
Francesca da Rimini en Turín

Barno Ismatullaeva (Francesca) y Roberto Alagna (Paolo) en el Teatro Regio de Turín © Gaido Ratti
Octubre 12, 2025. Francesca da Rimini, compuesta por Riccardo Zandonai (1883-1944) en 1914, es su obra más célebre. La ópera se basa en la tragedia homónima de Gabriele D’Annunzio, escrita por Eleonora Duse, la más grande actriz de teatro de su tiempo, y cuya primera representación ocurrió en 1901. A su vez, esta última obra se inspira en el los célebres versos dantescos del V canto del Infierno de la Divina Comedia que, según se dice, probablemente se basaban en una historia real.
Ambientada en la Romagna medieval, narra la trágica historia de Francesca, esposada con el lisiado Gianciotto Malatesta, pero a la vez enamorada del hermano Paolo il bello, en una historia de pasión y muerte que culmina con el asesinato de los dos amantes. La música de Zandonai funde lirismo con refinada sonoridad orquestal e intensos momentos dramáticos, reflejando la influencia del romanticismo tardío centro-europeo y del impresionismo, ofreciendo un retrato emotivamente vívido de los personajes y de su mundo.
Se debe resaltar que la ópera tiene un significativo vínculo con el Teatro Regio de Turín, ya que fue representada en su estreno absoluto justo en la capital piamontesa el 19 de febrero de 1914, bajo la conducción de Ettore Panizza.
Andrea Bernard montó un espectáculo pulido, comprensible, simple y linear. La única licencia que se tomó fue la de crear los dobles infantiles de los protagonistas (Paolo y Francesca de chicos), casi para querer afirmar que esta triste historia quizás había ya sido completamente esculpida desde la juventud, en su destino. El director de escena ha mencionado que “la habitación de Francesca representa el núcleo escénico: el refugio seguro que la protagonista construyó para protegerse del mundo externo, violento y machista”
De hecho, el espectáculo fue completamente ambientado en una habitación con paredes blancas, casi para definir una ambientación atemporal de la historia, aunque en presencia de una ambientación general que coloca a la ópera en la segunda mitad del siglo XIX. En ese sentido, se pudieron admirar los apropiados vestuarios creados por Elena Beccaro. La habitación de Francesca, bien ideada por el escenógrafo Alberto Beltrame, asumió casi la función de una prisión, pero al mismo tiempo le ofrecía protección a la misma Francesca, la cual vive la historia del libreto dannunziano entre sueño y realidad, entre memorias y recuerdos, un contexto que roza el psicoanálisis.
Se recuerda el final del primer acto, notablemente logrado, con la primera aparición de Paolo: el fondo se alza para dejar espacio a un exuberante y encantado jardín, dentro del cual se destaca su poderosa y hermosa figura, mientras que el espléndido solo del violonchelo de la orquesta describe el éxtasis de ese momento supremo. También, en el final del tercer acto, la escena con los dos amantes —y sus dobles— simboliza la sublimación de una unión absoluta, fuera del tiempo, dando otro momento de fuerte emoción.
Andrea Battistoni, nuevo director musical del Teatro Regio, en su primera inauguración de temporada, encontró justo en estas refinadas páginas musicales —suspendidas, vaporosas, difusas, multicolores— el justo equilibrio de timbres y dinamismo. Battistoni demostró, además, sensibilidad en el cuidado de las transiciones armónicas, haciéndolas siempre ricas de sutilezas y significados. Por otro lado, en la ópera de Zandonai la orquesta tiene un papel que es más que secundario. Su conducción fue teatral, dramática e impetuosa, aunque quizás no siempre estuvo matizada en los forti, que por momentos parecieron poco llamativos (hasta el final del segundo acto).
Por lo que respecta al elenco, era evidente que las expectativas estaban concentradas en el desempeño de Roberto Alagna, que ofreció una interpretación de gran espesor. Alagna, a sus anchas en este papel, ha sabido atrapar cada matiz, delineando un personaje completo, fresco, apasionado y creíble, sin excesos o manierismos. Su fraseo fue cuidado y musical, y convenció plenamente, así como por su espontanea capacidad de identificación con el papel.
Desde el punto de vista vocal, la Francesca de Barno Ismatullaeva convenció por la homogeneidad en su timbre, la fluidez en la emisión y la facilidad en los passaggi di registro. También su timbre mostró ser adecuada para el rol. El único aspecto a mejorar, de su por demás convincente interpretación, fue una cierta carencia de emoción, pasión y perturbación, que deben caracterizar al personaje.
Siniestro y feroz fue la representación de parte de George Gagnidze como Gianciotto. El barítono georgiano ofreció una interpretación sustancialmente unidireccional. A su vez, estuvo sutilmente maligno y perverso el Malatestino de Matteo Mezzaro, que cantó con una voz penetrante y de gran impacto comunicativo. Fue un lujo la esclava de Smagardi, interpretada con voz bruñida por Silvia Beltrami. Muy brillantes y vocalmente atractivas estuvieron las cuatro damiselas: Valentina Mastrangelo (Biancofiore), Sofia Koberidze (Donella), Albina Tonkikh (Garsenda) y Martina Myskohlid (Altichiara), estas dos últimas pertenecientes al Regio Ensemble. Óptima presencia tuvo el Ostasio de David Cecconi, como expresiva estuvo Valentina Boi en el papel de Samaritana.
Francesca da Rimini es una obra coral. Por lo tanto, el elenco en su totalidad desempeña un papel de gran importancia, y en Turín nadie desilusionó: Enzo Peroni come Ser Toldo, Janusz Nosek como el Juglar, Daniel Umbelino (del Regio Ensemble) como el Ballestero, y Eduardo Martínez (del Regio Ensemble) como el Habitante de la torre.
El Coro del Teatro Regio, en óptima forma, fue dirigido con la habitual competencia y profesionalismo de Ulisse Trabacchin. Al final, fue un gran éxito para los protagonistas que fueron ovacionados por el público.