María Luisa Tamez: “El canto es un acto de amor y entrega total”

María Luisa Tamez: “A mis alumnos les quiero inculcar: que se desnuden completamente, que no se queden a medias»

 

La mezzosoprano María Luisa Tamez, una de las figuras más destacadas de la ópera en México, recibió la Medalla Bellas Artes 2025 en Música, en reconocimiento por sus 45 años de trayectoria como intérprete y maestra de canto.

En la ceremonia protocolaria, realizada el pasado 22 de octubre, la Secretaría de Cultura (SC) y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través de la Coordinación Nacional de Música y Ópera (CNMO), entregaron el galardón en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, donde el público asistente —en el que se distinguían personalidades de la música como los maestros Fernando Lozano y Eduardo Álvarez— ovacionó a la artista durante varios minutos.

Además de Alejandra de la Paz, titular del INBAL, integraron el presídium el Coordinador de Música y Ópera, José María Serralde, la chelista y musicóloga Iracema de Andrade y el promotor cultural Erick Zermeño. Luego de sus respectivas intervenciones, honrosas hacia la notable carrera de la cantante, La Tamez —como es conocida en el quehacer lírico mexicano—, fue acompañada por el pianista Sergio Vázquez en la canción ‘Nunca digas’ de Jorge del Moral y el aria ‘Mon cœur s’ouvre à ta voix’ de la ópera Samson et Dalila de Camille Saint-Saëns.

“Hoy amanecí con el corazón ebrio de alegría y llena de flores muy especiales”, escribió a la mañana siguiente María Luisa Tamez, aún con las emociones y los agradecimientos a flor de piel por su reconocimiento. “Anoche me dormí con la Medalla en la cama, abrazándola y atesorando el momento como uno de los más bellos episodios de toda una vida dedicada al teatro y a la música, y que llevaré cosido a mi corazón hasta el día de mi muerte.”

Horas después de compartir en su perfil social esas palabras, que capturan su emoción genuina y, sin duda, una reflexión existencial íntima, La Tamez se conecta a su teléfono inteligente para conversar para los lectores de Pro Ópera. Más que de una entrevista, se tratará de un diálogo cálido y generoso en el que María Luisa no solo compartirá sus sentimientos por recibir la Medalla Bellas Artes, sino también los retos de una carrera exigente, su evolución vocal, su visión sobre la ópera actual y las satisfacciones de una vida dedicada a la lírica.

Con una voz cargada de pasión, humor y humildad, la galardonada entreteje pensamientos y anécdotas que revelan el alma de una artista que vive el canto como un acto espiritual, que es a la vez un vehículo para abrazar almas y transformar las vidas de muchas personas que la han escuchado en algún momento de su trayectoria.

Hija del tenor Eduardo González y la mezzosoprano Luz María Tamez, en su momento integrante del Coro del Ballet Folklórico y del Coro de la Ópera, la pequeña María Luisa creció entre los pasillos del Palacio de Bellas Artes, inmersa en un mundo de música y teatro.

Su instrumento, que transitó de soprano lírico-spinto y dramático a mezzosoprano —no solo en tesitura, sino en personalidad y enfoque dramático—, ha dado vida a un amplísimo catálogo de personajes emblemáticos del repertorio lírico. Carmen —que ha interpretado en más de un centenar de ocasiones—, Salomé, Alice, la Condesa, Santuzza, Cio-Cio San, Tosca o Adriana Lecouvreur son una pequeña muestra de ello.

Ha participado en todos los escenarios líricos de nuestro país, con todas las orquestas profesionales mexicanas y al lado de las batutas y colegas generacionales que configuran el rostro de nuestro quehacer operístico de las últimas décadas. La Medalla Mozart y la Medalla Alfonso Ortiz Tirado son parte de los reconocimientos que apuntalan su trayectoria. 

Su faceta internacional incluye presencia en escenarios como el Royal Albert Hall y el Hollywood Bowl, además de colaboraciones con orquestas como la Royal Philharmonic Orchestra de Londres y la Sinfónica de Berlín. La Tamez pudo hacer más carrera y, de hecho, radicar en Europa, pues llegó a tener ofrecimientos de teatros como el de Darmstadt, en Alemania, que tuvo que declinar porque, como madre y padre de su hijo, Eduardo, quiso atender de cerca su crianza y educación en México. “Una decisión que nunca lamenté”, expresa la artista.

 

Alice en Falstaff de Giuseppe Verdi en Bellas Artes, 1983

 

Un reconocimiento que toca el alma

La conversación con María Luisa Tamez se desarrolla en un área al aire libre, en su hogar al sur de la Ciudad de México. Aunque el sol vespertino de octubre aún ilumina esa zona boscosa de la urbe, el ambiente preinvernal acarrea un frío leve, pero in crescendo. De fondo, dos agaves frondosos —uno verde y otro amarillo—, un par de árboles caseros y otras plantas, generan un frescor amigable, escenario alentador para un encuentro con el gusto genuino por compartir las emociones del momento.

Cuando las sombras de la noche y el aire helado se intensifican, la cantante se traslada al interior de la casa. En la mesa del comedor se encuentran las decenas de flores que ha recibido en las últimas horas y que la hacen sonreír satisfecha, aunque dice socarronamente que ya parece funeraria.

Pasaremos también a una estancia habilitada como estudio, donde su amado esposo, el barítono y maestro Carlos Serrano —qepd—, componía por las noches en su piano de cola, sin interrumpir el sueño de la cantante. Ahí, la trayectoria de María Luisa cobra relieve gráfico: carteles enmarcados en las paredes, fotografías, libros, partituras y discos en los estantes, resumen de manera aproximada una carrera de 45 largos años. Entonces, el frío exterior se transforma en un aliento lírico, musical, que envuelve la charla.

La noticia de la Medalla Bellas Artes 2025 llegó en un momento agridulce, un día después de la muerte de su colega y amiga Lourdes Ambriz, según cuenta la cantante. “Fue algo terriblemente hermoso, pero también terriblemente nostálgico porque acababa de morir Lulú, y yo me enteré del reconocimiento un día después. Cuando la maestra Alejandra de la Paz me llamó para darme la noticia, yo empecé a llorar porque tenía las emociones a flor de piel y además recordaba que Lulú había recibido este reconocimiento un año antes. Yo no paraba de llorar y Alejandra hablaba y me decía cosas muy lindas de mi trayectoria y de por qué el comité había decidido darme el reconocimiento a mí. Llegó un momento en que la maestra De la Paz me dijo: ‘María Luisa, creo que es mejor que te hable en otro momento porque estás muy emocionada’. Y le respondí: ‘No, ya me voy a componer’. Me compuse y me llené de alegría.

“La noticia también me hizo recordar que todas estas semanas después de la partida de Lulú estuvieron marcadas con muchos signos y reminiscencias de nuestra trayectoria, porque hicimos una carrera a la par. Tenía una foto, la llevé a su funeral y la dejé ahí. Estábamos jovencitas —ella más chiquita que yo—, en el concurso Morelli. Y recordé nuestras Bodas de Fígaro, nuestras Così fan tutte, el Montezuma de Graun que hicimos, o nuestras giras en los Estados Unidos. Realmente era mi hermana, porque no solo fuimos compañeros de funciones, sino de vida. Cuando tienes empatía y trabajas tanto con ellos, pasas más tiempo con tus compañeros que con tu propia familia. Entonces, la noticia de la Medalla Bellas Artes fue muy fuerte y muy bonita. Así fue ese momento.”

Recibir el galardón de instituciones de las que dependen el Palacio de Bellas Artes y la Ópera de Bellas Artes —su casa—, a María Luisa le generó una profunda conexión con sus raíces. “Mira, afortunadamente, yo he recibido, y lo digo con toda humildad, muchísimas preseas, tanto en México como en el extranjero. La verdad es que cada vez que entraba en un concurso siempre salía con un premio. Y claro, me ponía muy contenta. Eso es maravilloso y me llenaba de alegría y orgullo, incluso de muchos sentimientos encontrados. Pero recibir una presea de la casa de ópera que me vio nacer, de la casa de ópera que me vio como niña, de la casa de ópera donde crecí, donde corría por los pasillos con mi mamá, es una emoción enorme.

“Al recibir la medalla, durante la ceremonia, sentía a mis padres ahí, vivos junto de mí. Se me llenaba el corazón y la mente de las memorias de nuestra infancia, porque a mis hermanos y a mí nos llevaban dos veces a la semana a la ópera, dos veces a la sinfónica, igual que íbamos al ballet clásico y al ballet folklórico. Todo ello son cosas que me marcaron para siempre. Al recibir la medalla, sentía a mis padres a mi lado y mi infancia volvió a mí.”

 

La primera Cio-Cio San, en Guadalajara

 

Una vocación inesperada

No obstante, la vocación lírica de María Luisa no fue planeada. “No sabía que tenía la vocación del canto, aunque era una segunda naturaleza porque en mi casa todos cantaban. Mi papá, que era un tenorazo, por ejemplo, nos dormía, a sus hijos, cantando. Y a mí, en las reuniones, siempre me pedían que cantara. Y todo mundo decía ‘ay, qué bonito canta la niña’, pero nunca imaginé tener la vocación del canto. Llegó como por sorpresa, y claro que tomé la estafeta. Y claro que estudié música, en la Escuela Superior de Música y en el Instituto Cardenal Miranda. Después incluso me casé, pero ya había cambiado mi panorama.”

La voz de la cantante comenzó a desarrollarse y a crecer con el estudio constante. “La trabajaba hasta doce horas al día”, relata. Su debut como solista en el Teatro del Palacio de Bellas Artes no tardaría en llegar, cuando ella apenas pasaba los 20 años de edad.

Desde entonces han sido innumerables funciones, en las que la mayor satisfacción de María Luisa ha sido tocar corazones. “En una gala en Michigan, en los Estados Unidos, dirigida por Enrique Arturo Diemecke, una niña de unos cuatro años se acercó y me dijo: ‘Eres como la hadita del Mago de Oz, porque cuando cantas siento cosquillitas y veo estrellitas’. Me pidió mi autógrafo y yo le pedí el suyo. Me dibujó estrellitas y una varita, lo que fue una de las mejores críticas que me han hecho.

“En otro concierto, una pareja me confesó que mi voz había logrado reconciliarlos en su relación amorosa. Y así, muchas anécdotas que no deberíamos compartir en público, aunque puedes imaginártelas. Ese es el poder del canto: unir almas, transformar vidas. No necesito comer, dormir ni respirar cuando canto.”

 

Violetta con el Barone Douphol de Carlos Serrano en Durango

 

El desafío de mantenerse

Sostener una carrera de 45 años ha requerido disciplina y sacrificios, apunta la protagonista de esta historia. Una trayectoria de esa amplitud y resonancia, “es estudio y trabajo incesante, es autocrítica y muchos sacrificios. Creo que cualquier carrera es así. Todo profesionista que se precie de ser bueno, que esté enamorado y comprometido con su carrera, lo sabe. Ya sea abogado, periodista, músico, pianista, lo que sea, tiene que asumir un gran compromiso, una gran responsabilidad, una gran integridad, y eso no es fácil.

“Porque tal vez uno llega y gana un concurso y te dan un título para que cantes y todo. Pero lo crucial es mantenerte. Siempre debes estar atento y vigilante de la técnica y de tu interpretación. Cuando iba a cantar todos mis roles grandes, iba a estudiarlos a los Estados Unidos. Tomé cursos constantemente con figuras como Birgit Nilsson, Renata Tebaldi, Franco Corelli, con Joan Dornemann y muchos otros maestros. Todo el tiempo era estudiar sin descanso, perfeccionando cada detalle.

“Además, teniendo el instrumento dentro del cuerpo, hay un doble esfuerzo porque todo lo que te pasa se refleja en la voz. Uno tiene que cuidarse de lo que come, de cuántas horas duerme o de cuándo está triste, eufórico, nostálgico o con un dolor muy grande.

“Recuerdo, por ejemplo, mi Carmen de la Alhóndiga de Granaditas. Ya la había cantado con muchos artistas, en varias plazas de toros, en muchos teatros, en México, en los Estados Unidos, pero cuando la canté ahí, en Guanajuato, mi papá había muerto un día antes. Y son situaciones que te cimbran y que tienes que aprender a controlar, justo como lo aprendí de mis padres. Porque hay un respeto a la profesión y al público. Mi papá me decía: ‘Hija, pase lo que pase, el show debe continuar’. Algo así dicen también en Pagliacci, ¿no?, una ópera que canté muchas veces, incluso con el gran director italiano Anton Guadagno.

“Y sí, uno debe hacer acopio de todas las emociones, ponerlas en un lugar dentro de ti, y utilizar esa emoción cuando estás en el escenario. Eso es lo que yo trato de explicar a mis alumnos: que los nervios no son malos, y las emociones tampoco. Pero se tienen que guardar para configurar un arcón de emociones y de energías para poder entregarlas al público. Porque todo esto no es para nosotros. Lo tenemos aquí adentro, en el corazón, pero es para entregarse. Entregarlo evita que haya cantantes que salen al escenario, despliegan virtuosismo y técnica, pero que son incapaces de comunicar algo.”

María Luisa guarda silencio durante algunos segundos en los que mira hacia arriba, pensativa, y luego enfatiza la importancia de la comunicación emocional: “El canto es un acto de amor y entrega total. Es como hacer el amor con el público. Es un servicio a la humanidad. He sido inmensamente afortunada al cantar, porque mi voz es mi pasión y mi forma de reinterpretar la vida.”

 

La marquesa Berkenfeld en La fille du régiment de Gaetano Donizetti en Bellas Artes, 2020

 

De soprano a mezzosoprano

Más allá de los reconocimientos, la evolución vocal de María Luisa Tamez refleja su capacidad de adaptarse y reinventarse como mujer e intérprete. 

Su transición de soprano a mezzosoprano marcó un cambio profundo en ella, y no solo vocal, sino emocional. “Como soprano, todos mis personajes eran sufridos: Margarita, Violeta o Tosca (unas con vida más plena como Tosca, que era una diva, o Adriana Lecouvreur que también lo era). Pero con Carmen, por ejemplo, ya varía la cosa, porque es una mujer líder de su tribu, una mujer maravillosa que todos los hombres buscaban, militares o toreros que representan la nobleza. Entonces, ¿cómo es posible que una mujer así vaya como corderito a la muerte? ¿Y sabes cómo me lo explicó José Antonio Morales —Josefo, que en paz descanse—? Me dijo: ‘María Luisa, ¿tú sabes cuántas veces ella ha echado las cartas, y cuántas veces le ha salido la muerte? Los gitanos son muy supersticiosos. Entonces, si tú lo miras desde un punto de vista católico, no lo entiendes. Pero es otra tribu, es otra sociedad, es otra cultura que cree en el destino. Y el destino para ellos lo es todo.’

“Entonces, fíjate que esa fue la parte de la interpretación que trabajé a profundidad en mi cambio de tesitura, pues ya había cantado Carmen como soprano. Porque, por ejemplo, el cuarto acto no se me daba. Entraba y con aquella música tan romántica y con ese canto tan suplicante de Don José, me empezaba a ablandar. Me costó trabajo no buscar ser una femme fatale, sino dejar los sueños, los idealismos y el romanticismo sopranil y ser dura, para poder decir: ‘No, ya no te quiero, porque ya me tienes hasta el queque’. Aunque al hacerlo, Carmen sabe que va a morir. Y lo acepta. Eso cambió todo. Mi voz ya no quería ser soprano, quería ser mezzosoprano.

“Y es curioso, pues aunque el público en general a lo mejor pudiera llegar a pensar, analizando mi carrera, que hubo etapas en las que no tenía que haberme metido con cierto repertorio, o que no debí dejar de cantar como soprano, lo que hice fue ir reaccionando a como reaccionaba mi cuerpo. Mi voz cambió y yo con ella.

“Después de eso, también vinieron cambios tremendos en mi vida: perdí a mi esposo, perdí a mi hermana, perdí a mi mejor amigo, y todo en un lapso de año y medio. Y ya después incluso se vino la pandemia. Aún me fascinaría poder cantar una Charlotte (Werther) o una Dalila, sí. Es asunto de entrenamiento, por supuesto, pero lo importante es que la voz sigue conmigo. Sigo cantando, como lo han visto. El canto me sostiene.”

 

El desnudo en escena: la pionera

María Luisa fue la primera soprano mexicana en desnudarse en escena. Primero en Salome de Richard Strauss (en 1990) y luego en La Sunamita de Marcela Rodríguez (en 1991). “Fui la primera que lo hizo en nuestro país. En Salome fue un reto, pero el personaje y la historia, como se sabe, lo exigía. 

“En La Sunamita, Raúl Falcó me dijo: ‘Eres profesional, y si el director lo pide, lo haces’. Era difícil, pero era el personaje, no yo. No me arrepiento, porque era para el arte. En esa ópera violan a mi personaje en escena, y el desnudo tenía sentido. El pobre barítono se desnudó de la cintura para abajo, y yo, como símbolo de pureza, me lavaba con un aguamanil. Era una dualidad: un hombre decrépito y una joven pura. Esos momentos te marcan, pero el respeto al público y a la obra es lo primero.”

 

María Luisa Tamez, acompañada por el pianista Sergio Vázquez

 

La ópera hoy

Formada en una escuela musical en esencia clásica y, podría decirse, conservadora, María Luisa Tamez reflexiona sobre los cambios en la ópera durante las más de cuatro décadas que ha estado sobre los escenarios. “No estoy peleada con la modernidad, pero sí con los sinsentidos. Cambiar el libreto para hacer que Carmen mate a Don José o meter narcos en la trama, me parece una falta de respeto. Como decía Juan Ibáñez: ‘Cuando compongas tu ópera, hazla como quieras, pero esta se hace como está escrita’.”

Con la autoridad de quien ha gastado varias zapatillas en el escenario lírico, La Tamez también repara en la actual estandarización del canto y de los cantantes, aspecto que limita sus potenciales expresivos: “Antes había divos, en el sentido positivo de la palabra, como Maria Callas, Joan Sutherland, Franco Corelli o Renata Tebaldi, que llenaban teatros con su presencia. 

“Hoy, lamento ver que hay voces muy bonitas, con muy buena presencia, pero que carecen de expresividad y, en muchos casos, son intercambiables. Las escuelas o ahora los estudios de ópera enseñan teoría y práctica, pero no el sentido del arte. El maestro Luis Herrera de la Fuente decía que hemos fallado en transmitir la esencia de la música. La ópera debe ser un espectáculo vivo, único, que permanezca en la memoria.”

 

Equilibrio entre vida y arte

Uno de los mayores retos de María Luisa ha sido compaginar su carrera profesional con su vida personal. “La ópera te arrolla, te sacude, te vuelve neurótico. Los personajes que interpretas son conflictivos, dramáticos, en crisis. Viven en los extremos. 

“Cuando iba a función, mi esposo se salía de la casa cuando vocalizaba, y decía: ‘Te espero en el carro’. Mi hijo, desde bebé, vocalizaba conmigo, al escucharme. Es una vida intensa, pero fascinante. Buscar el equilibrio emocional y físico es difícil. 

“A veces he tenido un cansancio vocal espantoso, al grado de necesitar dos o tres semanas de descanso para recuperar la garganta. Pero ese esfuerzo vale la pena, porque el canto es mi forma de vida”.

 

La Tamez en su casa, con el retrato de su marido Carlos Serrano

 

La enseñanza como legado

Como maestra de canto, La Tamez busca transmitir a las nuevas generaciones no solo técnica, sino pasión. De hecho, le gustaría más adelante impartir clases no de técnica vocal, sino de interpretación. 

“A mis alumnos les digo que el canto es un acto de entrega absoluta. No basta con aprender la música, solfearla o ‘meterla en gola’, como decimos para poner la obra en los músculos de las cuerdas vocales. Hay que hacer el personaje tuyo, sintonizarlo contigo para que fluya de manera natural. Les enseño a canalizar los nervios, a usar las emociones como energía.

“El canto es un servicio, un acto espiritual. Cuando canto, abrazo. Eso les quiero inculcar: que se desnuden completamente, que no se queden a medias. Espero que esta entrevista toque corazones y despierte vocaciones, porque esta carrera —con 45 años a cuestas puedo decirlo— es fascinante.”

Francisco Méndez Padilla, director del Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli y amigo de la intérprete, días antes le dijo que estos eran apenas sus primeros 45 años de carrera y que la veía entera para los siguientes 45. La cantante, con su guasonería característica, le dijo que era un exagerado. Que ella calculaba estar lista solo para otros 30.

Más allá de los números y las bromas, con la Medalla Bellas Artes cosida a su corazón, María Luisa Tamez continuará su canto, su enseñanza y su toque de almas. Un legado que, de seguro, resonará por muchas generaciones.

 

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Palabras de Eduardo Padilla González, enviadas a su madre, María Luisa Tamez, ya que no le fue posible estar presente en la ceremonia de entrega de la Medalla Bellas Artes

Querida mamá, 
Hoy quiero dedicarte estas palabras de agradecimiento y felicitación por todo lo que has hecho por mí, a lo largo de mis 47 años de vida. Sé que no ha sido fácil ser mamá y papá, pero sé que siempre lo has hecho con mucho amor, por ser la mejoría posible para mí y mi vida.
Recuerdo, cuando estaba muy pequeño, que te acompañé a la gira por la república con tus demás compañeros, cómo subía y bajaba por todos los teatros, y en una ocasión hasta travesuras hice en Bellas Artes, que me llamaron la atención, pero bueno, aprendí la lección.
Cientos de horas de conciertos, cientos de horas de óperas, cientos de horas de ensayos a los que te acompañé. Como recordarás, aquella vez en un taxi que llegamos a nuestra casa en la colonia Roma, que seguro desde mi emoción de niño, poca paciencia y entendimiento, le dije al taxista ‘y llévela al teatro, que es donde más le gusta estar’, y azoté la puerta y me metí a la casa.
Ahora, 40 años más tarde, querida madre, veo que te has convertido en una de las mejores voces femeninas que ha tenido México. Tu voz y tu interpretación han tocado corazones y han dejado una huella imborrable en la historia de la ópera de México. 
Cada vez que cantas se me salen las lágrimas, pues sé que tu instrumento vocal es un regalo del creador que abre corazones, y yo siento que también ayudas a las personas con tu mágico timbre que te distingue, para que liberen emociones y sin duda vibren una energía crística de amor celestial.
A eso nos lleva tu gran voz, mi querida madre, María Luisa. Estoy súper orgulloso de ser tu hijo. Gracias por ser la mejor madre que podría desear y por ser también una artista excepcional. Te admiro y te amo más de lo que las palabras puedan expresar. Felicidades por tus logros, por ser el ser humano tan especial que eres, con todo mi cariño, amor y gratitud, tu hijo que te ama. Te amo, madre. Sé que estoy ahí contigo en alma y espíritu. Lástima que no pude asistir, pero no hay tiempo y espacio. Gracias, gracias, por existir mi querida madre, te amo.
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