Master Class con Nadine Sierra en la UP

Nadine Sierra con los alumnos que participaron en la Master Class en la Universidad Panamericana

 

Noviembre 4, 2025. La tarde del pasado martes, el Auditorio de la Universidad Panamericana (UP), campus Mixcoac, se llenó poco a poco de un murmullo expectante. Más de cien asistentes, entre estudiantes y maestros de canto, aficionados y otro tipo de interesados líricos, se dieron cita para presenciar la clase magistral de la soprano estadounidense Nadine Sierra, quien la noche anterior había ofrecido en el Teatro del Palacio de Bellas Artes un recital, con el acompañamiento del pianista Ángel Rodríguez.

Como antecedente de esta actividad académica —organizada por la Escuela de Bellas Artes de la UP, bajo la dirección de Gabriel Pliego, en colaboración con Grupo Árinder/Elisa Wagner y Kayka Producciones—, podrían evocarse los ecos y reflexiones de la Master Class que la notable mezzosoprano letona Elīna Garanča ofreció en la misma institución, en marzo de 2023.

En esta ocasión, observar de cerca el trabajo pedagógico de una figura del star system operístico actual, como Nadine Sierra, generó un torbellino de nervios, admiración e inercia eufórica entre los asistentes pasivos y los seis participantes activos de la clase. Ese ejercicio, a la vez, pudo revelar el propio entendimiento vocal y canoro de la soprano nacida en Fort Lauderlade, Florida, en 1988, su oído y herramientas técnicas, así como la concepción estilística y estética del que surge su personalidad y entraña artística.

Por consecuencia y contraste, verla corregir y reencaminar la voz de los jóvenes participantes a través de sus prismas y experimentos didácticos, delineó también una reflexión sobre los parámetros del canto lírico actual, la interpretación mainstream y el aclamado recibimiento en los escenarios más relevantes del circuito operístico, donde se desempeña habitualmente. La evolución del canto, del éxito, de la búsqueda en este arte, respecto de otras épocas y exponentes, pudo también colegirse en un segundo plano.

El aire estaba cargado de ansiedad celebratoria. Susurros sobre la carrera de Nadine Sierra, del recital de la noche pasada o de su próxima presentación en nuestro país (Torreón, Coahuila, 12 de noviembre), se escapaban entre la mayoría de asistentes, con el entusiasmo de una convención de fans. El maestro Pliego abrió la sesión destacando el carisma de la soprano. Momentos antes, en una comida con la cantante, dijo, descubrió su personalidad bromista, cercana, y que no solo es una gran artista, sino también una gran persona.

Nadine Sierra apareció con un vestido verde agua con brillitos, en medio de aplausos y aclamaciones. Con sonrisa plena y, sin parecerlo, dijo al micrófono que estaba algo nerviosa, “porque esta es apenas mi tercera Master Class. No suelo dar clases, así que agradezco esta oportunidad excelente para compartir mis conocimientos, mi experiencia y mi amor por el canto. Mis maestros han sido de lo mejor que he tenido en mi vida. Todavía me falta mucho por aprender, porque el aprendizaje nunca se detiene. Así que los invito a divertirse y a dar lo mejor de sí”.

Sus palabras rompieron el hielo, transformaron toda posible tensión en cálido interés y crearon un ambiente de relajada complicidad. Aunque, por supuesto, no todas las personas entran con credencial en ese club, sobre todo las que buscan una autenticidad y conexión artística más profunda.

Seis estudiantes —cinco sopranos y un tenor— subieron por turnos al escenario, cada uno con una mezcla de reverencia y determinación. Sierra, con su personalidad ligera y a ratos bromista, guió sus voces y talentos con ejercicios claros y precisos, si bien la docencia aún no se percibe como actividad primaria en este punto de su carrera.

Sin embargo, su labor apunta hacia aspectos clave y determinantes para todo intérprete en formación y desarrollo. Desde la correcta respiración diafragmática y la administración del aire, hasta el centro gravitacional para anclar la voz, pasando por actitudes escénicas y expresivas que proyectan emoción. Técnicas para espirar con inteligencia o corregir la colocación de la voz, algún caminado descalzo, determinadas posturas del rostro o el resto del cuerpo, así como ejemplos de sus peticiones cantadas con su propio instrumento y chascarrillos enfáticos, lograron resultados inmediatos: un agudo más claro, una frase más sentida, un gesto que transformaba el canto en teatro.

Los asistentes, aunque solo espectadores, absorbían cada lección, garabateando notas, grabando con sus celulares o asintiendo en silencio, como si también cantaran o recibieran el aprendizaje. Entre las estudiantes activas, participaron dos alumnas de la maestra Irasema Terrazas, quienes se presentaron con entrega y una base sólida de canto, adquirida en su formación cotidiana. Ambas, de hecho, fueron preseleccionadas recientemente para audicionar y formar parte del Estudio de la Ópera de Bellas Artes.

 

Nadine Sierra escucha a la joven soprano Ana Silvia Sánchez

 

Valeria Reyes Amador trabajó con Sierra a partir de ‘Ah! je ris de me voir si belle’, aria de las joyas de Faust de Charles Gounod, mientras que Ana Silvia Sánchez lo hizo sobre ‘Se come voi piccina io fossi’, aria de Le Villi de Giacomo Puccini.

Como alumnas de la maestra Gabriela Herrera participaron, de igual forma, Regina Durán —durante varios años, pupila de la recientemente fallecida maestra Lourdes Ambriz—, Karla Castro, Ruth Escalona y Antonio García, quienes respectivamente recibieron la guía de la soprano estadounidense en ‘Quando m’en vo’, vals de Musetta de La bohème de Puccini; ‘Sul fil d’un soffio etesio’ de Falstaff de Giuseppe Verdi; ‘Eccomi in lieta vesta’, recitativo del aria ‘Oh quante volte’ de I Capuleti e i Montecchi de Vincenzo Bellini; y el aria ‘Tutto parea sorridere’ de Il corsaro de Verdi.

En general, Sierra logró pulir frases, relajar tensiones para mejorar la emisión, y generó confianza escénica, transformando dudas, timidez y nerviosismo en presencia y proyección hacia el público. Para los jóvenes, estar frente a Sierra —una figura que representa el éxito y la popularidad que muchos sueñan—, esta clase magistral fue un estímulo único.

Si bien algunos sectores del quehacer lírico podrían argumentar que una Master Class, por breve y sin continuidad, no iguala el trabajo profundo de un maestro cotidiano, quien conoce el proceso vocal, las crisis, avances y matices psicológicos de sus alumnos, este tipo de encuentros fugaces detonan conciencias que el día a día puede pasar por alto.

En todo caso, los participantes aprendieron no solo de sus propias correcciones y consejos, sino al observar a sus colegas. La clase, de poco más de dos horas, cerró con ovaciones que no querían dejar ir a Sierra. Los jóvenes, con una chispa nueva en los ojos, se llevaron algo más que depuración técnica. Acaso salieron del auditorio con la certeza de que la ópera es un acto de entrega, donde la mentalidad puede ser tan poderosa, que libere sus cuerpos en el complejo pero disfrutable ejercicio del canto.

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