Médée en Madrid

Francesco Demuro (Jason) y Saioa Hernández (Médée) con el vellocino de oro. En segundo plano, Marina Monzó (Dircé) © Javier del Real

Septiembre 29, 2023. El primer título de una temporada lírica es como una declaración de intenciones y el Teatro Real, al abrir con una nueva producción propia de Médée (Medea, en la versión italiana) de Luigi Cherubini, está demostrando altura de miras. Se trata de una obra muy interesante que sirve de puente entre el Clasicismo y el Romanticismo y que exige un amplio elenco de gran calidad tanto en lo vocal como en lo actoral, sobre todo en el rol titular.

Es difícil hablar de esta obra de Cherubini sin evocar a Maria Callas, a quien están dedicadas estas funciones en el centenario de su nacimiento. Con este título, el Real salda una deuda con la historia de la ópera —nunca antes lo había llevado a escena— y sigue los pasos del Metropolitan Opera de Nueva York, que lo ofreció por primera vez en la inauguración de la temporada pasada, también con producción propia a cargo de David McVicar.

Médée fue estrenada en el Théâtre Feydeau de París el 13 de marzo de 1797, recién pasada la época de la Terreur y, por tanto, en un contexto aún delicado. Si bien su libretista, François-Benoît Hoffmann, había concebido una tragédie lyrique con recitativos musicalizados, lo cual resultaba más acorde con el tema, el proyecto no fructificó en la Opéra de Paris, y se tuvo que reciclar en forma de ópera-comique, con diálogos hablados. Cherubini, afincado en la capital francesa desde 1789, fue además no el primero sino el segundo compositor en recibir el encargo de poner música al libreto de Hoffmann. El encargo por fin salió adelante y la obra gustó por su lograda e innovadora factura musical, pero la crudeza de su temática no fue bien recibida por el público de la época, hastiado de violencia, y Médée desapareció del repertorio en Francia hasta mediados del pasado siglo.

La ópera, sin embargo, corrió mejor fortuna en Alemania, donde, traducida al alemán, se representó sin interrupción y en diferentes teatros a lo largo del siglo XIX. A raíz de su exitoso estreno en Frankfurt en 1855, el compositor y director de orquesta Franz Lachner decidió componer recitativos musicalizados para reemplazar las partes habladas. Ahora bien, dichos recitativos fueron compuestos en un estilo netamente wagneriano, algo que chocaba con la naturaleza de la partitura original. En 1865, Luigi Arditi tradujo la obra al italiano y compuso nuevos recitativos musicalizados para presentar la obra en Inglaterra y, ya en el siglo XX, la obra conocerá nuevas traducciones y adaptaciones (Callas la cantaría siempre en italiano). Para esta ocasión, el Teatro Real ha elegido la edición crítica de Heiko Cullmann a partir de la original en francés y los recitativos cantados que, siguiendo criterios historicistas y musicológicos, compusiera el maestro Alan Curtis.

La nueva producción, surgida de la colaboración con el Abu Dhabi Festival, lleva la firma del director de escena y escenógrafo español Paco Azorín, quien propuso una lectura centrada en los hijos de Jason y Médée, “los grandes olvidados de esta historia”, en palabras del director murciano. Estos son interpretados magistralmente por los jóvenes actores Carla Rodríguez e Ismael Palacios, quienes consiguen transmitir al público las innumerables caras de la violencia vicaria. Una de las señas de identidad de Azorín consiste en la inclusión de texto en las proyecciones, a veces de forma más pertinente que otras. En Médée hay sin embargo un dato que me sobrecogió, y que además conecta de manera brutal el escenario con nuestra realidad cotidiana: “Según la OMS, cada año se producen 40,150 muertes por homicidio de menores de 18 años, directa o indirectamente atribuidas al maltrato de sus padres y madres”. 

La escenografía nos traslada al tártaro, representado como si fuera una especie de mina donde predomina la piedra volcánica. De hecho, la escena está presidida por un elemento vertical, un ascensor monumental que simboliza la bajada a los infiernos de todos los personajes. A este se le ha añadido otro elemento horizontal, colocado en altura, el palacio de Créon, una especie de balcón que también puede desplazarse. La acertada iluminación de Pedro Yagüe, que sabe evocar la atmósfera del inframundo, y el vestuario novedoso y al tiempo funcional de Ana Garay contribuyen a redondear el concepto escénico. Esta vez las proyecciones de video diseñadas por Pedro Chamizo no tienen el protagonismo del que gozan en otras producciones de Azorín pero igualmente suman. El resultado final es sin duda una gran producción, basada en una lectura inteligente del libreto: fiel a la esencia de este pero sin renunciar al margen de creatividad que caracteriza a una buena dirección escénica.

Médée con las tres furias (los artistas de parkour Max Iniesta, Cosmin Marius y Daniel Meliado) © Javier del Real

Si resulta fácil imaginar esta producción girando por otros teatros del mundo es también gracias al loable trabajo de Carlos Martos de la Vega, responsable del movimiento escénico; el coro siempre ágil en sus entradas y salidas, siempre posicionado de manera que favorece el relato. Impacta la llegada de los argonautas durante la fiesta de compromiso, y qué decir de las tres furias, encarnadas por los artistas de parkour Max Iniesta, Cosmin Marius y Daniel Meliado. Sus endiabladas piruetas y contorsiones, junto a la labor dramática de la actriz Verónica Moreno, quien da vida a la Medea mitológica, no solo entretienen al espectador, sino que enriquecen la dramaturgia, con permiso de Eurípides y Hoffmann. Dicho esto, el peso dramático de la obra recae implacablemente en su rol titular, Médée, que ha contado con la voz y el arte interpretativo de una de las mejores sopranos de la actualidad.

Al frente del segundo elenco contratado para estas funciones estuvo la madrileña Saioa Hernández, que se ha enseñoreado de su personaje. Si decía que impresiona la llegada de los argonautas a Corinto, la bajada a los infiernos, en ascensor y por escaleras, de Saioa como Médée resulta literalmente arrolladora. Vocalmente, se muestra poderosa desde el comienzo de la obra en todos los registros, tirando de pecho y transicionando a la zona aguda con seguridad y brillantez. Desde el primer minuto, al respetable le queda claro que se encuentra ante un ser sobrehumano, una semidiosa precisa e implacable, capaz de la mayor belleza y la mayor crueldad que una pobre mente humana pueda concebir. Ella superará todas las expectativas. Su interpretación solo puede ser calificada de stregonesca (hechizante) parafraseando al periodista y político italiano Alberto Arbasino en referencia a la Norma de Callas. Para ponerle un pero, solo podría decir que Saioa aún tiene margen de mejora en su pronunciación del francés.

El resto del elenco también se mostró a un estupendo nivel, aunque sin hacer sombra en ningún momento a la protagonista indiscutible. El tenor italiano Francesco Demuro fue de menos a más en el no fácil papel de Jason. Buena proyección y timbre varonil que, sumados a una correcta línea de canto, contribuyeron a dar credibilidad a su personaje, a pesar de algunos agudos demasiado tirantes y un vibrato que fue controlando a medida que avanzó el primer acto. Mostró tener química con la soprano valenciana Marina Monzó, a quien dedicó bonitas frases a mezza voce. La intérprete de la tercera en discordia, Dircé, hizo gala de una bella voz en la zona central, con buenos agudos y agilidades. En su faceta interpretativa, dibujó a una jovencita asustada por los acontecimientos y, sobre todo, por las malas artes de “la matrona”. 

Una experimentada Silvia Tro Santafé dio vida a Néris quien, movida por la compasión que siente por su ultrajada amiga Médée, casi se convierte en cómplice de los crímenes de esta. La mezzosoprano valenciana puso todo el corazón en el aria –con fagot obbligato– ‘Solo un pianto’, la más hermosa de la ópera, destacando por su elegancia, buena dicción y emotividad. Quizá el menos creíble de los solistas fue el padre de Dircé, Créon, interpretado por un demasiado joven (más joven que su propia hija) Michael Mofidian. El chico posee demostradas cualidades, como un agradable timbre de barítono, un buen físico y el oficio necesario para salir a un escenario de cierto nivel. El problema es de quien decidió que podría salir airoso de este trance. Muy bien Mercedes Gancedo y Alexandra Urquiola (muy cautivador el color de su voz) como Primera y Segunda doncellas, respectivamente. David Lagares, solvente en el rol de Un corifeo.

La partitura de Cherubini es sumamente atractiva, con una magnífica obertura y sendas introducciones instrumentales a los actos segundo y tercero que fueron las partes donde el director musical, Ivor Bolton, se mostró más convincente, logrando extraer lo mejor de la orquesta, muy bien nutrida para la época. En el resto de la obra, el inglés pecó de un exceso de volumen, que jugó en detrimento de algunos cantantes, y de una dirección demasiado apresurada en algunos pasajes, que acarreó algunos desajustes y restó libertad de expresión a los solistas. Estos se vieron obligados a intentar sobrepasar a la orquesta y a seguir sus tempi, lo que restó matices a su línea de canto y perjudicó su dicción. Dicho esto, la lectura de Bolton evidenció que es un experto en el repertorio clasicista y su nervio sirvió para subrayar el dramatismo que encierra la música, que fluyó a la par de la fuerza expresiva del texto, como ideara su compositor. El Coro titular del Teatro Real –Coro Intermezzo–, preparado por José Luis Basso, su nuevo director a partir de esta temporada, mantuvo su excelente nivel. A pesar de la polémica en la que se ha visto en vuelto recientemente, con paros y huelga incluidos para reclamar mejoras laborales, sonó empastado y se movió con eficiencia por el escenario, destacando la labor de las cuerdas graves.

Esta gran producción de la Médée de Cherubini abre el apetito de una temporada en el Teatro Real de Madrid cargada de títulos para todos los gustos. A principios de junio, Les Arts Florissants y William Christie ofrecerán una versión semiescenificada de este mismo mito de Medea, que compuso Marc-Antoine Charpentier a finales del siglo XVII. Un nuevo estreno en el Teatro Real que muchos no tenemos intención de perdernos.

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