Otello en Madrid

Escena de Otello de Giuseppe Verdi en el Teatro Real de Madrid © Javier del Real

 

Octubre 3 y 6, 2025. Con toda la pompa, el Teatro Real de Madrid inauguró su temporada lírica 2025-2026 subiendo a escena la anteúltima ópera de Giuseppe Verdi en una versión de antológico nivel que hizo de la propuesta un auténtico acontecimiento. 

Alternando la parte protagónica, tanto el tenor italiano Angelo Villari como el español Jorge de León demostraron poseer excelentes cualidades para afrontar la impiadosa escritura vocal de la parte del moro verdiano. En su debut como Otello, una muy grata sorpresa dejó el tenor italiano, quien ofreció una composición de gran solidez, sin flaquezas y de la que extrajo, gracias a un decir de altri tempi toda la fuerza posible del rico texto de Boito. 

En cuanto a Jorge de León, el tenor español reconfirmó una vez más ser uno de los grandes intérpretes de la actualidad de la parte de la que ofreció una composición modélica en lo vocal y emocionante en lo interpretativo. Su Otello se benefició de una voz potente, segura, de color homogéneo e impecablemente conducida que, sin mostrar nunca fatiga, delineó un protagonista violento, atormentado y acomplejado en constante crispación. 

Excelente en el dúo ‘Gia nella notte densa’, deslumbró por el control y la flexibilidad con la cual moduló su voz para ofrecer un canto apasionado de exquisito y cuidado lirismo. Asimismo, alcanzó uno de sus mejores momentos en el aria ‘Dio! Mi potevi scagliar’, que concibió con una fuerza interpretativa descomunal que, enriquecida de acentos sombríos y salvajes, dejaron una fuerte y clara impresión del derrumbe emocional en el que se encontraba su personaje. En el final, su conmovedor ‘Niun mi tema’ obligó a ir en busca de pañuelos. ¡Chapeau! 

No le fue en zaga el barítono italiano Franco Vassallo, quien con superlativo patrimonio vocal retrató un diabólico, traicionero y manipulador alférez Iago que, perfectamente en estilo y muy cercano a la perfección, concentró toda la atención en cada una de sus intervenciones. Su voz suntuosa, rica en armónicos, siempre con el color y el acento justo fueron un deleite para los oídos. Ofreciendo perfecto contrapunto con una voz luminosa, inocente y belcantista a la violencia y la oscuridad emanada de la voz de Otello, el tenor español Airam Hernández fue un alférez Cassio vocalmente lujoso que dispensó momentos de bellísimo y seductor canto.

 

Maria Agresta (Desdemona) y Jorge de León (Otello) en el Teatro Real de Madrid © Javier del Real

 

En lo que a las voces femeninas refiere, la soprano italiana Maria Agresta fue una Desdemona muy destacable, cuyo canto intencionado y sensible, así como su compromiso interpretativo convinieron a la perfección a la parte de la inocente esposa de Otello. Su voz lirica, luminosa y bien esmaltada le dieron toda la fragilidad deseada a su personaje. La veterana mezzosoprano albanesa Enkelejda Shkoza aportó mucho oficio y una voz solvente como Emilia, la leal confidente de Desdemona. 

Muy bien servidos el resto de los personajes secundarios, de entre los que destacó particularmente el Ludovico de In Sung Sim. El coro de la casa, dirigido por el argentino José Luis Basso, se escuchó en perfecta forma, vigoroso y en total sintonía con el foso. Impresionante, su ‘Fuoco di gioia’, fue uno de los mejores momentos de la noche. 

Tanto el experto concertador italiano Nicola Luisotti, director invitado principal de la orquesta de la casa, como su compatriota Giuseppe Mentuccia, resultaron excelentes elecciones para conducir a los músicos de la orquesta sólida de la casa. El primero ofreció una lectura electrizante, plena de energía, tensión y brillantez, a la que algunos decibeles menos no le hubiesen venido nada mal. El segundo no desentonó y mostró, en su única actuación, un muy prometedor futuro. 

La producción oscura y minimalista que firmó el director de escena americano David Alden trasladó la acción, con agudo sentido teatral, pero sin asumir grandes riesgos, del siglo XVI a finales del siglo XIX e inicios de la Primera Guerra Mundial, e hizo foco en el laberinto psicológico del protagonista y de sus sentimientos de no aceptación por parte de la sociedad que lo rodea que, si bien lo ha ascendido por sus méritos militares, no lo considera parte de esta.

El resultado, más allá de algunas licencias que no llegaron a perturbar la esencia de la trama y de una dirección actoral algo menos que básica, fue un espectáculo que funcionó sin provocarle mayores dolores de cabeza a la audiencia más conservadora de la casa. No debe pasarse por alto el acertado tratamiento lumínico de luces y sombras de Adam Silverman, así como las estudiadas coreografías de Maxime Braham. Funcional, pero poco atractiva, resultó la escenografía y discreto y desangelado el vestuario, ambos a cargo de Jon Morrell. 

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