El mandarín maravilloso y El castillo de Barbazul en Madrid

Christof Fischesser (Barbazul) y Evelyn Herlitzius (Judith) en El castillo de Barbazul de Bela Bartók en el Teatro Real de Madrid © Javier del Real
Noviembre 8, 2025. El programa doble que presenta el Teatro Real formado por El mandarín maravilloso y El castillo de Barbazul constituyó una propuesta singular en la programación lírica de Madrid. Ambas obras, aunque distantes en su concepción y estilo, comparten el sello del compositor húngaro Béla Bartók: una atención al detalle musical, un manejo magistral de la tensión dramática y un interés profundo por la psicología humana expresada a través de la música y la gestualidad.
El mandarín…, concebido como ballet-pantomima en 1918-19, explora la violencia y el deseo mediante una acción directa y descarnada, apoyada en ritmos percutidos, explosiones orquestales y un lenguaje corporal intenso. El castillo…, por su parte, es una ópera breve de 1911 con libreto de Béla Balázs, poeta y amigo del compositor, basado en el cuento de Charles Perrault titulado Barbazul. La obra se centra en la simbología, el misterio y la psicología de sus personajes. Bartók despliega aquí un universo sonoro de tensión creciente, donde la narrativa se despliega a través de siete puertas metafóricas y un ambiente de opresión que exige tanto del intérprete vocal como del espectador. La conjunción de ambas obras constituye, por tanto, un experimento estético de alto riesgo: confrontar la brutalidad corporal con la introspección psicológica, el gesto con la palabra, y el efecto inmediato con el simbolismo.
Desde la perspectiva musical, la noche fue un triunfo indiscutible. La Orquesta Titular del Teatro Real, bajo la batuta de Gustavo Gimeno, mostró una cohesión, precisión y riqueza tímbrica admirables. En El mandarín maravilloso, la orquestación percutida y la densidad de la masa sonora transmitieron la violencia y la sensualidad inherentes a la obra; el conjunto se movió con sincronía absoluta y con un control dinámico que resaltó tanto la agresividad de los ritmos como los momentos de suspensión. Gimeno consiguió que la orquesta se convirtiera en protagonista y, al mismo tiempo, en narrador de la acción, que abrazaba lo grotesco y lo sublime con igual eficacia, confirmando la capacidad de Bartók para crear tensión incluso en la aparente calma.
En El castillo de Barbazul, Gimeno demostró su capacidad para manejar la densidad simbólica de Bartók, donde cada acorde, cada pausa y cada color instrumental tenía un significado dramático, todo cuidadosamente calibrado y articulado para subrayar la tensión psicológica de la ópera. La música, en este sentido, no solo acompañó la acción, sino que la elevó, construyendo un universo sonoro que podía sostenerse por sí mismo incluso cuando la puesta escénica era de una austeridad casi insoportable.
En términos de interpretación vocal, el coro y los solistas cumplieron con creces, aunque también debo señalar que las limitaciones en la expresividad dramática en El castillo de Barbazul generaba momentos de desconexión relativa entre Barbazul y Judith. El bajo Christof Fischesser asumió el papel de Barbazul con gran presencia escénica y buenas capacidades canoras, mostrando autoridad y cierta maldad. Evelyn Herlitzius, como Judith, se enfrentó a la intensidad emocional de su personaje con una voz metálica, sólida y grande, aunque en ocasiones casi se perdiera bajo la masa orquestal. Ambos cantantes sostienen el interés de la representación, tanto por su desempeño escénico como por su capacidad vocal.
Se esperaba mucho más de esta puesta en escena, estrenada en el teatro coproductor (la Ópera de Basilea) en 2022. En España, desafortunadamente, El castillo de Barbazul no se prodiga con frecuencia y, en mi opinión, es una de las grandes de la primera mitad del siglo XX. En las últimas dos décadas, que yo recuerde, solo la he visto escenificada en Bilbao (2007) y Oviedo (2014). En versión de concierto se presentó, soberbiamente, en Vigo (2011) y recientemente en el Liceu de Barcelona (2024).