
La traviata en Madrid

Sabina Puértolas (Violetta) y Juan Diego Flórez (Alfredo) en La Traviata de Giuseppe Verdi en el Teatro Real de Madrid © Javier del Real
Julio 20, 2025. Un triunfal cierre de temporada tuvo el Teatro Real madrileño con su reposición de la taquillera ópera La traviata de Giuseppe Verdi en la controvertida producción del afamado director alemán Willy Decker y una distribución vocal de primer orden.
A cargo de la parte protagónica, y convocada a último momento (por indisposición de Nadine Sierra, soprano originalmente prevista), la española Sabina Puértolas estuvo a la altura de su cometido ofreciendo una caracterización de gran mérito de la heroína, lo que no es poco si se tiene en cuenta que a las exigencias vocales propias de la parte se le sumaron las de la impiadosa producción que, además de exigirle saltar, bailar, tirarse al suelo, subir y bajar sillones, la obliga a cantar el segundo y tercer acto de corrido, sin intermedio.
Con gran lirismo y soltura, Puértolas resolvió su aria de entrada ‘È strano, è strano!’ y exhibió coloraturas ágiles y agudos seguros en la cabaletta ‘Sempre libera’. Lo mejor de su prestación vocal vendría en el segundo acto, donde sus interacciones con Giorgio Germont y su apasionado ‘Amami Alfredo’ le servirían para meterse al público en el bolsillo.
En el último acto, la voz acusó cansancio, se tornó más metálica y un ligero vibrato afectó la calidad de su canto. No obstante, supo con mucho oficio cargar de dramatismo y matices el aria ‘Addio dal passato’ y ganarse en buena ley una ensordecedora ovacion que casi la obligó a un bis.
A su lado, el tenor peruano Juan Diego Flórez ofreció una caracterización correcta de su enamorado Alfredo, sin mucho más, al frente de una parte donde se le escuchó incómodo y cuyas exigencias dramáticas lo llevaron al límite de sus posibilidades. Así y todo, fue indiscutible la lozanía y frescura de su voz, su apabullante dominio técnico y su honestidad por nunca forzar ni buscar un color que no fuese el suyo. Ayudado en los tiempos por el director de orquesta, brilló en los dúos con la soprano, interpretados con una emotividad a flor de piel, ante la cual fue imposible no conmoverse. En términos generales, cumplió y sacó adelante una parte que no le permitió exhibir lo mejor de su patrimonio vocal.
Adorado por el público madrileño, fue muy celebrado en los saludos finales. A cargo de la parte de Giorgio Germont, una grata impresión dejó el joven barítono albanés Gezim Myshketa, quien hizo gala de una voz potente, cálida y bien esmaltada. Todos vestidos iguales, de riguroso esmoquin, el trabajo de los cantantes secundarios fue difícil de individualizar. Los únicos distinguibles, el veterano bajo italiano Giacomo Prestia (Dottore Grenvil) y la joven mezzosoprano catalana Gemm Coma-Alabert (Annina) hicieron una remarcable labor.
Dirigido por el argentino José Luis Basso, el coro de la casa no solo ofreció una buena prestación vocal, sino que además estuvo en buen estado físico, respondiendo con atlético desempeño a las imposiciones de la dirección de escena. En lo que a la música respecta, el director húngaro Henrik Nánási hizo una lectura equilibrada, contrastante y bien concertada, aunque demasiado atenta a complacer las necesidades de los solistas vocales.
Promocionada hasta el hartazgo, la minimalista producción del director alemán Willy Decker se centró en el inevitable paso del tiempo, en el amor frente a las imposiciones sociales y en el mundo machista y patriarcal al que debe hacer frente la protagonista. El espectáculo, muy coherente y atractivo, si bien preservó en líneas generales la esencia de la trama, no tuvo reparos en manipularla, provocando muchas incoherencias entre lo que se dijo y lo que se vio.
La escenografía de Wolfgang Gussmann, también responsable del vestuario, situó la acción en un espacio casi vacío donde unos pocos elementos resolvieron algunos mínimos requerimientos del libreto. Ayudaron a superar el disgusto, el atractivo vestuario de Gussmann, la estudiada iluminación de Hans Toelstede y las impecables coreografías de Athol John Farmer. Un público ávido por aplaudir a cualquier precio, ovacionó a todos los intérpretes una vez caído el telón.