Carmen en Barcelona

Escena de Carmen de Georges Bizet en la producción de Calixto Bieito en Barcelona © Gran Teatre del Liceu

Enero 4, 2024. Se ha vuelto a proponer la ya casi histórica (no sé por qué la llaman mítica o legendaria) producción de Calixto Bieito nacida hace veinticinco años, que sigue mostrando sus puntos fuertes y, para quien esto firma en medio del coro de alabanzas universales, sus narcisísticos errores de ser la ópera de Bieito más que la de Bizet, por los varios momentos en que se desmienten música y texto: el más poético de todos los primeros y mejor, que acompaña al preludio del tercer acto, es el del aspirante a torero que se entrena desnudo bajo la luna y un enorme toro, famosa publicidad de antaño que ya no todos entienden, como la ahora antediluviana cabina telefónica desde la que canta Carmen su “Habanera”, que se cuentan entre los segundos, así como el omnipresente Lillas Pastia o la niña gitana que mima las actitudes de las mayores hasta que no quiere seguirlas en el tercer acto y entonces Mercédès la fuerza a hacerlo. Muy aplaudidos los responsables de trajes, decorados, luces y la repositora, pues el “autor” no estuvo presente.

El director musical de la casa, Josep Pons, lo hizo bien, mejor que en sus últimas incursiones fuera del marco del repertorio que le resulta más consustancial, el de área alemana y centroeuropea de finales del siglo XIX y principios del XX. Solo algunos tiempos demasiado rápidos y ocasionales desbordes orquestales pudieron objetarse, mientras que la actuación de los maestros del conjunto fue irreprochable, como el coro del Teatro Liceu preparado por Pablo Assante y el coro infantil Veus-Amic de la Unió, guiado por Josep Vila i Jover.

Clémentine Margaine tiene recursos vocales sobrados para la parte. Hubo algún áspero agudo interpolado, algún otro metálico, y alguna nota de pecho forzado, pero no consiguió nunca que su gitana viviera en el fraseo (pese a su francés excelente) ni en la acción escénica.

Michael Spyres presentó un Don José creíble, especialmente en los dos últimos actos, en los que quizá en los momentos más dramáticos faltó un poco de volumen. Estuvo muy bien cantado y con gran clase, aunque el timbre (es un baritenor) no sea privilegiado. Adriana González cantó una excelente Micaëla, pese a un color más oscuro que el habitual, pero con unas medias voces extraordinarias. Simón Orfila como Escamillo estuvo discreto, pero luego de los couplets del Toréador su voz sonó opaca y algo engolada. Muy bien los actores y comparsas que dieron vida —quizá demasiada— a la acción.

Excelentes Jan Antem y Carlos Cosías como Remendado y Dancaïre, y muy bien Janine Habershem como Frasquita (a veces algo estridente) y Laura Vila (buena voz y mejor actriz para Mercédès), mientras que Toni Marsol fue un estentóreo y algo exagerado Moralés (probablemente por las indicaciones escénicas) y Felipe Bou un Zuniga mejor en lo actoral que en lo vocal. Un teatro repleto acogió con moderado entusiasmo los momentos principales y subió un punto su entusiasmo en los aplausos finales. Y, como sucede puntualmente, buena parte del respetable aplaudió a mitad del preludio inicial de una ópera que (se supone) es más que conocida.

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