueño de Frida y Diego es la primera ópera compuesta y cantada completamente en español en la historia de este teatro, que también respetó el título original en español de esta obra.

La soprano Daniela Mack como Frida Kahlo © Cory Weaver

El marco no pudo ser más alentador, pues se ofreció dentro de una temporada de gran significado y relevancia para este recinto operístico, que comenzó con el estreno absoluto de Anthony and Cleopatra de John Adams, compositor con una estrecha relación con este teatro, también residente de esta región, y que en su acervo cuenta con la ópera-oratorio El Niño, con texto en español, comisionada por el teatro Théâtre du Châtelet de París, donde tuvo su estreno en diciembre del 2000. 

La realidad es que pocos son los teatros estadounidenses que se han ocupado por ofrecer óperas en español, a pesar de honrosas excepciones, como la contribución que en este sentido tuvo el compositor mexicano Daniel Catán cuando en 1993 logró convencer a la Ópera de San Diego de escenificar su ópera en español La hija de Rappacini, y convertirse en un pionero de este género, si así se le puede catalogar, lo que posteriormente generó el interés de la Ópera de Houston por comisionarle varias óperas en español de las cuales surgió la creación de Florencia en el Amazonas, la ópera en español más escenificada en los Estados Unidos, seguida de Il Postino, comisionada por la Ópera de Los Ángeles; y sin olvidar la trilogía de “óperas-mariachi” creadas por el compositor Javier Martínez y el libretista Leonard Foglia, comisionadas por los teatros de Houston y Chicago. 

Sería un discurso arduo y quizás inapropiado e innecesario debatir sobre por qué las óperas en lengua española, salvo excepciones como las ya señaladas, no se escenifican con mayor frecuencia en teatros de un país con una enorme población de hispanoparlantes, pero lo cierto es que el público aficionado a este género —y que lo tiene arraigado en su interior— continuará asistiendo y consumiendo todo lo que se llame ópera, que es al final un género perenne, incesante y universal, sin importar la lengua en que sea cantada.

Yaritza Véliz como la Catrina © Cory Weaver

El gran acierto de Lena Frank y Cruz fue haberse enfocado en la figura de dos relevantes, muy reconocidos y famosos artistas plásticos mexicanos (de hecho, Frida Kahlo es un mito y figura muy admirada en los Estados Unidos), creando un relato ficticio con la fascinación que Kahlo y Rivera sentían por el más allá y por el Día de Muertos, una festividad tan mexicana. 

Como explicó en varias ocasiones la compositora, la creación de esta obra —su primera y hasta hoy única ópera—, resultó ser un trabajo arduo y largo, ya que duró alrededor de 15 años hasta poder ver finalmente su obra sobre un escenario, pero que sin embargo, ese periodo la llevó no solo a fortalecer y forjar una complicidad y una estrecha relación laboral y creativa con el propio Cruz, sino que la llevó a afinar y a encontrar un estilo musical y de orquestación propio y a entender mejor la voz, como quedó plasmado en esta obra que está destinada a trascender, porque posee los elementos necesarios para atraer a teatros y orquesta; por su suntuosa y rica orquestación, en una partitura que incorpora sonidos con marcada influencia extraída de la música folclórica mexicana. 

Cabe mencionar, por ejemplo, el constante uso de la marimba y los alegres metales, que amalgamó con sonidos clásicos, contemporáneos de buena manufactura, creando momentos que cautivan, sorprenden, atraen por su virtud de manejar y resaltar el aspecto vocal, el cantable y el coral, con el que dotó a los personajes y al coro. 

El barítono Alfredo Daza como Diego Rivera © Cory Weaver

La sencilla trama ocurre el 2 de noviembre de 1957 en el Día de Muertos, poco antes de la muerte de Diego Rivera, y a tres años de la muerte de Frida Kahlo. Ese día Diego Rivera visita un cementerio, rodeado de gente que acude a honrar el espíritu de sus seres queridos ya desaparecidos; y es allí donde, ante su soledad, Diego le pide a Frida vuelva. Aparece una anciana que vende flores, que es en realidad la Catrina, guardiana de los muertos. En Mictlán, el inframundo azteca, la Catrina le ordena a Frida que regrese a acompañar a su moribundo marido en su viaje al final de su vida. Aquí se percibe cierta influencia y similitud con la trama de Orfeo ed Euridice de Gluck, y en la Catrina una cierta aproximación al Méphistophélès de Faust de Gounod. 

En el inframundo Frida conoce al joven Leonardo, un joven actor que, personificando a Greta Garbo, busca regresar al mundo de los humanos convenciéndola de que ella también debería hacerlo. La Catrina autoriza a Frida volver al mundo de los vivos por solo 24 horas, con la condición de no tocar a los vivos, diciéndole: “Una caricia te puede costar la memoria de tu dolor”. Carente de inspiración, Diego se encuentra con Frida en la Alameda, y es donde ocurre uno de los momentos vocalmente más evocadores de la obra, donde el propio Diego, sintiendo la proximidad de su muerte, se dirige con Frida a su Casa Azul de Coyoacán. Frida intenta pintar, pero no logra hacerlo, al no encontrar el reflejo de su imagen. Diego la anima a pintar y allí es donde aparece escénicamente una secuencia bien lograda de pinturas e imágenes realizadas por ella. Con el amanecer, Frida debe volver al inframundo, y Diego entiende que la única forma que podrá vivir eternamente a su lado es yendo también al más allá, que al final logra gracias a la intervención de la Catrina y del dios Mictlantecuhtli. 

Recreación del mural de Diego Rivera Una tarde dominical en la Alameda, del escenógrafo Jorge Ballina © Cory Weaver

Un aspecto que ha resaltado el espectáculo, además de la radiante partitura de Lena Frank, fue el equipo de trabajo artístico mexicano, que ha aportó y potenció la autenticidad de lo que se vio escena: Lorena Maza (directora escénica), Eloise Kazan (vestuarista), Víctor Zapatero (iluminación), sin olvidar las sencillas pero brillantes y sugestivas escenografías de Jorge Ballina, como las flores y altares de muertos en varios niveles en el primer acto, que crearon escenas muy llamativas; o la casa de Coyoacán con su inconfundible y particular color azul añil, y las escenas de su interior; además de los cuadros de Frida, aquí representados por actores y coristas, con el fuerte impacto que solo Frida podía plasmar. 

Vocalmente, el elenco se mostró muy sólido con la presencia de la mezzosoprano argentina Daniela Mack, quien mostró compenetración con el papel, cantando con brío y una voz seductora, con la que demostró admirable dicción incluso en el uso de ciertos modismos mexicanos. Por su parte, el barítono mexicano Alfredo Daza personificó un convincente y sufrido Diego Rivera, escénicamente desenvuelto, seguro y creíble, ataviado con su inconfundible overol de mezclilla. Vocalmente resolvió muy bien el papel, pues posee una voz redonda que ha adquirido mucho cuerpo, y que es además amplia y sabe modular y enunciar con elegancia, derrochando la experiencia y las tablas que ha adquirido en su larga y exitosa carrera.

Jake Ingbar como Leonardo © Cory Weaver

El contratenor Jake Ingbar interpretó a Leonardo y aportó el toque cómico y lúdico, con buen desempeño vocal, y en su caracterización como Greta Garbo. Por su parte, la soprano chilena Yaritza Véliz personificó a una enérgica Catrina, nunca sobreactuada, con vestuario y maquillaje que fue un deleite apreciar, además de una amplia y robusta voz de soprano, segura en los registros y en el fraseo. 

Meritorio fue también el desempeño de los aldeanos, como del tenor Moisés Salazar, el barítono John Fulton y el bajo Ricardo Lugo. Una mención merece también la soprano Mikayla Sager y las mezzosopranos Nikola Printz y Gabrielle Beteag, quienes en escena dieron vida a los personajes e imágenes extraídas de las más conocidas pinturas de Frida Kahlo; así como la brillantez en el canto de la mezzosoprano Whitney Steele, quien dio vida al papel de Guadalupe Ponti. 

En el podio, el director mexicano Roberto Kalb ofreció una lectura detallada, llena de poesía e imaginación, con atención al detalle, matizando los colores de la partitura y sobre todo haciendo resaltar los sonidos folclóricos mexicanos que ofrece. La orquesta a su cargo tocó con magia, libertad y gozo. El coro, preparado por su titular John Keene, no solo se mostró participativo en cada escena en la que tuvo que actuar y participar, sino que agradó por el preciso y seguramente arduo trabajo que debieron realizar sus miembros para pronunciar y sonar lo más natural posible en su canto y dicción en español. 

Escena de la muerte de Diego Rivera © Cory Weaver

Para finalizar, cabe debe mencionar que la vida Diego Rivera y Frida Kahlo estuvo también ligada a la ciudad San Francisco, donde habitaron durante varios meses en 1931, entre noviembre de 1930 y mayo de 1931, periodo en el cual Rivero realizó tres murales, y Frida Kahlo pintó diversos cuadros. Posteriormente, ya divorciados, ambos regresaron a la ciudad en 1940, completando Rivera un mural más y Kahlo diversas pinturas. Lo curioso es que, en esta segunda estancia en San Francisco, la expareja decidió casarse de nueva cuenta y la ceremonia civil se llevó a cabo el 8 de noviembre de 1940 en el Ayuntamiento de San Francisco (City Hall), el edificio que se encuentra cruzando la calle, y a pocos metros del teatro War Memorial Opera House, donde casi 83 años después fueron los protagonistas de una ópera creada en memoria suya, en esta importante temporada del centenario.

Compartir: